Desde hace casi un año vivimos tiempos inéditos, que recordaremos el resto de nuestras vidas, por culpa de la covid-19. A principios de enero era una extraña enfermedad en una lejana ciudad de China, que en nada nos preocupaba porque lo que a todos nos quitaba el sueño (incluido al presidente) era que Podemos entrara en el Gobierno; un mes después, con las primeras cancelaciones en el Mobile World Congress de Barcelona, era una gripe un poco más fuerte que solo afectaba a las personas mayores. Solo justo después de terminar la manifestación del 8M ya tuvimos encima una pandemia. Lo que se había negado hasta la extenuación arrasó el discurso oficial de un Gobierno que no entiende que ni con todas sus estrategias ni su poder mediático pueden tapar tanta realidad que nos llega hasta el día de hoy, a las puertas de un 2021 que estamos deseando que llegue y se acabe esta pesadilla.
No puedo definir este año de otro modo. Solo una semana después del Dia de la Mujer Trabajadora se decretó el mayor estado de alarma que ha conocido la democracia, un confinamiento durante meses y la suspensión de todo cuanto estamos acostumbrados, empezando por las Fallas, siguiendo por las Hogueras de San Juan y hasta el Día de Todos los Santos. Nada ha sido lo que conocimos. En medio, una estrategia inconexa de un Gobierno echado a la distracción y propaganda, repartiendo carnés de demócratas mientras la oposición ha mostrado la responsabilidad de la que han carecido nuestros mandatarios.
A las pruebas me remito. Primero, mando único; después una desescalada política disfrazada por un comité de expertos fantasma (recordemos la lotería de las fases los viernes por la tarde que nos tenían pegados a la tele para ver si podíamos ir al pueblo de al lado a comer o a ver a los amigos), seguida por la fiesta de una vacaciones igual de fantasmas porque nuestro sector turístico ha languidecido sin ayudas de una ministra del ramo tan desparecida como el astronauta en la Luna. Así, hasta una segunda oleada en septiembre, en la que el Gobierno cambió por completo su planteamiento de la primera y se apartó para que las comunidades decidieran como pudieran porque el esfuerzo del presidente, vicepresidentes y ministros se centraban en aliarse con ERC y Bildu para hacerlos partícipes de la “dirección del Estado”.
Así hemos llegado a Navidad. Soy consciente de que, a pesar de que la única esperanza nos las han dado la menospreciada industria farmacéutica, todavía queda mucho recorrido y también soy la primera que asume que estas fiestas no podrán ser iguales a las de otros años. La canciller de Alemania Angela Merkel lo dijo hace unos días en el Parlamento alemán respecto a las restricciones: «Lo siento de corazón, pero si el precio a pagar son 590 muertes al día, es inaceptable». ¡Ay, cuánto echamos de menos en España un presidente a la altura de Merkel, que hable como adultos a su población!
Confío en la responsabilidad individual de los españoles para reducir las reuniones, las comidas con compañeros de trabajo y compromisos al mínimo. Todo, con la necesidad de evitar contactos y aislar en la medida de lo posible la propagación del coronavirus. Confío porque los ciudadanos han demostrado estos meses estar por encima de nuestros gobernantes.
Sin embargo, a pesar de todo, les digo que necesitamos la Navidad. No hablo de regalos, comilonas o excesos varios de Nochevieja. Me refiero al verdadero espíritu de estas fiestas: unión, recuerdo, amistad y familia. Aunque sea a través de la pantalla del móvil.
Nos hemos ganado un respiro sin que nadie nos meta miedo, ni de la enfermedad ni del vecino con la bandera de España en el balcón o que hable en la lengua de sus padres, que no tiene por qué ser la misma que la de los míos. Pido una tregua política estos días, si quieren no entre nosotros, pero sí con nuestros compatriotas. Yo estoy dispuesta a darla; a centrarme en el teléfono para buscar a aquellos amigos que hace meses que no puedo ir a ver y llamarles; enviar los regalos a mis sobrinos y dejarme llevar de nuevo por las playas de mi Orihuela.
También pondré una vela, no solo por mis faltas, sino por todos aquellos hogares a los que se les ha quedado una silla vacía y, en lugar de ir a la Misa del Gallo, les rezaré un Padrenuestro mientras observo la estrella de Belén. Porque estas fiestas también son recuerdo, aunque lo que más queremos es olvidar este 2020 y pasar página pronto, aunque pienso que lo responsable es acordarse de todo para aprender y no repetir errores.
Sean cuales sean sus Navidades, solo les deseo que sean las que ustedes quieran. Siempre Felices Fiestas.