Música y ópera

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Diego Manrique y la época en la que el periodismo musical importaba

  • Diego A. Manrique
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VALÈNCIA. Hace unas semanas entrevisté a Diego Manrique a tenor de la publicación de su libro El mejor oficio del mundo, y entre las cosas que me dijo sobre el periodismo musical, me quedé con esto: “Es cierto que se ha devaluado nuestro papel, porque antes había un nivel de exigencia que primero pasaba porque tuvieras cultura general, luego porque tuvieras conocimiento de la música, después porque escucharas el disco o lo que fuera de una forma intensa y, por último, porque tuvieras una buena prosa”. Aunque se sigue haciendo buen periodismo musical, en ocasiones da la sensación de que esta especialidad se ha quedado estancada o está en declive porque en muchas ocasiones se dice lo mismo de siempre, de la misma manera de siempre, con la misma mirada de siempre. La música, la industria y la escritura de la que habla Manrique en su libro han cambiado. Lo sé porque yo viví, primero como lector y después como profesional, aquellos años digamos felices y prósperos -en el fondo no era más que una ilusión, claro- de los que habla Manrique el veterano periodista, maestro involuntario de muchos de nosotros.  

El hecho de vivir en Madrid o Barcelona (yo me mudé en 1993 a la primera porque en València no había espacio para esta profesión; ahora tampoco) te facilitaba tener acceso a los medios, a los conciertos y también a músicos que formaban parte de la actualidad. En los días dorados, podías formar parte de sonadas ruedas de prensa en el Ritz, el Plaza o el Villamagna; o esperabas tu turno para entrevistar al protagonista de turno en los recibidores de esos u otros hoteles de menos estrellas. Los artistas guardaban las distancias, pero no tenían que medir sus palabras. Conceder entrevistas para los medios españoles aún no era visto como una pérdida de tiempo por mánagers y discográficas. Y lo que escribías, dependiendo de dónde se publicara, podía tener un impacto. Hubo una época en la que la actualidad musical estaba marcada por los viernes, que era cuando se editaba el suplemento Tentaciones de El País, que luego tuvo compañía con La Luna de El Mundo. La portada, el disco de la semana. En las discográficas había debates acerca de porqué aquella artista sí pasaba el filtro y la que ellos intentaban vender no. Todo era fugaz, pero la intensidad con la que se vivía el momento importaba. Y no tenías que tragarte lo que opinaba cada hijo de vecino y su mascota acerca del disco, el concierto o la entrevista de turno.

Hoy parece de lo más obvio, pero entonces había que trabajárselo para conseguir que bandas nuevas como Air o Placebo salieran en ese tipo de publicaciones. Recuerdo a mi querido Yann Padrón, entonces ejecutivo de Virgin, organizando una comida en un italiano en la que pude intimar un poco con Air antes de encender la grabadora. La búsqueda de complicidades era importante. Dos días más tarde seguro que ya me habían olvidado, pero lo fundamental no era que me recordaran, sino que en el momento de la entrevista viesen que existían afinidades con su interlocutor. Quizá esto no sea periodismo puro, pero yo siempre he tenido vocación de escritor, no de periodista. Me he valido de mi profesión para poder hablar de cosas que consideraba importantes cuando tampoco le importaban tanto a los demás. Y con todo y con eso, sé que contribuí a que ciertas personas –no sé cuántas ni tampoco sabría decir si fueron muchas; muchas, ¿en relación a qué? - descubrieran discos y artistas que les han dado tanto como me lo han dado a mí. 

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En 1977 yo tenía 14 años, era un chico precoz con preferencia por lo diferente. A Diego, al igual que a otros colegas suyos lo leía aunque escribiera sobre artistas que me daban igual porque sentía curiosidad y quería aprender; pero sus artículos de los setenta sobre Velvet Underground, nuevo rock neoyorquino o Richard Hell me marcaron. En algún momento de 1980, Diego diseñó para Popgrama un monográfico con vídeo clips de pop electrónico. Vídeos de Residents, John Foxx, M, Devo. No era fácil ver en televisión música que me apelara a mí y cuando digo esto, sé que no era el único. Y todas estas anécdotas vienen el caso para hablar de cuando el periodismo musical era importante porque tenía un fin: informar, contagiar. Ahora la gente tiene otras vías para informarse. Ahora la gente se contagia de otras cosas.

El nivel de Diego Manrique es el paradigma, y también la cumbre, de esa otra era. Ha intimado con artistas de aquí y de allá. Ha sido tentado por multinacionales para trabajar en sus oficinas y también ha puesto nerviosos a sus directivos con crónicas o críticas que no eran halagüeñas. En El mejor oficio del mundo aparecen afinidades (Juan de Pablos, Carlos Tena), y desencuentros (José María Íñigo). Se nos desvelan detalles reveladores de personajes como Miguel Ríos, Sabina y Serrat en aquellos tiempos en los que los artistas no tenían que contarnos su día a día. Se cuentan historias a partir de la creación de programas de radio históricos como Diario Pop y de Popgrama, la primera ventana televisiva que tuvo la música rock aquí. 

¿En qué momento empezó a transformarse el periodismo musical para convertirse en una hoguera de vanidades? Posiblemente, en el mismo momento en que las redes sociales dieron vía libre a la estupidez para que campara a sus anchas. El periodismo musical, además, siempre se ha caracterizado por carecer de filtros. Cualquiera puede hacerlo, aunque seguramente, cualquiera no podría publicar un artículo sobre el constructivismo y soviético o la influencia de James Joyce en escritores como Don de Lillo. O tal vez sí, uno ya no puede estar seguro de nada. Al final, lo que parece primar es escribir para decir en Facebook que has escrito y que, a la postre, nadie lea tu artículo, pero se ponga a debatir sobre el tema en cuestión. Hoy, este trabajo se antoja muy sencillo. Basta con buscar información en Google, hincharse a escuchar canciones en Spotify o ver vídeos en YouTube. Pero, creedme, es mucho mejor saber de lo que uno está hablando, además de que el contexto se entiende mejor si lo has vivido y, en el caso de que no haya sido así, te esfuerzas por estudiarlo y analizarlo. Un artículo firmado por Manrique se caracteriza siempre por una sabiduría cimentada en la era analógica, por una cultura general enorme, por un espíritu crítico alimentado por el hecho de llevar cinco décadas ejerciendo esta profesión y ser alguien que ha estado ahí y ha hecho esto, eso y lo otro, cosas que hoy existen ya solamente en libros como el suyo. 

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