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Parèntesi / OPINIÓN

Nos sueltan

1/05/2020 - 

He visto, oído y leído muchas cosas que me han puesto los pelos de punta durante estas semanas. Hace unos días vi un reportaje con el testimonio de enfermeras en el Washington Post; un impacto directo, por la sencillez de las declaraciones, una carga de profundidad: "Si tu madre estuviera en una UCI te gustaría que alguien le apretara la mano y le insuflara ánimo. ¿Cómo no vas a hacerlo, aunque vuelvas a casa muerta de miedo, por si contagias a tus hijos, después de doce horas entre enfermos con Covid-19?", "De camino al hospital escuchas el silencio en las calles vacías y entiendes la importancia de formar parte de algo: han muerto compañeros, sabes que vas a jugarte la vida; también que tus conciudadanos lo han entendido y cumplen con su parte para mejorar tus posibilidades de sobrevivir a esta crisis". Seguro que aquí hay centenares, miles de testimonios como estos. Tal vez me impactaron más por el vacío político en que están sumidos los Estados Unidos.

El reportaje me hizo sentir como un idiota. He dedicado, como otros miles y miles, un montón de horas a navegar por Internet y a leer prensa para entender qué demonios estaba sucediendo. En ningún momento me pregunté: ¿podría hacer algo práctico para mejorar las cosas, como han hecho otros? Estaba convencido de que ya estaban nuestros gobernantes para cumplir con su obligación y sacarnos de esta crisis sanitaria, social y económica.

Me guío más por sensaciones que por certezas, pero tal vez la ciudadanía del lugar más golpeado por el virus será la que saque adelante al país, pese a sus líderes insensatos, sus precarios servicios públicos y toda su desigualdad social. Más allá de la anécdota de las colas en las armerías, de las manifestaciones contra el confinamiento, de las declaraciones eugenésicas de algún gobernador o del cliché del individualismo atroz.

En todo caso, como ya les conté en un Parèntesi anterior, no creo en las sociedades de héroes, ni mucho menos. Y el panorama, por tanto, es bastante desolador, si tenemos que confiar en los líderes políticos de las grandes potencias planetarias o en su calidad democrática. Muchos quedan  retratados tras esta crisis, pero lucharán con uñas y dientes para perpetuarse en el poder. Apenas salen reforzados Merkel y Trudeau o, en la retaguardia del G7, gestores muy eficaces como Jacinda Ardern, en Nueva Zelanda, o Nguyễn Xuân Phúc, en Vietnam, por poner dos ejemplos.

Cuando el futuro se llena de incógnitas, se necesitan rostros fiables que comuniquen certezas e inspiren confianza. Muchos españoles querrían ahora mismo ser alemanes, canadienses o neozelandeses. Emigrar al menos hasta que pase todo esto y no verse en la tesitura de tener que creer en gobernantes que un día dicen negro y al otro blanco, o en una oposición que ratifica la degeneración vergonzante de nuestra clase política, apenas un escalón por encima de las inyecciones de lejía de Trump. En todo caso asistimos a una saturación asfixiante de juicios políticos y tímidamente se alzan voces diversas alentando a desescalar la bronca política. Es complicado, ya que muchos se están jugando su futuro político, su permanencia en el poder.

Volvamos a las enfermeras, a su enorme lección y, con humildad y honestidad, a preguntarnos qué hemos hecho los "no esenciales" aparte de parlotear, difundir bulos y criticar al vecino desde el balcón. Nuestra irreversible fusión con las pantallas (cinco horas de televisión por persona y día de media; no salgo de mi asombro) se ha consumado, tal vez, de tal forma que no hemos sido capaces de pasar a la acción, atenazados en nuestro papel de espectadores sabelotodo de esta tragedia. Así lo vi tras el reportaje del Post.

Nos sueltan, mañana nos sueltan. Con condiciones pero nos sueltan. Será reparador volver a las calles. Nos sueltan porque los datos acompañan, pero sobre todo porque los que deciden a antojo, amparados en un estado de alarma excesivamente largo –y laminando garantías democráticas–, saben que ya no aguantamos más ni nosotros –sin fútbol, terrazas, running y vermuts al solecito– ni el estado, a quien urge que agachemos el lomo para minimizar el impacto de la crisis.

Una de las claves del futuro estará en sacar algo bueno de todo esto. Sólo así seremos capaces de poder seguir adelante con el recuerdo vivo de tanta muerte y tristeza a nuestro alrededor. De momento nos sueltan. Todos necesitamos que nos dé el aire.

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