Habrá que decirlo más claramente: La inmigración no tiene solución. Es un fenómeno histórico repetido infinidad de veces con consecuencias diversas para los que estaban permanentemente en una zona que de pronto, o poco a poco, iba llenándose de otros pueblos, otras tribus. A veces en son de paz y otras destruyendo a su paso lo que encontraban para apoderarse de las pertenencias que encontraban. Ganaderos contra agricultores, guerreros contra residentes, campesinos contra urbanitas, navegantes contra permanentes. Y en esta dinámica muchos pueblos se han asentados o desaparecidos para siempre. Un repaso rápido a los movimientos de pueblos nos muestra la dinámica de las emigraciones que se extienden hasta la actualidad. La permanencia de las comunidades en un territorio está ya suficientemente acreditada pero no así su evolución demográfica. Ha costado siglos constituir los estados y naciones en que se divide la Tierra. Son 194 países reconocidos por la ONU y en su mayoría permanecen estables.
El continuo debate sobre la emigración en los países desarrollados ha adquirido una dimensión universal. Es probablemente el problema más acuciante que tienen la Unión Europa, EEUU, Canadá, Australia, o Nueva Zelanda, países receptores de un flujo constante de inmigrantes que esperan conseguir instalarse en esos lugares para lograr superar sus condiciones de pobreza y tener esperanza de futuro. En otras épocas la cuestión no alcanzaba las dificultades actuales. La emigración europea a América desde finales del siglo XIX fue un elemento para el desarrollo de esos territorios. Italianos y españoles poblaron Argentina, irlandeses, centroeuropeos, griegos e italianos se instalaron en EEUU, chinos e indios se instalaron en los países del Pacifico sudamericanos.
Y dentro de Europa la población mediterránea del Sur se trasladó al Centro y Norte europeo (Francia, Suiza y Alemania) para suplementar la falta de mano de obra ante la catástrofe demográfica de la II GM. La colonias asiáticas y africanas fueron desapareciendo y se constituyeron nuevos estados que tuvieron acceso a la formación de sus antiguos colonizadores. Al principio no hubo grandes problemas pero posteriormente esa masa de emigrantes fue penetrando en el tramado social productivo de esas sociedades. No siempre hubo integración y se extendieron zonas en las grandes ciudades para acoger a los inmigrantes. Así ocurrió en los suburbios de Londres, París, Nueva York, Los Ángeles, Chicago, etc.
El crecimiento demográfico en Asia, Oriente Medio y África junto a la expansión de las comunicaciones estimularon la huida masiva de sus habitantes. África, por ejemplo, tendrá según cálculos unos 1.000 millones de habitantes en el 2050. Esa letanía de que habrá que estimular el crecimiento de los países desarrollados o en vías de desarrollo para que pudieran salir del atolladero económico ha tenido poco resultado efectivo ("No les des pescados enséñales a pescar"). El sacrificio de las generaciones se pudo mantener durante un tiempo como ocurrió en la Unión Soviética de Stalin, pero la gente tiene una vida y quiere aprovecharla en el tiempo de la misma.
En los países desarrollados, con un índice de natalidad cada vez más bajo (España tiene la natalidad más baja de Europa después del Vaticano), se predica que es necesario contar con los emigrantes para mantener el sistema productivo: ¿Quién va a recoger las aceitunas de los 'arboles retorcidos'? Pero claro, quieren que los que vengan se adapten a los usos y costumbres de los españoles. Pero no resulta fácil desprenderse de la cultura de origen como saben bien los europeos cuando emigran. Y entonces surgen las protestas, los discursos biempensantes a la solidaridad y las diferentes alternativas para conseguir una inmigración los más adecuada posible. Hagas los que hagas lo lamentaras decía Kierkegaard. Empezando por ahí a los mejor se puede acordar medidas que palien el problema por encima de los mecanismos que hoy por hoy resultan poco eficaces.