València a tota virolla

No te enfades Guastavino, pero aquí está tu calle

Cuando una calle es un símbolo. En este caso de la relación tirante entre Guastavino y su ciudad, València

14/11/2020 - 

VALÈNCIA. Entre La Pepica y Lanzadera, entre el paseo Neptuno y La Marina, está Guastavino. La calle Arquitecto Guastavino. Donde sigue el rastro de uno de los arquitectos más wow del universo. Más estrafalarios. Más entrepreneurs. Más de todo. Y más valencià, claro, a pesar de que salió a la carrera, después de una vida incipiente en el entorno de la Plaza de la Reina. La manzana en la que vivió, limítrofe a Tapinería, ya ni existe.

Guastavino tiene una calle. Y qué calle. Tanto bien para que luego me den esta calle, pensaría el arquitecto de las bóvedas. Nacida frente a los Docks, en ese entorno punzante de aduanas, la calle desaprovecha la carga poética del personaje y ni tan siquiera se ondula cual bóveda. Es una recta pelada que justo cuando va a retorcerse desaparece para dar paso a la de Font Podrida, paralela a Dr.Lluch.

A Guastavino -no te enfades- parece que han querido castigarle, elegir la calle con el menor significado, arrinconarle en la inopia urbana de una línea trazada al azar. Y sí, en efecto, qué elitismo, qué clasismo, pretender discernir jerarquías entre las calles. ¿Qué habría que darle a Guastavino? ¿Una gran vía? ¿La calle de Colón? ¿Una plaza bien tocha con busto en su honor?

El colegio de arquitectos le ha dado su nombre a la tienda librería (y qué tienda); Berta de Miguel junto a Kent Diebolt ha escrito el libro Immigrant architect, Rafael Guastavino and the american dream, ilustrado por Virginia Lorente; Javier Moro ha narrado su vida en su nueva obra, A prueba de Fuego; El País Semanal publicaba hace pocas semanas una aproximación al arquitecto. Guastavino, mon amour. Fiebre por Don Rafael.


Unos años antes, Endora y Eva Vizcarra filmaron el documental El arquitecto de Nueva York. Hace seis, decía justo aquí Vizcarra: "Qué poder de seducción tenía. Era un hombre que tomaba riesgos en su vida y en su obra. Es alucinante lo que lo admiran en Estados Unidos”. Y la arquitecta Berta de Miguel -una de las grandes artífices de su despertar público-, esto otro: "Guastavino llega a Estados Unidos con 40 años y sin saber inglés convence a arquitectos del nivel de McKim, Mead & White para incluir bóvedas en sus edificios. Adapta una técnica centenaria a las necesidades de una nación creciente vendiéndola como una solución contra el fuego. Patenta el sistema, con lo que sólo él podía construirla. En las siguientes cuatro décadas entre su hijo y él participan en más de mil edificios”.

De Miguel y el ingeniero de la Universitat Politècnica Gabriel Pardo, iluminaron desde Broadway a un personaje así de extremo con La Historia de Rafael Guastavino. Ya entonces, desde 2011, Pardo se estremecía: “la primera vez que escuché sobre él no salía de mi asombro, no entendía cómo es prácticamente desconocido en España. Cuando me vine aquí me di cuenta que es un personaje histórico que marcó un estilo en la arquitectura estadounidense".

Guastavino -hagamos un resumen ultrarrápido- fue un hijo de ebanista que anduvo hasta los 17 años por el entorno de la calle Verónicas, en los márgenes de la Plaza de la Reina de València. Fruto de una familia de 14 hermanos, la mitad murieron al poco de nacer. Se marchó a Barcelona a casa de sus tíos. Dejó embarazada a la hija que ellos habían adoptado. Se casó a toda prisa. Se enamoró de la niñera de sus hijos, Paula Roig. Escándalo en la Barcelona burguesa. Se vio obligado a marcharse para poner pies en polvorosa. Antes emitió alguna que otra letra fraudulenta. Se apropió de algunos fondos indebidos. Mientras se derrumbaba su vida, se fue junto a Paulina a Nueva York. 1881. Su mujer y sus hijos pusieron rumbo a Argentina y nunca más volvieron a reencontrarse.


Y allí, con toda en contra, un poderoso fogonazo. Pone en práctica la técnica infalible, la bóveda tabicada. Pero pasan de su cara. En pleno contexto de incendios múltiples en las grandes ciudades estadounidenses, Guastavino tiene una idea: ¡fuego! "Una vez los edificios estaban acabados",  narraba Eva Vizcarra, "les prendía fuego y llamaba a la prensa. ¿Hay algo más fallero? Quería demostrar que eran resistentes al fuego". Convence a McKim, Mead & White. Se funda la Guastavino Fireproof Construction Company. Nace un verdadero imperio.

Entonces, de nuevo, la calle Guastavino de València. Un pequeño símbolo en línea recta de la relación distante de la ciudad con uno de sus arquitectos más exitosos, más revolucionarios. Es estéril analizar una foto fija porque justo ahora está en movimiento. València, gracias al esfuerzo individual de una cuadrilla de guastavinistas, por fin comienza a pedir la patria potestad de su arquitecto.

Pero resulta inevitable pensar en una ciudad repleta de hombres y mujeres fascinantes, identidades muchas de ellas que vivieron València en ausencia, desde otros destinos, y que, sin embargo, apenas forman parte de la historia que la ciutat se cuenta a sí misma… y de paso a las demás.

La calle Guastavino no es el problema. En fin, una calle con una placa y un nombre. El problema son todas las calles que no llegan a él. ¡Por un papel protagónico de Guastavino en València!

Al paso por la calle, una pintada: ¡Ojo! Chivato suelto.