No es una exageración. Todo lo contrario. Me quedaré corto. Como muchos ciudadanos me siento perseguido desde primera hora de la mañana y hasta bien entrada la noche. Soy de esos a los que le han pillado el teléfono y el correo electrónico, han traficado con ellos sin consentimiento y no dejan descansar. Ya apagué del todo mi línea de telefonía fija por el mismo motivo que, para colmo, continúo pagando, pero no sé cómo han conseguido otras formas de intentar comunicarse conmigo sea la hora que sea aunque sin mí consentimiento.
Que recuerde, en apenas una semana he recibido no sé cuántas llamadas de agentes de telefonía móvil que se presentan como mis agentes personales aunque lo primero que me preguntan es de qué compañía soy y cuanto pago al mes. O sea, son mis agentes personales pero desconocen mis datos. En esta sangría de subidas de luz y gas me han ofrecido decenas de supuestos descuentos en esta guerra comercial que se ha desatado con distribuidoras, reguladoras y comercializadoras de servicios. Me ha llegado también un buen puñado de ofertas de seguros. Para colmo, me han sugerido que cambie mis indicadores IP de servicios de pago telemáticos y de antiguos dispositivos que hace una década no uso y hasta anulé. Sin embargo, nada ha cambiado. Para rematar la faena me ha llegado hasta una amenaza. Se van a hacer públicas unas supuestas imágenes mías subidas de tono si no pago una cantidad a un país africano. Tal cual. Para rematar el asunto, estoy en lista de espera para recibir un paquete de correos que me llega desde EE UU y desconozco haber pedido. Al final me han solicitado un par de encuestas de servicios de supermercados en los que no compro. Guardo todos los datos, según indicación de la policía. Al menos, me tranquilizan las buenas intenciones.
Sin embargo, llevo un par de días llamando a mi nuevo banco ahora absorbido tras un rescate que todos hemos pagado, pero no me acaban de atender. No consideran mis llamadas. Menos aún contestan mis mail. Llevo otras 48 horas intentando hablar con mi centro de salud, aunque sin éxito. Si fuera para pedir una ambulancia por una cuestión de urgencia me sacarían por tanto dentro de una caja.
Esas son sólo algunas de las contradicciones de un sistema que cada día entiendo menos.
Eso de estar en casa por necesidad e intentar ser atento o estar en ello por aburrimiento me ha dado otra lección de vida comercial y abuso sensorial. No es que supuestamente y como dicen estemos “controlados por un chip en forma de vacuna” sino que nos persiguen sin impunidad a cualquier hora, y aunque pidas intimidad o ser borrado de un registro que no interesa para nada, nada cambia. Somos carne de agencias que desprotegen nuestros datos, juegan con ellos y, lo peor, comercializan con nosotros como si fuéramos totalmente idiotas. Y ojo, si pido que me dejen en paz recibo como respuesta que lo reclame por escrito. No tenemos bastante con la pérdida de tiempo que sufrimos. Vamos a más.
Así funciona este país en el que por muchos millares de asesores que tengan nuestros gobiernos, por muchos agencias y asesores de autonomías y el excesivo número de ministerios y consellerias, tenemos que aguantar también una persecución comercial extrema y al mismo tiempo una indiferencia interna de aquellos que viven de nuestros impuestos, pero desatienden nuestras necesidades básicas mientras avisan que nuestra conversación va a ser grabada sin antes reclamar nuestra autorización. ¡Es el colmo de la impostura!
Y en esa nos han llegado, por ejemplo, recomendaciones para que cambiemos los gustos de nuestros hijos a la hora de solicitar regalos de Reyes y hasta nuevas doctrinas de consumo y dieta, como si no existieran profesionales de la medicina. Hasta un ministerio asume nuevas funciones y nos recomienda qué tipo de hamburguesas debemos comer.
Yo creía que ante la inconsistencia de algunos Ministerios/Consellerias regaladas a dedo entre devotos o socios que hace años no pasarían de ser una mera jefatura de servicio y si me aprietan una dirección general algunas funciones se les atribuirían antes para que no nos hicieran perder el tiempo. Nos hemos vuelto una sociedad perseguida en la que nos quieren prohibir desde la gramática hasta el consumo. No sé, por ejemplo, para qué necesitamos un Ministerio de Consumo o de Interior, porque ya no sé de quien depende la Agencia de Protección de Datos salvo un largo comité de integrantes que no actúa pero seguro cobra dietas, si como ciudadanos estamos expuestos a una impunidad comercial salvaje y sin escrúpulos.
Siempre he sido muy celoso de mi intimidad y por ello desconozco quién puede haber facilitado mis datos más personales, salvo consecuencia de algún desliz.
Estamos desregularizados. Somos carne de impostores. Debemos estar atentos a agencias que no sabemos desde dónde nos llaman pero manejan nuestros datos con absoluto libertinaje. ¿Dónde ha quedado el sistema?
Así que, a quienes necesitamos no están con nosotros porque falta personal para atendernos. Trabajamos para aquellos que manejan o guardan nuestro patrimonio, aunque tampoco desean atendernos. O en su defecto, nos “sugieren” que nos rodeemos de nuevas Apps desde las que controlarnos o mendigar con nuestros datos y patrimonio.
Tengo la sensación, además, que nuestros derechos en lugar de avanzar viven un absoluto retroceso. El poder se ha hecho con los pocos cauces de seguridad y confianza que pensábamos haber ganado bien a través de nuestros derechos o los medios de comunicación de confianza.
Desde los ochenta hemos ido perdiendo libertades, pero cada día estamos más controlados y perseguidos mientras se adjudican gastos y dietas que los interventores ponen sobre la mesa aunque se tomen de coña. Como no espabilemos esto se desmorona más de lo que podemos imaginar. Si nadie pone remedio a esa subida impositiva creciente e insaciable en cuanto a gastos y servicios miedo da imaginar a lo que nos enfrentaremos en el futuro próximo más allá de esa decadencia absoluta que nos vigila y persigue pero no soluciona problema mundano alguno. Ni siquiera de salud urgente ya que viven al margen de su propia realidad.
Por cierto, ojo con protestar o reivindicar derechos. Ya no sólo individuales sino colectivos. Y eso que somos lo que dicen una sociedad moderna y sobre todo de mucho progreso. Engañada, por supuesto.
¿Quién vigila a quienes nos persiguen? Nos faltan más agencias, direcciones generales o ministerios para entenderlo. Aún quedan muchos por colocar y contentar. ¡Es el progreso, amigos!