VALENCIA.¿Viva el espectáculo¡ Muchos se asustan, pero el Consell Valencia de Cultura, máximo órgano consultivo en materia cultural de la Generalitat y reconocido como tal en el Estatuto d’Autonomia, no puede seguir más tiempo así. Y menos con dos imputados en sus filas y otros muchos miembros más de procedencia política. Esto ya no se sostiene. O lo refundan con seriedad, o que lo cierren. Pero más esperpentos como los de Consuelo Ciscar y Vicente Farnós, pues…Santiago Grisolía, su actual presidente, sabrá o algo dirá. Estamos ansiosos.
En esas estábamos cuando el Consell Valencià de Cultura (CVC) era creado en 1985 por el entonces conseller de Cultura, Ciprià Ciscar –tiempos de gobierno socialista bajo presidencia de Joan Lerma– como órgano “fiscalizador” y “consultivo” del nuevo Gobierno de la Generalitat Valenciana. Eran otras circunstancias y existían otras necesidades. Más bien estaba todo por hacer. Su labor debía consistir, originariamente, en actuar como ente normalizador y legitimador de la batería de propuestas culturales que se iban poniendo sobre la mesa.
En sus orígenes y primeros lustros de evolución figuraron grandes nombres de la Cultura, la Ciencia e incluso el Derecho o la Iglesia. La lista tenía peso por sí misma. Era incuestionable. No necesitaba de nada más ni de menos, aunque todos los nombres tuvieran su ideología personal. Aún así, su “independencia” orgánica del poder político se sustentaba en los completos currículum personales de cada uno de sus miembros. Su primer presidente fue el poeta Juan Gil-Albert.
Durante sus primeros años navegó con cierta independencia de cátedra e intelectual. Uno, que dedicó muchísimas horas a seguir sus debates, leer sus manifiestos e informes y presenciar sus ásperos debates, sobre todo aquellos años en los que el conflicto lingüístico ocupaba horas y horas, vio pasar por allí numerosas caras. Existieron momentos buenos y malos; interesantes y muchos más aburridos, aunque otros de mucho nivel y de gran crispación, hasta que la cosa se fue torciendo. Fue con el cambio de Gobierno.
Al CVC le pusieron la cruz una mañana en la que ufanos y felices se personaron sus 21 miembros en el Palau de la Generalitat para entregar al recién llegado President Eduardo Zaplana su memoria anual de conclusiones y recomendaciones. Siempre punzantes, por qué negarlo. Aquel documento tenía tantas cargas de profundidad política y una gran sucesión de críticas a la incipiente gestión cultural del nuevo Ejecutivo que el propio Zaplana abandonó el pleno protocolario a la carrera y sin intervenir después de escuchar todo lo que le dijeron, que fue mucho y duro. Pero reflexionó interiormente: “Hasta aquí hemos llegado; me van a decir estos qué tengo que hacer con RTVV o con la lengua”. Aunque después se aprovechara de ellos para que le desatascaran el conflicto lingüístico -la conocida como Batalla de la Lengua- pero después muy poco más.
Fue terminar con ese proceso, al que a alguno le llegaron a atizar en plena calle, para el que el CVC comenzara a languidecer, esto es, para que no le hicieran más caso a ninguno de sus informes e incluso no le llegaran a propone ningún otro más de forma oficial, salvo los preceptivos por ley para la declaración de Bienes de Interés Cultural (BIC). Llegó incluso a estar más que largo tiempo sin que sus miembros fueran renovados como marca su reglamento, lo que fue un ejemplo evidente de lo poco que le interesaba a la Administración autonómica y a unas Corts por entonces sometida al rodillo de la mayoría absoluta, contar con ellos. Estaba todo dicho.
Por el CVC ha pasado todo tipo de personas. Hoy es una institución politizada y además alberga en su amplia mesa de plenos a dos imputados: Consuelo Ciscar, enviada al organismo para darle una salida compensatoria y menos ruidosa por su “destitución” al frente del IVAM temiéndose muchos lo que se avecinaba,
y Vicente Farnós, exresponsable de Castelló Cultural, imputado a su vez en una de las piezas del Caso Gürtel. http://valenciaplaza.com/cultura-despide-a-vicente-farnos-como-respuesta-a-su-imputacion-en-el-caso-gurtel
El resto, salvo raras excepciones, han sido cargos políticos o politizados. Vean si no la nómina. Y que me disculpen todos ellos. Pero la cuestión es que el CVC ha llegado a un punto de extrema gravedad y a una situación límite.
Apenas unas horas después de que se hiciera pública la imputación de Consuelo Ciscar, el propio secretario de la institución, Jesús Huguet, manifestaba que pese a la gravedad de la situación la decisión de abandonar el ente por el asunto antes referido era personal ya que la entidad no puede cesar a ninguno de sus miembros si no está condenado e inhabilitado. Pues qué imagen más solemne y proteccionista. O decadente, por ser suaves. Tan sutil ha sido el Secretario Autonómico de Cultura, Albert Girona. O sea, bronca.
Llegados al inimaginable extremo actual, el asunto está más que claro: o les Corts cambian con urgencia la ley para que otra de nuestras instituciones recogidas en el Estatut d’Autonomia no se vea sonrojada por el esperpento, o refundamos el CVC a la carrera, esto es, si hay que llegar hasta el extremo, lo disolvemos, y aquí paz y a hasta estos días, cierta gloria. O si no, le damos de verdad seriedad, vinculación institucional a sus informes y rigor, algo ya muy complejo de conseguir, porque además nos cuesta un pico, muy pico. Pero esto no puede continuar así más tiempo. Y con su Presidente, ausente.
Ni el CVC puede seguir poniéndose deberes personales, creando comisiones, ponencias y organizando seminarios para mostrar una actividad de la que luego nadie hace caso de sus conclusiones, ni puede ser más tiempo un espacio de refugio político y menos aún de imputados, aunque todos respetemos la presunción de inocencia. Pero en eso se ha convertido. Llegar hasta estos extremos de descomposición social, cultural y política sólo es comparable con el esperpento vivido desde hace meses y ayer mismo. Y ojo, la función no ha hecho más que continuar. Por eso se ríen.