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ANÁLISIS | LA CANTINA

Yamal, Alcaraz y disfrutar de la vida

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VALÈNCIA. Estoy en la ducha y escucho la conversación entre dos compañeros del gimnasio. Hablan de Torre Pacheco y, mientras me froto las axilas, uno le comenta al otro que es “muy fuerte” lo que está pasando. Creo que esperaba otra respuesta de su interlocutor, pero la frase de vuelta es muy clara. “Es que los putos moros…”. El primero, al ver que no va a conseguir hacer entrar en razón al segundo, tira por la vía del sentido común. “En cualquier caso esas no son las formas. No podemos tomarnos la justicia por nuestra mano”, suelta como para tender un puente que el otro tira abajo al instante. “Hombre, pues algo habrá que hacer, ¿no?”. Derrotado, el más sensato de los dos se despide educadamente y sale por la puerta del vestuario. Pero el segundo, insatisfecho, le grita en voz alta para que le escuche a pesar de haber salido: “Tenemos que defender nuestra patria”.

Me quedo con la boca abierta. El supuesto patriota, o fascista, es un tipo que tenía por sensato. Un hombre educado, de los que saluda al entrar y al salir, de los que te cede el paso cuando vas a por un disco de 10 kilos y de los sonrientes. Un hombre que nunca da la nota. Pero detrás de esa piel de cordero se escondía un lobo.

Las apariencias a veces engañan. No hay más que ver el cumpleaños de Lamine Yamal. Un festejo hortera para presumir de dinero por un chico de 18 años y todos sus amigos o simplemente conocidos. Vi unas fotos en el ‘As’ que me dejaron perplejo: todos los jugadores del Barça con gafas de sol en un sitio oscuro. Pero, sobre todo, Lamine Yamal lleno de collares y pulseras con piedras preciosas. Ostentación a granel. Lo veo y siento rechazo, aunque luego pienso que cada uno puede hacer lo que quiera con su dinero y con su vida. Pero no me imagino a Iniesta, Messi o Casadó montando una así.

Marc Casadó gasta fama de tacaño en el vestuario del Barça. Él dice que no es derrochador. “Soy el más agarrado del vestuario, pero sin duda”, reconoce entre risas. No le gusta gastar por gastar y, además, el club le da un coche, un móvil y casi todo lo que necesita. El centrocampista cuenta que no deja propina casi nunca y que cuando va al pueblo y sale a cenar con los amigos, cada uno paga lo suyo.

Yamal es otro rollo. A él sí le gusta derrochar y celebrar a lo grande. Cuando le preguntaron por la fiesta por su 18 cumpleaños dio una respuesta tan sencilla como contundente. “Yo trabajo para el Barça, juego para el Barça, pero cuando estoy fuera de la Ciudad Deportiva disfruto de mi vida y ya está”.

El documental sobre Carlos Alcaraz es un poco rollo, pero deja un mensaje que resulta sorprendente. El murciano quiere ser mejor que Rafa Nadal, Roger Federer y Novak Djokovic, aspira a ser el mejor de la historia, pero no a cualquier precio. Se niega a ser un esclavo del deporte. Él quiere ser el número uno pero tener tiempo para disfrutar de la vida. Y después de ganar Roland Garros no negocia escaparse a Ibiza con los amigos antes de regresar en Wimbledon con la idea de volver a ser el campeón.

El valenciano Juan Carlos Ferrero, su entrenador, no comparte este planteamiento. Le da igual que, cuando pise la hierba, sea competitivo. El ex número uno del tenis piensa que si quieres ser el mejor de la historia tienes que consagrar tu vida única y exclusivamente al tenis.

Yo lo entiendo todo y no entiendo nada. Si yo llego a ser una estrella del deporte estoy seguro de que, con 18 años, no me hubiera disfrazado de rapero ni hubiera contratado a enanos, pero sí me hubiera llevado a los míos a alguna parte y lo hubiera celebrado a lo grande. Tampoco hubiera renunciado a esos pocos momentos de dispersión y hasta de excesos en mitad de tanto sacrificio y tanta renuncia. Pero ahora que sé que la vida te suele dejar tiempo para disfrutar después, creo que si volviera a tener 18 años y el talento para brillar en el deporte, viviría como un franciscano. 

Está muy bien irse de jarana con los tuyos en la cubierta de un yate. Y tiene que ser maravilloso invitar a tus amigos al mejor club de Ibiza. Pero no puedo ni imaginarme lo que debe ser ganar el punto definitivo en la central de Wimbledon. O marcar un golazo en la final de la Champions.

Aunque seguro que ellos, desde su juventud, tienen otra perspectiva y pensarán: ¿Y por qué no tenerlo todo? No les falta razón, claro.

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