Uno de los mayores hitos históricos del movimiento obrero es, sin lugar a dudas, la huelga de La Canadiense de 1919 a partir de la cual se logró la jornada laboral de 8 horas. España fue el primer país europeo en implantarla. Hoy en día es considerada de forma unánime como una de las grandes victorias de los trabajadores en la lucha por sus derechos. Sin embargo, lo que no es tan conocido es que ésta fue el resultado de un acuerdo entre la patronal, el gobierno y la Confederación Nacional del Trabajo. Aquel acuerdo fue anunciado por su secretario general, Salvador Seguí, en un mitin en la plaza de toros de Barcelona con la presencia de 20.000 trabajadores. Fue una decisión que no estuvo exenta de críticas y tensiones internas. Había en aquel momento muchos militantes que consideraban que aquello era simplemente una concesión sin efectos prácticos para neutralizar el riesgo de una revolución social.
No pretendo con esto establecer paralelismos indebidos sino simplemente recordar que la historia del movimiento obrero nos demuestra que los avances sociales son a menudo producto de una negociación y que la capacidad negociadora se funda en la combinación de fuerza y persuasión. Lograr avances concretos hoy a través de la negociación no significa renunciar a lograr avances mayores mañana. Más bien al contrario, por modestos que parezcan los logros alcanzados, estos pueden permitir acumular más fuerzas para alcanzar otros mayores. Mejorar la capacidad de negociación de los sindicatos y mejorar las condiciones laborales aunque sea de manera limitada, es lo que puede permitir afrontar futuras negociaciones en una posición de mayor fortaleza.
La referencia histórica también sirve para reflejar algo más. Los militantes de la CNT que criticaron a Salvador Seguí, podían ofrecer un horizonte alternativo: nada más y nada menos que la revolución social. Esa amenaza era precisamente lo que permitió que cedieran la patronal y el gobierno. Quienes hoy se oponen desde la izquierda a la reforma laboral ¿qué alternativa plantean? ¿Ninguna? Bueno, quizá eso también sea merecedor de sus críticas siempre afiladas y mordaces. Y yendo un paso más allá, cuando se amenaza con votar en contra de la reforma laboral en el Congreso, ¿sobre quien pende esa amenaza? ¿La posibilidad de que se mantenga en vigor por entero la reforma de 2012 asusta a la patronal? No lo parece. ¿Asusta a los partidos reaccionarios? Todo lo contrario.
Sigamos con las preguntas: ¿Esta es la reforma laboral que hubiéramos deseado? Inequívocamente no. ¿Es beneficiosa para los trabajadores? Inequívocamente sí. Durante las últimas semanas se han publicado análisis muy exhaustivos sobre el contenido de la reforma laboral. Algunos de ellos excelentes han sido enormemente críticos con sus carencias. El problema no es criticar sino confundir la política con la moralización, es decir, llegar a un punto en que ya no se trata de los defectos de la reforma sino de enjuiciar a quienes la han sellado. Una vez cruzado ese umbral, la cuestión ya no son los contenidos, de lo que se trata es de castigar a quienes la han aprobado. Esto nos deja en una situación en la que lograr avances limitados tiene un coste político mucho mayor que no lograr ningún avance en absoluto. ¿A dónde nos conduce esa lógica?
Quizás venga bien ganar un poco de profundidad y de perspectiva. Esta misma semana, cuando todavía no se ha convalidado la reforma laboral en el Congreso, ya se está planteando desde los sindicatos y desde el Ministerio de Trabajo una nueva subida del Salario Mínimo a 1.000€. Hace tan solo 4 años estaba en 735€. En tan solo dos años se han prohibido los despidos por enfermedad, se ha aprobado una Ley Rider pionera en Europa, se ha fortalecido la inspección de trabajo y se ha aprobado un mecanismo de igualdad retributiva que persigue la discriminación de las mujeres. Esto se produce además en el marco de una caída del desempleo sin precedentes en la que, por primera vez, está aumentando el peso de los contratos indefinidos respecto de los temporales. Un último dato: aunque hasta ahora haya pasado desapercibida, no hay que olvidar la próxima Ley de Empleo que supondrá una gran transformación de las políticas activas que serán cofinanciadas con los Fondos europeos de reconstrucción.
Hace dos semanas tuvo lugar en el Círculo de Bellas Artes de Madrid un acto con la presencia de Yolanda Díaz y del economista francés Thomas Piketty alrededor del incremento de las desigualdades sociales. En aquel acto ambos coincidieron en dos grandes cuestiones que están ganando actualidad. Por un lado, la reforma fiscal progresiva comprometida por el Gobierno de coalición que debería presentarse este mismo año. Por otro lado, la cuestión de la democracia en las empresas: tanto el impulso del cooperativismo como la participación de los trabajadores en los consejos de administración siguiendo el modelo alemán y sueco.
Con todos los límites y salvedades que se quieran apuntar lo cierto es que los trabajadores en España están en una senda de recuperación de derechos. No hay muchos países en nuestro entorno de los que se pueda hacer una afirmación semejante. Por lo tanto de lo que se trata es de robustecer esa dinámica social. Criticar los límites de la reforma laboral puede ir en esa dirección pero también apoyarla para consolidar lo logrado y apretar para que se logren mayores avances en adelante.
Salvador Seguí fue asesinado por los pistoleros de la patronal en 1923, tan solo 4 años después de haber logrado que se aprobara la jornada laboral de 8 horas. Nuestros adversarios no temen nuestra intransigencia, temen nuestra inteligencia. En aquel mitin en la plaza de toros de Barcelona en 1919, el Noi del Sucre apeló a “la concordia y la sensatez” de los trabajadores para apoyar al comité negociador de la CNT. Quizás a muchos hoy les parezcan palabras fuera de lugar pero a menudo estos son también valores revolucionarios.
El Ejecutivo autonómico llega a un acuerdo con el central por el artículo que todavía permitía los contratos por obra y servicio, que chocaba con la reforma laboral