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VALÈNCIA A TOTA VIROLLA

Nolla vive, la lucha sigue... en Sumacàrcer: el almacén donde se recuperan miles de piezas de mosaico

Cómo una colla de aventureros, frente a cerca de 80.000 viejas piezas de Nolla, terminó especializándose en la recuperación y clasificación de una cultura del pavimento. 

8/08/2020 - 

VALÈNCIA. En 1922, cuando la gripe española seguía golpeando a la población y el valor de la naranja repuntaba como antídoto vitamínico, en Sumacàrcer, el Conde de Torrefiel abría un almacén para canalizar su expansión cítrica. 

En 2002, cuando al Palau de l’Exposició de València se le sacaba brillo, una colla de tres veinteañeros recientes se encontraba ante decenas de cajas de naranjas, repletas de unas piezas bien duras. ‘Mosaico Nolla, de Meliana’, les decía la contrata. Por delante, como un puzzle infinito, el desafío de montar un damero en el suelo con cerca de 80.000 unidades. Uno de esos tres, Salva Escrivà, en origen restaurador de vidrieras, recuerda el instante: “no sabíamos cómo colocarlo, no sabíamos lo que teníamos. Así que comenzamos contabilizando. Con la ayuda de un par de fotografías antiguas y un amigo delineante, ajustamos el dibujo al material que teníamos”. Siete meses después las 80.000 piezas, el ‘puzzle’, tomaron cuerpo.

2020. En uno de los bordes de Sumacàrcer, rodeado de naranjos formando un manto tupido, Salva, aquel veinteañero del Palau Exposició, trabaja cada día en el viejo almacén agrícola de 1922. Ahora está ‘regando’ una alfombra de piezas Nolla, una geometría encajada. Tras mucho buscar, tras desear naves históricas inaccesibles, fue en Sumacàrcer donde encontró este espacio diáfano de cerca de quinientos metros. Cerrado cuarenta años, hoy ejerce de factoría donde reviven miles de piezas. “Es como una réplica en miniatura de Mosaicos Nolla”; señala Escrivà.

Es, sobre todo, un símbolo de recuperación de un valor patrimonial que quizá ahora, tras generaciones de silencio, rebrota con fuerza. 

Le preguntaban al patriarca Miguel Nolla por la fórmula, de dónde le aquella visión que había revolucionado la manera de diseñar y fabricar cerámica con un estilo nuevo, luminoso; ese prodigio a pie d’Horta Nordvenía . La teoría con más adeptos, desarrollada por José Emilio de Santos, invita a pensar que fue en Inglaterra, en pleno avance de la Revolución Industrial, donde Nolla detecta un porvenir provechoso y consigue que la compañía Minton & Co le descubre el sistema de fabricación. 

La industria que emergió de entre las huertas del camí del Barranquet de Meliana continúa siendo hoy un paraje tranquilo donde la actividad agrícola todavía es vecina de la producción, en una fábrica de reminiscencia británicas que desde hace algunas décadas ocupa el grupo de manufacturas eléctricas Schneider. Hay que visualizar, en cambio, lo que supuso que a mediados del siglo XIX Nolla llenara este paraje de camiones, chimeneas humeantes y centenares de empleados haciendo posible lo inimaginable. Cerca de la carretera de Barcelona y los puertos de València y Sagunto, con mucho terreno y fácil acceso a la materia prima, Nolla se convirtió en uno de los personajes industriales más insólitos del Mediterráneo. Toda la superficie, sin embargo, pertenecía en origen a la familia de su mujer, los Sagrera. Ella, Juana Sagrera, terminó convirtiéndose en una figura relevante en el estudio de la psiquiatría europea. Su caso, de rebeldía frente al orden marital, ha quedado siempre excluído en la historia deslumbrante de la saga. 

Del Palauet Nolla de Meliana al almacén de Sumacàrcer hay cerca de 90 kilómetros. A Salva Escrivà le gusta usar esta expresión para explicar la relevancia de Nolla: “era para el pavimento como lo que Tesla es hoy para los coches. Además de por su visión exportadora que hace que haya Nolla donde no se imagina, resultaba clave la dureza de sus piezas, una cocción a 1.200 grados que facilitaba la limpieza”. 

De su almacén salen creaciones para casas con apellidos como Botín, Andic… Esencialmente, viviendas en Barcelona. Es desde aquí donde recobran la vida viejas piezas desgastadas, abandonadas o extirpadas. Desde derribos, entregas o encuentros casuales. Al almacén entra el material, gente que avisa, que da pistas sobre obras. “Donde no tienen que acabar es un vertedero. Se trata de darles una nueva vida, porque desmontando tres mosaicos antiguos puedes generar uno nuevo del mismo nivel”. Una vez recibidas las piezas se limpian con ácidos. Como en un triaje, se descartan las rotas, se reparan las que todavía tienen solución, se generan algunas de nuevas con una prensa y un horno. Las emplazan dentro de cajas de naranjas organizando cada elemento por colores (hasta nueve), por formas geométricas (partiendo del triángulo, más de sesenta posibilidades) y por tamaño. El muestrario permite el siguiente paso: configurar el dibujo. Trabajando con originales, sin inventar ninguna composición, siguiendo los patrones básicos. Es entonces cuando los mosaicos Nolla, cumpliendo el sueño iniciático del fundador, vuelven a la luz.

Los clientes, a través de decoradores y arquitectos, llegan a Sumacàrcer buscando, principalmente, la autenticidad de una historia. “Mantener o tener un mosaico Nolla hace que la propiedad mantenga su esencia”, indica Escrivà. “Y puede revalorizar la casa. Si te cansas, tápalo. ¡pero no lo arranques! ¡Tienes un material histórico en tu casa!”, insiste.

Quizá nada más ajustado a la cultura del píxel que centenares de piezas que, traídas de otro tiempo, hacen posible una visión nueva. Este almacén imprevisto es una muesca más en un regreso, el de Nolla, cuyas piezas comienzan a encajar. Nolla vive, la lucha sigue. 

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