La voz del consumidor / OPINIÓN

"No les deis pescado, enseñadles a pescar"

19/12/2024 - 

Hay frases que la vida convierte en profecías. Las recientes imposiciones de la Unión Europea sobre la pesca de arrastre en el Mediterráneo me han transportado a recordar un lema parecido al del título que encabeza este artículo, que solía repetirse en campañas misioneras o de ayuda a los países más desfavorecidos, y que hoy parece una premonición. Lo que entonces era un mensaje esperanzador sobre desarrollo y autonomía de los pueblos con menos recursos, se ha materializado décadas más tarde de forma literal: nos quitan pescado (al reducirse las capturas) y nos enseñan a pescar (atendiendo a sus criterios de sostenibilidad).

La coincidencia es tan precisa como amarga. Aquel mensaje, que pretendía impulsar la autosuficiencia en los países del llamado tercer mundo, se materializa hoy en nuestro litoral de forma paradójica. La UE, cual misionero contemporáneo, no solo restringe nuestro acceso al pescado, sino que además nos instruye sobre la forma correcta de obtenerlo. La analogía es perfecta en su crueldad: menos pescado y más lecciones sobre cómo pescarlo.

Esta doble acción -restricción y reeducación- reproduce fielmente aquel viejo paradigma de las relaciones norte-sur. La diferencia radica en que ahora somos los países mediterráneos quienes recibimos esta particular forma de evangelización pesquera. Se nos dice cuánto podemos pescar y cómo debemos hacerlo, siguiendo criterios establecidos en despachos lejanos a nuestras costas, donde quizás nunca han experimentado sensaciones como las que se viven al contemplar la llegada de los barcos a puerto o el espectáculo que ofrecen las pescaderías con el producto recién capturado.

Lo paradójico de la situación alcanza nuevas cotas cuando consideramos que estas condiciones no llevan consigo la restricción de las importaciones de pescado provenientes de países con normativas menos estrictas. Es decir, no solo se cumple el no les deis pescado, enseñadles a pescar, sino que además se añade un corolario no escrito: y mientras aprenden, que compren el pescado a otros. La lección de sostenibilidad se convierte así en una clase de dependencia económica.

El impacto de esta política va más allá de lo económico. La variedad de especies que tradicionalmente ha caracterizado nuestra gastronomía se reduce, y con ella, una parte fundamental de nuestra identidad cultural. La dieta mediterránea, patrimonio inmaterial de la humanidad, se ve así amenazada en uno de sus pilares más valiosos.

La ironía alcanza su cenit cuando recordamos que aquellas campañas misioneras pretendían fomentar el desarrollo autónomo de los pueblos, mientras que las actuales medidas parecen conducirnos hacia una nueva forma de sometimiento. Ya no dependemos de la caridad, sino de las importaciones; no de las donaciones, sino de las decisiones tomadas en lugares alejados de nuestras realidades costeras.

¿No es acaso esta situación la materialización más literal de aquel lema, pero despojada de su intención original de empoderamiento? Se nos restringe el acceso al recurso (no nos dan pescado) y se nos impone un modelo de explotación ajeno a nuestra tradición (nos enseñan a pescar de acuerdo con sus criterios).

La verdadera sostenibilidad debería construirse desde el conocimiento local, desde la experiencia acumulada durante generaciones de pescadores que han sabido mantener el equilibrio entre explotación y conservación. En lugar de ello, nos encontramos ante una nueva forma de paternalismo que, como aquel lema trasnochado, pretende enseñarnos lo que ya sabemos, pero nos impide practicarlo según nuestra propia sabiduría, transformándolo en algo más parecido a no les deis pescado, dadles caña.