VALÈNCIA. Banda sonora: La Consagración de la Primavera de Stravinsky.
Daniel Abad, de Aspe, director de la orquesta de cámara de la Comunitat Valenciana, tiene una inquietud que lo reconcome: retirar las barreras que a modo de diferencias sociológicas distancian a un público mayor de la música sinfónica. En términos mercadotécnicos, aumentar la demanda en una oferta con aspiración de retorcerse fluida entre géneros y enclaves imprevistos.
Su rol, como director contemporáneo, detona los corsés. Interpela al propio sector musical, pero como derivada lo hace con el público: no os van a quedar excusas para pisar un recinto donde suene música clásica. El rugido es especialmente pertinente para València, con una musculatura que debería facilitar la oportunidad de encabezar la difusión de orquestas por vías imprevistas.
Abad Casanova, nueva pirueta, se ha propuesto llevar la música a donde no le llaman. Si el público no va al auditorio, el auditorio irá al público.
La charla, que comenzó con Beethoven y la primavera, culmina con Eminem, Avicii y Rosalía. Ups, qué ha pasado aquí. No es más que la confrontación inevitable en cualquier arte ante un marco fragmentado donde las audiencias son como agua escapando entre las manos.
Se le lanzan algunas cuestiones fundamentales para entender esta transformación. Él, en el centro de la escena, las recoge.
El preámbulo
“Desde el momento en el que me envían la partitura del concierto, abrirla ya es el ritual en sí. Profundizo en la época y en la obra del compositor, profundizo en su vida para, en el ensayo, poder transmitir místicamente ese contexto que él quería trasladar. En el ensayo la regla básica es que no hay un buen director si no ha creado un buen grupo técnico y humano, el director es otro músico, solo que su instrumento es la orquesta. Te tienes que bajar un escalón, estar al mismo nivel que el resto”.
El día del concierto
“Me gusta estar por la mañana con mi familia, concentrándome en otra cosa. Una hora antes estoy solo en el camerino, repasando mentalmente. Cuando llega el momento, dirigimos para los músicos pero también para todo el público, trascendemos la técnica, debemos emocionar, que no haya una pared entre la orquesta y el público, que todo el que esté esa noche se sienta interpelado. Tras el concierto, hay una carga emocional, una intensidad. Para que salga todo bien todos hemos tenido que dar lo mejor de nosotros mismos”.
Superar el ritual
“No podemos seguir presentando la música clásica con el mismo enfoque o ritual que hace doscientos años. Debemos empezar a presentarla de una manera disruptiva y desacostumbrada para llegar a todo tipo de audiencias, sin perder un ápice de rigor y excelencia interpretativa.
La música clásica tiene un mensaje muy poderoso que debe llegar a todo tipo de audiencias sin abandonar la que ya tiene. Pero no podemos transmitirla con el mismo enfoque que hace 200 años. He pasado por todos los estilos musicales, aunque mi día a día ha desembocado en la clásica. Por tanto entiendo que quien viene a un concierto debe venir con el mismo entusiasmo que va a ver un grupo de rock. No hay más que escuchar la Consagración de la Primavera de Stravinsky para comprobar las similitudes”.
Su misión
“Una sinfonía de Beethoven es atemporal, seguirá siempre viva porque trasciende nuestro tiempo. Lo que tenemos que hacer es presentar la obra musical con un enfoque acorde a los tiempos en que vivimos. Utilizar todos los recursos –tecnológicos o comunicativos– para acercar al público de hoy la belleza de la música clásica en todo su esplendor”.