El Teatro Principal de València acoge hoy 'Juguetes Rotos', una conmovedora pieza sobre la transexualidad y la identidad de género que ha recabado muy buenas críticas tras su estreno en Madrid
VALÈNCIA. Después de interpretar en la televisión a un “tontaina” entrañable durante once años –el inolvidable Coque de Aquí no hay quien viva-, Nacho Guerreros sintió la necesidad imperiosa de cambiar de registro. Todo lo que llegaba a sus manos eran papeles cómicos, de modo que acabó buscándose el drama por su cuenta. El actor riojano, nacido en Calahorra hace 47 años, se puso el “sombrero” de productor y acudió a una vieja amiga; la guionista y directora teatral Carolina Román, conocida por piezas como En Construcción o Adentro. “Decidí asumir el riesgo y echarme a la aventura, aprovechando la comodidad económica que me había garantizado mi trabajo fijo en la televisión, que es un privilegio en una profesión con tanto paro”. Guerreros quería contar una historia sobre el acoso y la exclusión social –un problema que él mismo sufrió en sus carnes cuando era un niño-, pero Román llevó el encargo más allá, transformando el texto en un alegato a favor de la libertad de identidad sexual. Juguetes Rotos comenzó siendo un monólogo, pero acabó incluyendo en el reparto a Kike Guaza, quien interpreta a Dorín, un transexual del mundo del espectáculo que guía los pasos del protagonista cuando éste llega a Barcelona para poder vivir, vestir y hablar como una mujer.
“Este proyecto propone una reflexión sobre la identidad sexual, centrada particularmente en las décadas del 60 y 70, como contrapunto del presente; un período de cambio social que redefinió lo que hasta entonces los cánones sexuales señalaban como “normal” –describe la dramaturga argentina afincada en España-. Porque en este entramado social que compartimos hay muchas personas que no solo no terminan de “encajar”, sino que ven afectadas sus vidas por un sistema de valores que recién ahora comienza a reconocer su legitimidad, a permitirles una vida más allá de los escenarios, que fueron su refugio durante décadas”.
La obra, que hoy jueves se representa en el Teatre Principal de València, dentro de la programación del Festival Tercera Setmana, no solo pretende relatar las dificultades añadidas que tenían que atravesar los transexuales y homosexuales durante el periodo franquista, sino que se pregunta dónde quedaron aquellas personas que tuvieron que reprimir su verdadera sexualidad. En el proceso de documentación y preparación de los personajes, Guerreros y Román contactaron con la Fundación 26 de diciembre, que fundamentalmente atiende a personas mayores del colectivo LGTB. Los responsables de esta organización les desvelaron una realidad terrible. “Nos dijeron que apenas hay transexuales vivos de aquella época; la mayoría se suicidaron al no poder soportar la situación”, explica el protagonista a CulturPlaza.
En la función, Nacho Guerreros encarna a Mario, un chico que se siente mujer desde pequeño, pero que no encuentra comprensión en su contexto familiar rural y conservador. Corren los años sesenta, una época oscura regida por normas marginadoras como la Ley de Vagos y Maleantes (algunos de cuyos párrafos son leídos en directo ante los espectadores). En ese mundo no hay cabida para alguien como Mario, que decide abandonar el hogar y huir al anonimato de la gran ciudad. En Barcelona conoce a Dorín (Kike Guaza), una transexual vinculada al mundo del varieté y la prostitución. Son los reductos de supervivencia a los que se veían abocadas las personas de su condición. Ante él se abre un dilema: entregarse de lleno al espectáculo o esconderse bajo el disfraz de un ciudadano corriente.
“En aquella época era prácticamente imposible mostrarte tal y como te sentías, porque te ibas directamente a la cárcel. Pero aunque ahora los transexuales y homosexuales puedan vivir en un contexto despenalizado, muchas de las cosas que se relatan en esta obra siguen siendo muy reales desgraciadamente”, razona Guerreros. “Todavía un sector amplio de la sociedad que no respeta a los demás. Estamos en una involución perenne, en todos los sentidos. No hace falta más que ver redes sociales como Twitter, en las que no hay libertad expresión en absoluto. Aunque sigas lo que piensas de forma educada y argumentada, siempre hay alguien dispuesto a lapidarte. Hemos avanzado un poco, pero nos quedan décadas por delante”.
Nacho Guerreros conoce bien el mundo de la exclusión social, que afecta a un perfil de personas de lo más arbitrario. Hace un año, el actor riojano publicó el libro Yo también sufrí bullying, en el que compartía su tortuosa experiencia en el instituto. “Este problema existe desde que el mundo es mundo, y los padres tienen gran parte de la responsabilidad. Hoy en día, en el caso de los niños trans, hay cada vez más padres que defienden la felicidad de sus hijos por encima de lo que piensen los demás, pero desgraciadamente todavía hay muchos otros que agravan el problema al no consentir que sus hijos se sienten en el colegio junto a niños diferentes. Los padres cada vez pasan menos tiempo en casa con sus hijos, les dicen que sí a todo y los sobreprotegen. Hacer eso es poner el germen de un adulto injusto en el futuro. Suelen pagarlo después, cuando sus hijos llegan a la adolescencia y son personas que no soportan el fracaso y lo pagan con el primero que ven”. Guerreros quiso registrar su experiencia personal en un libro porque “sé que Aquí no hay quien viva la ve mucha gente joven, y quería que sirviese tanto a posibles víctimas como a acosadores. No lo hice con afán de venganza hacia mis dos acosadores de la época del instituto, pero es cierto que me quité un peso de encima al escribirlo. Paradójicamente, gracias a esas vivencias negativas encontré el valor que necesitaba para dejar el instituto e irme a Madrid a perseguir mi sueño de ser actor, en lugar de convertirme en delineante, que es para lo que iba encaminado en un principio”.
Después de doce temporadas en antena, Guerreros ha vuelto a su origen, el teatro. En esas lides ha interpretado todo tipo de papeles, el más destacado de los cuales fue el de Bent, obra de Martin Sherman dirigida por Gina Piccirilli, por la que fue nominado al mejor actor de teatro en 2005 por la Unión de Actores. “Uno de los riesgos que corría con esta obra era que el público no pudiese quitarse de la cabeza a mi personaje televisivo. Mucha gente sigue viendo en mí a Coque, cuando éste no existe. Soy actor y puedo interpretar cualquier cosa”, recalca.
La aventura le ha salido bien. En su estreno en el Teatro Español de Madrid, esta obra intimista cuya escenografía se reduce a un entramado de jaulas de gran potencia metafórica, llenó la sala noche tras noche, consiguiendo ovaciones del público y críticas muy positivas por parte de la prensa. “Hemos sido los primeros sorprendidos por el éxito de Juguetes Rotos. El teatro caprichoso, por eso tiene algo de mágico”.
La producción de LaZona y Teatro de la Abadía se podrá ver del 2 al 4 de febrero