VALÈNCIA- Recuerdo el primer LP que compré. Sería por el 76. Franco ya andaba más frío que el retrete de una autopista en invierno. Compartía clase con Rafa Cervera, que en la actualidad es un reconocido crítico musical y que suele colaborar con acierto en algún lugar de esta revista. Un día le pedí consejo sobre algún disco, pa’ comprarlo, pues quería introducirme en eso de lo de la música moderna. Porque en mi casa entre óperas, zarzuelas y algo de la tuna, pues como que no, que si quería ser un rebelde por ese camino lo tenía complicao.
Rafa me recomendó cualquier disco del por entonces molón Elton John. Así que lo apunté a modo de chuleta y, tras sisar cincuenta pesetas a mi madre, a la caza que me fui con aquella sabrosa información. ¡¡¡Yo quería introducirme en el mundo de la música, joder!!! Sería final de curso porque por entonces veraneaba en Godella y recorrí tol pueblo en mi bicicleta Orbea tocagüebos, buscando un lugar donde vendieran discos. En una tienda de electrodomésticos encontré uno que se llamaba Peter Lee canta éxitos de Ton Jones y Engelbert Humperdinck. Estaba claro: había escrito mal el nombre y ese tipo era al que mi amigo se refería. Enchufé el tocadiscos y… ohhhhh sorpresa, mi madre tarareaba todas las canciones. Algo no estaba bien, que le den a esto de la música. Poco después robé en unos grandes almacenes el Meidinllapan de Dipparpel. A mi madre le daba miedo, así que ahora sí que sí que me convertí en un tocapelotas. Aún conservo las dos maravillas, y a mi madre también, toda guapa que es ella.
Soy coleccionista de música. Tengo unos cuantos miles de LPeses y otros tantos CDeses que en su momento fui escogiendo uno a uno. Ahora no sirven para nada, pero tuvieron su momento de gloria. Esos conocimientos forman parte de ser quien soy y me dan fundamentos para entender a músicos, hijos y críticos. Todos y cada uno de ellos los escogí porque tenía la necesidad de que acompañaran una ocasión de mi vida. Momentos en los que había que reflexionar y ser selectivo para incentivar el sentido del oído y el del todo. Son la puta banda sonora de mi película, y muy necesaria. Soy por mis recuerdos, o algo así dijo García Márquez, famoso piloto de Moto F1.
La selección musical funciona en una doble dirección: como participación del sentido del oído en alguna situación, y como ejercicio mnemotécnico para recordar cada uno de esos ratos imprescindibles: el primer beso, la primera teta, las primeras cien pajas, el primer desastre… Yo elegía qué hacer sonar en cada ocasión. Por suerte, o desgracia, me acuerdo más de los momentos ridículos, sorprendentes o extraños. Menos mal, porque el resto son de un moñordo que avergüenzan. Si pudiera cambiar algo de mi vida lo cambiaría, incluso la vida entera, que ya puestos... Pero la banda sonora la dejaría, que siempre fue de lo más acertada.
Ahora me molesta la música. Se acabó el tiempo de cuando la escogías. Ahora te la embuten, te la invaden y no puedes esconderte de ella. Ya no la eliges, es gratis. Ahora solo me interesa el silencio, y es difícil conseguirlo.
Por cierto, Franco anda ahora más caliente que en el 75. Los LPes de Elton los destruí cuando dedicó una canción a Leididí. Lo de sisar se me pasó pronto, de haber continuado ahora sería un mal político bien colocao. Lo de Fredi Mércuri fue una enfermedad y sigue siéndolo. Sigo la búsqueda diarreica del silencio, la prudencia y el sosiego. Aunque en algún momento incluiré en mi memoria la música del Adolfo Wagner de ApocalipsisNou, a ver dónde me lleva.
*Esta opinión se publicó originalmente en el número 43 (mayo/2018) de la revista Plaza