VALÈNCIA. La Comunitat Valenciana, dice el tópico está repleta de músicos. Abundan mucho por aquí, prosigue el sonsonete, y quizá sea cierto. Nunca se me ha ocurrido hacer un censo de bandas y artistas locales de València, que es el terreno que quizá mejor conozco. No sé si al final hay muchos o pocos, o si el contingente gana o pierde en una comparación cuantitativa con otras ciudades. Soy de esos a los que les entra el sueño cuando aparecen las estadísticas. Sólo sé que hay gente con mucho talento haciendo cosas que merecen ser escuchadas, aquí y fuera de aquí.
Hace unos meses, el periodista Mariano López me pidió mi opinión para un reportaje que realizó para la revista Beat Valencia y que se publicó con el título “¿Por qué los grupos valencianos no trascienden?”. El texto indagaba en los problemas de los grupos valencianos para proyectarse fuera de su ciudad y Comunidad. Un asunto del que ya hablábamos a principios de los años ochenta y que, por desgracia sigue vigente. Un tema sobre el cual revolotean siempre el concepto del centralismo y la manía del victimismo. Buena parte de lo que le contesté fue usado por el autor con muy buen criterio en el citado texto, el cual también había opiniones de profesionales como Eugenio Viñas, Jorge Martí, Soledad Vélez, Pablo Silva, Miguel Ángel Escrivá y Pau Monteagudo.
Durante los años que llevo escribiendo sobre música –son ya 35-he visto grupos valencianos de un innegable interés pasarlas canutas para lograr un reconocimiento nacional. Seguridad Social, sin ir más lejos. Despuntaron finalmente a finales de los ochenta y lo petaron en 1991 con ‘Chiquilla’ pero para llegar a eso tuvieron que pasar casi diez años. Daba igual que tuvieran en José Manuel Casany a uno de los mejores frontmen del rock & roll español, no había manera. Eran conflictivos (su paso por el Festival de Benidorm de 1985 dio qué hablar), pero nadie parecía reparar en ellos cuando a València se la acusaba de ciudad pastelera en cuestiones musicales. Desde fuera sólo se veían los grupos de tecnopop blandito y colorista, que al final tampoco eran tantos. Y metían a Glamour, pedazo de grupo de rock donde los haya, en ese cesto.
Uno, que ya tiene una edad y por lo tanto va acumulando manías, ha de asumir que lo de descubrir nuevos valores musicales ya no es su función. Quiero pensar que en otros tiempos cuando la información fluía más despacio y con mayor dificultad, algo de eso hice, siempre sin ánimo de ir de Cristóbal Colón. Sigo atento, por una cuestión personal y vital, a los nuevos nombres que van apareciendo en las escenas musicales que me gustan. Pero sería absurdo pensar que, con 54 años, puedo detectar novedades con el mismo ímpetu que alguien de 25. No se trata de dormirse en los laureles, se trata de ser realista a la par que práctico. Hay gente con más reflejos, más ágil y despierta, en España y en el resto del mundo, que da muy buenas pautas. Con esto quiero decir que, muchos de los nuevos artistas que voy conociendo, me llegan a través de artículos y posts de gente más joven que yo. Y eso incluye a los de mi querida ciudad natal. Así es como sé de la existencia de Acapulco y los prometedores Fantastic Explosion.
En mi mundo ideal, hay grupos de mi tierra que suenan tanto y tan alto como los de otras ciudades y regiones. Pienso en, Bolan, el nuevo disco de Pentatronika, que el propio Guillermo Artés me hizo llegar con una nota muy suya que decía, “Rafa, 2017 es el Bol-any”. Pienso en Júlia, a las que acabo de conocer con su segundo álbum, Pròxima B, y también en Patrones de fuerza, el último disco de Maronda, un cantautor que fusiona con inteligencia y sensibilidad notas y versos. Pienso en Manolo Tarancón y Pau Alabajos. Pienso en Tardor y pienso en Gener. Hace ahora un año estaba sentado con ellos en Russafa entrevistándoles por primera vez. Raras veces una música dice tanto de quienes la hacen. Y viceversa. La música de Gener es noble y fuerte y transmite una fuerza y una belleza que están más allá de las lenguas. Pienso en El Ser Humano y en las letras de sus canciones.
No me quiero poner chovinista porque es algo que detesto y también algo de lo que en esta ciudad tenemos demasiado. En estos tiempos en los que todo da un poco lo mismo porque todo el mundo hablar a la vez, parece complicado apreciar algo más de dos minutos. Por eso creo que no está de más hablar de ese producto interior bruto local que discurre a su manera por canales alternativos en la mayoría de los casos. Y me acuerdo de Los Radiadores y de Café Desguace, de Doctor Divago, de Juanjo Frontera y de Cómplices (lo que en principio se llamaron KK For You, no los de Teo Cardalda) que a mediados de los ochenta hicieron uno de los grandes discos del rock & roll valenciano y ahora parece que están de nuevo por aquí para plantar batalla. Pienso en el incombustible Julio Bustamante, que acaba de sacar La misión del copiloto, y pienso en mi querido Tórtel, el único hombre capaz de estar en dos proyectos tan dispares y a la vez tan buenos como son Maderita y Coleccionistas, uno de los últimos embajadores a nivel general con los que cuenta el lado independiente de nuestra música.
Pienso en La Habitación Roja, en Polock. En Johnny B. Zero y en The Standby Conection. En Carolina Otero y en Nèstor Mir. En el primo Senior y en los primos del Cor Brutal. En Luis Martínez y en Remi Carreres. En lo muchísimo que me gusta Lanuca y su concepto artístico. Pienso en Gilbertástico y Dwomo, que ya casi son más valencianos que madrileños. Y pienso en Caballero Reynaldo, que vive en su propia república independiente en plan Lannister. Pienso en las maravillosas canciones de Señor Mostaza y en el maravilloso músico y compositor que es Paco Tamarit. Pienso, recuerdo y seguro que me estoy olvidando de nombres importantes. No me lo tengáis en cuenta. La música, la literatura, cualquier forma de arte sirve para representar nuestras emociones y sentimientos. Si fuésemos más conscientes de ello, quizá sería mucho más fácil entendernos y hablar.