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CASTELLÓ. Qué ningún lector y lectura se asuste, pero como decía Flora Sempere el otro día en el Trovam, cualquiera de nosotros podría terminar algún día en un centro penitenciario por un tema menor. "Nos falta empatía", apostillaba la cantante de El Diluvi, quien durante un tiempo trabajó como maestra de música en la prisión de Fontcalent de Alicante. Allí la valenciana se topó con el testimonio de muchas personas que estaban cumpliendo condena por motivos no muy graves y que, sin embargo, estaban totalmente alejadas, como cualquier otro preso, de la sociedad. "Los centros penitenciarios están muy separados del mundo real. Por eso que alguien como yo fuera allí a generar buen rollo, reflexión y compañerismo, me decían que les daba la vida."
En septiembre, la cifra de presos en la Comunitat Valenciana era de 6.500 personas. La mayoría hombres. Pero más allá de este dato, durante la mesa debate Trencant cadenes: música als centres penitenciaris se afirmó que, en términos nacionales, el 40 por ciento de los internos sufren una enfermedad mental grave, mientras que el 65% tiene problemas de adicción. No obstante, más allá de algún programa terapéutico que se pueda llevar a cabo, "no hay ni se espera ningún psiquiatra en las cárceles valencianas", afirmaba Javier Vilalta, director de la asociación Àmbit, Dignitat i Justicia Social, encargada desde hace años de defender los derechos de las personas presas y expresas con enfermedades mentales. "No somos partidarios de que esta gente esté en prisión, pero si lo están que haya una intervención en su salud. Al final hablamos de un espacio que no es amable, no puede no haber un acompañamiento", manifestaba Vilalta.
En este contexto hostil, en el hay personas que además pueden pasar décadas presas, contaban ambos profesionales -también Mireia Pepiol, educadora social en la cárcel de Albòcasser- cómo el hecho de introducir por ejemplo la cultura, y más concretamente la música, les está generando nuevas vías de escape y lo que es más importante, conectando con el mundo exterior y consigo mismos.
Dependiendo del centro penitenciario, la comunidad autónoma y el país son distintas las posibilidades que existen de nutrirse de cultura. En el caso de la prisión de Albocàsser, contaba Mireia Pepiol, que los reclusos disponen en la biblioteca de reproductores de CD y además del préstamo de libros, existe la posibilidad de coger prestados álbumes. También, cada uno a nivel individual puede comprarse discos, al igual que ropa y otros objetos permitidos. Pero además de esto, la cárcel castellonense cuenta con un salón de actos -con unas 230 butacas- donde periódicamente se celebran conciertos, tal y como sucedía en la pandemia, con el público sentado. "El Rototom de forma altruista desde hace diez años lleva algún grupo que actúa en Benicàssim hasta aquí", señaló Pepiol, quien también apuntó que los centros cuentan normalmente con una dotación de instrumentos musicales.
No tienen en ningún caso los centros penitenciarios acceso a Internet, ni tan siquiera los trabajadores. Por eso, considera Flora Sempre que es tan importante ofrecerles un contacto -más allá del televisor- con el mundo real. "Todo lo que puedes hacer por ellos es in situ. Aunque hablamos claro de los módulos de respeto, fuera de estos no hay ninguna actividad", explica la cantante, que añadió: "A nosotros nos permitían sacar las guitarras y gravarlos para que después se vieran por el televisor. Esto les motivaba mucho, porque los días allí son muy aburridos. Era un concierto de quince minutos y les daba la vida. Les hacía, además, pensar en otras cosas y cambiar mucho el chip. Lo más arriesgado que yo llegué a hacer fue trabajar cuestiones de género con un condenado por violencia".
Apuntaba Vilalta que "los presos consumen cultura por encima de la media", no obstante, su contacto con esta queda muy limitado. "Propusimos hace un tiempo que desde la Generalitat se generará una programación cultural en las cárceles, pero no se ha llevado a cabo. Sin embargo, éstos deberían tener un acceso a la cultura de calidad, deberían de estar en la agenda. No limitarse a lo que el funcionariado escoja o tengan que comprar".
Recalcaba, Mireia Pepiol por su parte, que sería incluso más sencillo de lo que pensamos llevar un concierto hasta el público presidiario, porque "no dificultarían" la agenda de los artistas, ya que en sus centros los conciertos deben ser por la mañana, mientras que en la calle las actuaciones suelen programarse por la tarde/noche. "Hay que entrar la cultura dentro de las cárceles. Que un tanto por ciento de la financiación de los festivales sea para llevar conciertos a la gente en exclusión social. No lo quiero todo para Albocàsser, ni siquiera para los presos, también podría ampliarse a los refugiados u otras personas", demandaba en este sentido la educadora.
Los centros penitenciarios se topan muy a menudo con 'una pared', porque cualquier inversión que tenga que ver con ellos está mal vista o mal entendida. Por ello, los pocos artistas que se han atrevido a tocar en sus salas lo han hecho gratis o bajando mucho el caché. "Esto no puede ser así. Las administraciones deberían unir esfuerzos y establecer un convenio de colaboración firme, porque el acceso a la cultura debería ser para todos", reiteraba Pepiol.
Es además importante que esto así sea, como explicaban las profesionales, porque todas estas personas en algún momento volverán al mundo exterior y tendrán la oportunidad de volver a comenzar. En efecto, contó Flora Sempere que un alumno suyo, ahora expreso, forma parte de una banda de Benidorm.
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