VALÈNCIA. Liars, que son un grupo neoyorquino de corte experimental, y por ello dado al exceso y las sorpresas, sacaron hace unos años una canción que, anticipando la apoteosis del estribillo, lanzaba al vacío esta frase: Facts are facts and fiction’s fiction. Los hechos son hechos y la ficción es ficción. Si ya sabemos que la leche es blanca y el petróleo es negro, ¿qué gracia tiene que alguien se ponga a gritarnos que la realidad es la realidad y la ficción es solamente eso? A mi humilde entender, uno de los hechos que definen a este nuevo siglo en el que parece que no acabamos de entrar cuando lo cierto es que se nos está tragando sin que nos enteremos, es el límite cada vez más diluido entre realidad y ficción. Los que venimos del siglo XX nos resistimos a aceptar lo que implica vivir en este, porque en el fondo allí se estaba mucho mejor, pagábamos en pesetas y el apocalipsis era algo propio de la Biblia y las pelis de catástrofes. Así que preferimos instalarnos en un espejismo que no es más que otra consecuencia de esa aplastante realidad que no somos capaces de ver. Existen sobrados indicios de que, como no seamos capaces de poner solución a los desaguisados que nosotros mismos hemos montado, difícilmente lleguemos llegamos al siglo XXII. Pero los hechos dicen también que hay un sector de la población mundial que prefiere convertir la realidad en ficción simplemente para convencerse de que tienen razón y de paso, convencer de esto mismo a sus vecinos y cuñados. Son los que te dirán que la leche es negra y el petróleo blanco con tal de proteger sus intereses o de tener una coartada para seguir odiando algo o a alguien, aunque eso signifique que el mundo explote pasado mañana. En el siglo XXI, la ficción ha contaminado la realidad y a ver quién es el chulo que cambia eso.
Parece que esta tendencia vaya exclusivamente ligada a quienes votan a Trump o a Bolsonaro; o a los que aseguran que España se rompe, como si este país fuese una cáscara de un huevo, y piensan que estampándose la bandera hasta en los calzoncillos y las bragas ya está todo resuelto. En ese saco caben también quienes te meten en el ojo el asta de cualquier otra bandera –estelada o senyera, ikurriña o estadounidense-, para que te quede claro que hay pueblos que son mejores que otros. Y también se puede presumir de pensamiento progresista y vivir en una falsa realidad hecha a medida y alimentada por clamor de las redes sociales y todas esas voces dispuestas a adherirse a alguna opinión o causa cuando sea y cómo sea. El caso es sulfurarse. El caso es ignorar la realidad porque mientras haya alguien dándome la razón, sería absurdo hacer lo contrario. Lo que no entiendo es ese empeño en llamarlo posverdad y devaluar tanto ese término tan rotundo que es mentira.
El otro día, el compañero Juan Puchades, fundador y responsable de Efe Eme, se quejaba con toda la razón de que no llevábamos ni diez días sumidos en este nuevo año y ya habían salido varios artículos sobre las canciones más plagiadas. Como si en esta era de memes y megainformación, el plagio no precisara ser analizado desde un nuevo enfoque. Insistir a estas alturas de que Nirvana se valieron de un riff de Killing Joke para hacer uno de sus mejores singles es, simple y llanamente, estúpido. Construir información a base de residuos e informaciones que ya están emplazadas en fuentes como la Wikipedia o la web oficial del artista de turno es una forma moderna de tomadura de pelo y de crear nubes humo que distraen de lo que realmente importa. Pero consumir esa información y quedarse satisfecho con ella es todavía peor. Los informativos y los grandes diarios se han llenado de este tipo de desechos y los hacen pasar por algo interesante, algo real, cuando en realidad no son nada. Mientras tanto, en nuestros móviles y tabletas, las llamas consumen Australia y el Amazonas. Si la cosa ya pintaba mal para revertir el cambio climático, a partir de ahora ya pinta peor, gracias a todos los que lo hicieron posible. Pero oye, como estamos en la década de los 20, igual surge un nuevo Valle Inclán, y de paso otra Generación del 27, aunque es más probable que cada diez minutos alguien siga refiriéndose a David Bowie como el camaleón, o que a base de machacar una y otra vez con lo mismo, terminemos creyendo que Queen aportaron de verdad algo medianamente interesante a la historia.
No es que la realidad se haya acabado, es que hemos hecho todo lo posible para dudar de ella. Parece que esto sea patrimonio de una minoría, pero no debe serlo tanto cuando esas personas votan a presidentes como Trump o partidos como Vox. ¿Alguien recuerda el dicho difama, que algo queda? Pues si cuestionas la realidad con mentiras, el problema que había que solucionar aumenta porque ahora, además, hay que combatir la falacia de que tal problema no existe. La violencia de género no existe, es solo una excusa de un puñado de histéricas que lo único que quieren es humillar a los pobrecitos varones. Si las mujeres se mueren es porque son muy exageradas y les gusta asestarse puñaladas a sí mismas o prenderse fuego, a ser posible delante de sus hijos, que es más emocionante. Las personas trans no son lo que sienten que son, son lo que a un obcecado se le meta entre ceja y ceja que tienen que ser. Y nosotros, los pobres y desvalidos valencianos, vivimos bajo la constante amenaza de la invasión catalana, que no queremos darnos cuenta, pero aquí hay conspiración y de las gordas. Tenemos a todos nuestros gobernantes locales conchabados para que nos roben los fartons y se instaure la calçotada obligatoria por toda la región. Ríete tú de Independence Day. Y por supuesto, ahora que gobierna, la extrema izquierda está a punto de salir para comerse cruda a la pobre gente de este país que vaya vestida de Armani. Ah, y lo de Rosalía es todo un montaje, vive metida en su casa y se cree que Coachella es un mercadillo de su barrio. Los hechos son hechos y la ficción es la ficción. Y como cantaba Bowie en la canción ‘Reality’, ahora mi muerte es más que una canción triste. Me temo que sólo así, cuando no hay más remedio o ya es demasiado tarde, aceptamos lo que es la realidad.