Menudo golpe de efecto. Tenemos a la horda de opinadores diciendo que Vox se acaba de hacer el harakiri político, vislumbrando el principio del fin de la formación de Santiago Abascal. Sin embargo, nada más lejos de la realidad, creo que han sabido dar un impulso al proyecto, marcar la diferencia en un tiempo en el que los dirigentes políticos parecen pegados con super glue a la poltrona. Ese desprendimiento y olvido del goloso y pegajoso pegamento de moqueta son toda una muestra de higiene democrática. Tengo que decirles que me ha sorprendido esta decisión kamikaze, siempre he escrito y dicho por activa y por pasiva, eso es lo que al menos demostraban en su rosario de acciones, que a la mayoría de los dirigentes de Vox lo único que les movía era el carguito; me han callado la boca, al menos de momento. Pongo en cuarentena el cierre de cremallera porque podríamos estar ante una argucia para potenciar su base de votantes, para marcar un perfil aterrizado y alejado de la antigua política pastelera. Quién sabe si aprovecharán el empuje de Le Pen y de sus no tan malos resultados en Francia para asentarse en la política nacional.
La que se ha liado por los menas, algunos dirán que ya están armando follón antes de pisar suelo español (permítanme esta broma de humor negro). Llevamos meses con el asunto migratorio estando en el centro, la atmósfera es consciente de lo corrosivo que puede ser el error en la gestión de la capa de ozono que protegerá a nuestro ecosistema de la contaminación populista. Se debate mucho al respecto de las políticas de acogimiento, de que debemos hacer con los menores no acompañados, con sus padres, con sus abuelos, con sus primos y con sus amigos, pero, sin embargo, en realidad, en lo más profundo de la voluntad política no hay ninguna intención de solventar el problema. Pedro Sánchez critica a las Comunidades Autónomas, los barones del PP critican al presidente del Gobierno por en teoría no tener ninguna política migratoria, sin embargo, nadie parece atreverse a enseñar la patita y señalar a la Unión Europea. Se preguntaba Carlos Mazón por la estrategia migratoria del gobierno central, yo me pregunto qué plan tiene la Comisión Europea comandada por Populares y Socialistas para solucionar la disyuntiva.
No se hacen más que poner parches en manos de unos políticos con complejo de Macgyver burocráticos pero no se abona el germen desde la raíz. La semana pasada pregunté en una tertulia televisiva que si Pedro Sánchez podría salvar África, y aunque parezca una cuestión distópica a veces da la sensación de que pretendemos que un país entero refugie a todo un continente. No pretendo abusar del recurso de la hipérbole, pero sí que es verdad que me genera incredulidad percibir cómo no se pone ningún tipo de medio para revitalizar los países de origen mientras calmamos nuestra conciencia occidental con acciones caritativas de Scout. En lugar de preguntarnos qué hacemos con miles de familias deberíamos reflexionar qué esperamos de civilizaciones enteras. Hace unos cuantos años Pablo Casado tuvo la ingeniosa idea de proponer la creación de un Plan Marshall para el continente africano y todo el mundo se le echó encima; a diferencia del plan de Harry Truman de 1948 es que, si entonces había un interés sistémico en que los países derrotados de la Guerra Mundial no cayeran en el paraguas voladizo del comunismo, ahora al sistema parece no interesarle que el territorio del que se nutren de materias primas prospere y esos bienes sean más caros. A sabiendas, intentamos calmar nuestras melancólicas conciencias con solidaridad a pequeña escala renunciando a revolucionar el mundo en toda su extensión.
El político que por sí mismo piense que va a meter a todo un continente en un trozo de tierra es un iluso. Ni Carlos Mazón ni Pedro Sánchez van a ser los protagonistas de la versión moderna de Memorias de África.