EL PEOR DE LOS TIEMPOS / OPINIÓN

No temamos a la inversión extranjera

Confiemos en nuestras propias capacidades y aprovechemos las ventajas que nos ha proporcionado nuestra integración en Europa y la apertura global

15/05/2016 - 

A pesar de nuestra experiencia como sociedad, existe una tendencia a desconfiar de las ventajas que, desde el punto de vista económico, tiene la apertura al exterior. El proteccionismo siempre retorna con fuerza, especialmente en los períodos de crisis. No deja de ser contradictorio, puesto que España ha sido siempre y continua siendo, sin embargo, uno de los países más europeístas de los veintiocho actuales miembros de la UE. Según el último euro-barómetro España sería el país donde sus ciudadanos se sienten más identificados con la UE, excluyendo a los nuevos miembros.

El pasado lunes día 9 celebramos el Día de Europa, al conmemorar la “Declaración Schuman” realizada el 9 de mayo de 1950 por el entonces ministro francés de exteriores, Robert Schuman. Ello daría lugar a la puesta en común de la producción de carbón y acero, fuente tradicional de conflicto entre Francia y Alemania, con la creación de la CECA (Comunidad Económica del Carbón y del Acero) en 1951 y, posteriormente, a otras instituciones que acabarían constituyendo la hoy llamada Unión Europea.

En este año 2016 cumplimos 30 como miembros de la UE. No somos uno de los países fundadores, pero compensamos nuestra menor veteranía con entusiasmo europeísta, como muestran las encuestas. Formar parte de la UE supone la libre circulación de productos, personas, capitales y el libre establecimiento. Durante estos años hemos procedido a desmantelar una buena parte de nuestras barreras exteriores y, en la actualidad, vivimos en una economía muy abierta. Por todo esto resulta contradictorio que nos encontremos, de manera cada vez más frecuente, con voces de alarma o con resurgimiento del proteccionismo cuando se trata de recibir inversión extranjera directa en nuestro país.

Puede entenderse que, en el punto álgido de la recesión y debido a la altísima tasa de desempleo española, pueda preocupar que las empresas españolas pierdan posiciones competitivas por el riesgo que supone para el empleo local. Sin embargo, me parece muy difícil de justificar (como no sea recurriendo a instintos primarios que hagan renacer el miedo inconsciente a lo diferente o a lo desconocido) que a estas alturas se rechacen y se consideren poco deseables algunos proyectos de inversión extranjera en España. Cuando se utiliza el término Inversión Extranjera Directa se está haciendo referencia a flujos de capital mediante los cuales una empresa de un país crea o amplía una empresa en otro país. Por tanto, no se trata de actividades especulativas, sino todo lo contrario: tienen importantísimos efectos de arrastre en términos de empleo y crecimiento.

Durante los últimos 30 años España ha cambiado de forma dramática su posición en el mundo como receptora de inversión extranjera pero también como inversor extranjero en el resto del mundo. En términos del PIB, tanto la inversión recibida como la realizada en el exterior han ido aumentando de manera progresiva, como puede verse en el gráfico 1. Con datos de 2014, el valor del stock de inversión extranjera en España (es decir, la inversión acumulada) suponía un 51% del PIB, esto es, algo más de medio billón de euros. Por otro lado, la actividad de las empresas españolas en el exterior no es nada desdeñable: en 2014 el stock español en el extranjero era de un 44% del PIB doméstico. En época reciente, de hecho, es frecuente encontrar años donde los flujos de inversión española fuera de nuestras fronteras son superiores a las entradas de inversión extranjera (gráfico 2).

Por ejemplo, en 1999 entraron capitales por valor del 2.96% de nuestro PIB, mientras que empresas españolas invirtieron un 7.01% en otros países. Fue precisamente en vísperas de la creación de la zona euro cuando despegó la inversión española en el exterior. Ello significa que, muy lejos de perjudicarnos, nuestras empresas han respondido a la mayor integración, a las ampliaciones sucesivas de la UE y a la cada vez mayor apertura al exterior aumentando su internacionalización, exportando e invirtiendo más. Cuando España invierte en otros países también está creando riqueza en ellos, diversifica sus mercados y logra beneficios más allá de nuestras fronteras. ¿Qué puede haber de malo en que otros países inviertan aquí?

Los bajos tipos de interés y el abaratamiento generalizado del crédito resultado del nacimiento de la zona euro no siempre ha dado lugar en España a inversión productiva. De la misma forma que en otros países periféricos, en su lugar, una gran parte del crédito se destinó a inversión inmobiliaria en lugar de a inversión productiva. Precisamente en esta situación, cuando el sector privado español ha realizado un progresivo desapalancamiento de sus posiciones deudoras, se hace si cabe más necesario recibir inversión del exterior, puesto que el sector público se encuentra también altamente endeudado y la inversión productiva se halla, en toda la UE, un 20% por debajo de su nivel tendencial a largo plazo. El llamado Plan Juncker es precisamente un intento dirigido desde la UE para recapitalizar Europa, buscando (con el aval y el apoyo público) movilizar la inversión privada.

Alejémonos del aldeanismo rampante que invade algunos despachos y que nubla tomas de decisiones. Confiemos en nuestras propias capacidades y aprovechemos las ventajas que nos ha proporcionado la integración en Europa y la apertura global. Porque, como decía el desaparecido Ministro de Exteriores Fernández Ordóñez cuando le preguntaron si sería ventajosa para España la entrada en la UE: “Sólo sé que fuera hace mucho frío”.

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