Las democracias avanzadas se caracterizan por un estricto respeto a las instituciones y la separación de poderes: son aburridas y muy formales en este sentido. Hay unas pautas marcadas y unas mismas reglas de juego para todos a la hora de confrontar puntos de vista, a la hora de la discusión política. El mismo día que Pedro Sánchez anunció a los españoles a través de "X" una pseudodimisión en diferido, lacrimógena, como de culebrón venezolano, el portavoz del PSOE en el Congreso, Patxi López, sentenció en la citada red social eso del "No pasarán", el grito de guerra acuñado por Dolores Ibárruri, La Pasionaria, en el final de la Guerra Civil, con Madrid asediada por las tropas sublevadas contra La Segunda República. Si le preguntáramos a muchos jóvenes, y no tan jóvenes, qué es eso del "No pasarán" tal vez nos llevaríamos la sorpresa de que no tienen ni p*** idea del tema. O bien porque ya no se estudia en la ESO o bachiller, o bien porque estamos en un proceso de neo-analfabetismo funcional, o bien porque no han visto las pelis de Vicente Aranda.
"No pasarán", en boca de una persona templada, exlendakari, como es López, es sorpresivo, chirría con su perfil. Y, lo más importante, es una apelación sentimental, muy sentimental, en apoyo de su amado líder, lo digo con exceso de retranca. Licencia hiperbólica. No voy a entrar al detalle del docudrama que hemos vivido estos días: recomiendo encarecidamente el exhaustivo análisis que escribió ayer en este mismo periódico Guillermo López García, Ese Perro enamorado de sí mismo.
Las apelaciones sentimentales son necesarias en estados de emergencia (pandemias, guerras y ese tipo de cosas). También son sanas cuando la selección española gana un mundial de fútbol o cualquier otro trofeo internacional. O cuando Carlitos Alcaraz derrotó a Djokovic el verano pasado en Londres; una gesta. Nos eleva la autoestima como ciudadanos y como país. O cuando un cineasta gana un Oscar. Y poco más. La perversión de Patxi López es sacar a pasear el sentimiento, como si se tratara de una saeta de la Semana Santa ."No pasarán", anacrónico y extemporáneo, lo mismo que cuando Pablo Iglesias entonó en una noche electoral el "A galopar...", un poema (menor) de Rafael Alberti en tiempos de guerra. "A galopar hasta enterrarlos en el mar". Iglesias, el mismo que sometió a las bases de Podemos a un referéndum, ojo, para que le avalaran desde un punto de vista ético la compra de Galapagar. Insólito, como el insólito gatillazo del presidente del Gobierno.
Al grano. Lo que se ha construido estos días de gloria y pasión a raíz del sainete de Pedro Sánchez es una narrativa populista; la confrontación de los buenos contra los malos y saltándose las instituciones democráticas a la torera. Donde tenía que haber expresado sus dudas Pedro Sánchez, con el pretexto del supuesto acoso judicial a su esposa, es en el Congreso de los Diputados, emblema de la soberanía nacional. Y donde tenía que haber comunicado su decisión de quedarse es en el Congreso de los Diputados, nunca en una audiencia ante el Jefe del Estado. Y donde tenía que reclamar el respaldo que reclamó es en el Parlamento, a través de una cuestión de confianza. No en Ferraz para que los ministros y militantes soltaran lágrimas de cocodrilo (María José Montero, la hooligan mayor del Reino, se puso las botas). No. Eso es populismo de manual. Lo explicó el otro día magníficamente en El Mundo Manuel Arias Maldonado en el mejor análisis de los trescientos o cuatrocientos que he leído estos días. Maldonado: "Sánchez quiere presentarse como la encarnación directa de la voluntad colectiva que él mismo está llamado a personalizar". Aún no sabía el columnista que se quedaba, y que... ¡Va a optar a seguir siendo el candidato socialista para las próximas generales! Del cero al infinito. Y sigo porque me toca.
El Gobierno, sustentado en un bipartito PSOE/Sumar, tiene la obligación política de rebajar el tono. Primero por higiene democrática. Segundo porque al ciudadano corriente y moliente le importa un pimiento las reyertas verbales que se llevan entre manos los unos y los otros. Tercero, porque eso genera desafección, cuando no aversión, al sistema: justo lo que pretende la ultraderecha. Digo de la obligación primera del PSOE porque es quien está en el Gobierno gracias a una mayoría parlamentaria heterodoxa, que no progresista (¿Desde cuando la derecha xenófoba de Junts es progresista?) Digo también de Sumar: hace cuatro días Rita Maestre, de Más Madrid, llamó nazis a los concejales de la derecha por la pretensión de otorgar la medalla de honor a la comunidad judía de Madrid. Nazis. Que barbaridad por Dios. Rita embelleciendo el nazismo a costa de la tragedia de Gaza. Elena Benarroch a la hoguera. La misma que fue musa del PSOE durante dos décadas y amiga personal de Felipe González.
Es el PP quien en segundo lugar tiene que bajar el tono. En segundo lugar o a la par. Núñez Feijóo no puede estar preso de sus talibanes ni de las ocurrencias de los mismos, ni con el miedo permanente de que Ayuso amague con un golpe de estado interno (cuando se le pase el sofoco de lo de su novio). Tiene que marcar distancias de la derecha ultramontana de Abascal. No eran estrictamente necesarias las leyes de concordia que se están gestando aquí, en la Comunidad Valenciana, en Castilla-León y Aragón. Ni siquiera por contentar a Vox (que ya está en el pesebre). Ni debiera entrar el PP en descalificar a los relatores de la ONU muy críticos con las leyes de concordia. El silencio es una forma de elegancia. Tampoco es necesario perseguir a Carlos Mazón, o a cualquiera del PP que se ponga a tiro, para que diga lo obvio: que Franco fue un dictador. El PSOE está en modo de búsqueda y captura de un desliz. Hiperventilan. Y así todo; un bucle extremadamente tóxico. Un bucle sentimental y muy torticero. ¿Quién gana? Las actitudes populistas; blanco o negro, sin matices intermedios. ¿Quién pierde? La democracia, formal, institucional y aburrida.