Basta haber leído un poco o haberse interesado mínimamente por la historia para saber que, al igual que sucede con Narnia, “los países catalanes” no existen. Son un lugar imaginado, una entelequia, un concepto geográfico que reside en la ensoñación de unos pocos iluminados. Los países catalanes son a la imaginación de los independentistas y nacionalistas con ideario pancatalanista lo que Narnia a la fantasía de los niños, sólo que en este caso hablamos de imperialismo, de absorber territorios de otras Comunidades Autónomas o, incluso, de otras naciones, como en el caso de Italia, Francia y el conjunto de Andorra, bajo el pretexto de que en ellos se comparte y habla el mismo, supuesto idioma. Es más, en su afán por sostener el “mito”, llegan a cambiar la historia y sostener que Jaime I de Aragón el Conquistador “creó lo que denominamos países catalanes”. Si supieran algo de Historia, o, sabiéndola, no fueran unos caraduras, nos contarían la verdad: es imposible que Jaime I hablara en esos términos, toda vez que no fue hasta 1962, más de siete siglos después, cuando el valenciano Joan Fuster se inventó el término “países catalanes” que hoy guía al independentismo catalán.
Hace unos días, la Mesa del Senado de España desestimó la solicitud de que no se tramitaran aquellas iniciativas que evitaran referirse a la Comunidad Valenciana por su denominación oficial. Con su decisión, la Mesa de la Cámara Alta (conformada por el PNV y el PSOE) ha abierto la posibilidad de que se usen denominaciones no oficiales -como “País Valencià” o “Països Catalans”- para referirse a nuestra tierra, ignorando de esta forma lo establecido en el Estatuto de Autonomía de la Comunidad Valenciana.
Dice el Senado que no hay nada establecido en el Reglamento de la Cámara, y no existen fundamentos jurídicos que respalden la prohibición. Sin embargo, las Cortes Generales deben cumplir y hacer cumplir las leyes que ellas mismas elaboran -como la Ley Orgánica 5/1982 de Estatuto de Autonomía de la Comunidad Valenciana-, aparte de respetar las sentencias del Tribunal Superior de Justicia de la Comunidad Valenciana de 2005 y 2012 donde se desestima la denominación “País valenciano” por entender que contradice el Estatuto de Autonomía.
El artículo 1 del Estatuto de Autonomía de la Comunidad Valencia establece que “El Pueblo Valenciano, históricamente organizado como Reino de Valencia, se constituye en Comunidad Autónoma, dentro de la unidad de la Nación española, como expresión de su identidad diferenciada como nacionalidad histórica y en el ejercicio del derecho de autogobierno que la Constitución Española reconoce a toda nacionalidad, con la denominación de Comunitat Valenciana.”
Obviar el contenido de nuestra máxima norma constituye una falta de rigor a la historia y a la identidad de los valencianos, alicantinos y castellonenses. Y no lo debemos tolerar, ni pasar por alto, ni decir que no tiene importancia, porque la desidia y el hastío que este tema pudiera generar será el mayor grave error que cometamos jamás.
Cada paso adelante del nacionalismo pancatalanista importa y debe ser confrontado, porque se enmarca dentro de una hoja de ruta para exportar su rodillo ideológico a otras Comunidades Autónomas.
En las últimas semanas, por ejemplo, estamos asistiendo a episodios muy preocupantes protagonizados por la asociación catalana ‘Plataforma per la Llengua’, que ha promovido el señalamiento público de profesores universitarios valencianos que dan sus clases en castellano, así como de los comercios cuyos trabajadores no hablan valenciano.
Es muy triste y preocupante que asociaciones como ‘Plataforma per la Llengua’, que ha sembrado la cizaña hasta romper la convivencia en Cataluña, se haya instalado en la Comunidad Valenciana para hacer lo propio, subvencionada, además, con dinero público por parte de PSPV, Podemos y Compromís.
La agenda independentista en nuestra Comunidad avanza al ritmo marcado y deseado por algunos de nuestros representantes, altos cargos y mandatarios. El que fuera Conseller de Transparencia hasta 2019, Manuel Alcaraz, ya por los ochenta, abrazaba el postulado fusteriano de “llamarnos valencianos es nuestra forma de llamarnos catalanes”. Actualmente, la Vicepresidenta Mónica Oltra confiesa que emplea el término “paísos catalans” cuando está “entre amigos”. Pero también tenemos al señor Marzá, actual Conseller de Educación y Cultura, que riega -a base de subvenciones- con dinero de todos los valencianos a entidades separatistas para que digan que “L´Albufera es un lago dels països catalans”.
El Sr. Marzá es conocido también por decir que “sin Valencia, no habrá independencia catalana”. Y no podemos olvidar a la senadora de Compromís, Dolors Pérez, reconocida defensora de proceso secesionista catalán, que afirma que “los valencianos no somos españoles”.
Los mismos partidos nacionalistas catalanes que denuncian una supuesta imposición del Gobierno de España pretenden imponer su cultura y su idioma en la Comunidad Valenciana, Islas Baleares y determinados territorios de Aragón y Murcia. De esta manera pretenden obviar y subsumir la identidad diferenciada, la riqueza cultural propia de la Comunidad Valenciana.
Desde Ciudadanos instamos al Senado de España y al resto de cámaras parlamentarias autonómicas a que actúen con rigor y seriedad y solo acepten a trámite escritos o iniciativas que usen el término oficial establecido en el Estatuto de Autonomía de la Comunitat Valenciana en lugar de ocurrencias, denominaciones inventadas o inespecíficas, poco concretas y de libre interpretación, como Narnia o países catalanes. Cualquiera que sepa un poco de mitos, sabrá que la riqueza de estos se basa en la certeza de que no son reales, pero encierran moralejas que nos interpelan desde hace milenios. El problema, como hemos visto con el nacionalismo, radica fundamentalmente en que inventa mitos para legitimar un pasado que no existe y se los acaba creyendo, justificando sus acciones en una historia inventada. Frente a la superstición de los mitos, quienes conocemos bien sus mentiras, debemos aprender la moraleja de lo que han supuesto estos nacionalismos fanáticos. Y, con esa lección bien aprendida, no rendirnos ni ponernos de perfil ante sus proclamas. Porque una mentira es una mentira, la diga Agamenón o su porquero. Esto también lo aprendimos en los mitos homéricos.