VALÈNCIA. El grupo de amigos que se reúne en una casa del bosque que, obviamente, está maldita. El detective cínico, pero brillante. El cambio de imagen a la chica rara del instituto para convertirla en reina del baile. El muchacho normal y corriente destinado a salvar el mundo según una profecía. El triángulo amoroso que tarda años y años en resolverse. La mujer del héroe que es asesinada en los primeros diez minutos de la película y cuya muerte debe ser vengada. Si las plantas necesitan agua y sol para sobrevivir (y muchos humanos requieren ingentes dosis de cafeína para simular ser adultos funcionales en el turbocapitalismo), los relatos de ficción exigen tropos o estructuras narrativas que les proporcionen sentido. “Esas figuras o esquemas comunes a una serie de historias son inevitables para entender su lógica. De hecho, existen modelos contemporáneos que replican argumentos de la antigüedad greco-romana”, explica Alejandro Morala Girón, investigador en comunicación audiovisual en la Universitat de València.
Pero que un recurso creativo lleve miles de años danzando por nuestras ficciones no quiere decir que tengamos que caer rendidos a sus pies. De hecho, todo espectador o lector tiene su propio inventario de tropos que odia con pasión. Clichés que le enfurecen. Arquetipos que le dan pereza o grima. Giros de guion que considera manoseados hasta la saciedad, esos que le hacen gritar (aunque solo sea hacia su adentro): “¡No, hombre, no! ¡Otra vez esto, no, qué aburrimiento, qué pesadilla!”. Estructuras con las que está harto de tropezarse. En este último apartado se encuentra el tropo que más exaspera a Núria Molines, traductora literaria y audiovisual. Es imposible no darse de bruces con él. En cuanto bajas la guardia, zas, ahí está. No en vano, vertebra algunos de los títulos más conocidos del cine y la literatura. Y es que se trata, redoble de tambores, del viaje del héroe, esa estructura narrativa (común a muchas culturas distintas e identificada por el antropólogo y mitólogo estadounidense Joseph Campbell) en la que el protagonista abandona su entorno cotidiano para emprender una aventura extraordinaria, se enfrenta a pruebas transformadoras y regresa cambiado. “Me irrita mucho cuando está aplicado en plancha, con escuadra y cartabón, y en su versión más simplona, repitiendo fórmula una y otra vez. Sucede, por ejemplo, en la mayoría de títulos del universo Marvel”, apunta. Respecto al origen de ese uso tan perezoso y pocho, Molines lo tiene claro: “alguien se leyó un mal libro de cómo escribir guiones y, desde entonces, mucha ficción serial y cine de metaverso recurre una y otra vez a un sucedáneo plano de lo que era el viaje del héroe según Campbell”.
Turno para Lucía Ros, de Dacsa Produccions: “la mayoría de tropos que me dan rabia tienen que ver con el rol de la mujer y su relevancia en las películas. Por suerte, en los últimos años se han hecho esfuerzos enormes por romper algunos de ellos”. En ese personalísimo archivador de clichés perturbadores hay uno que destaca con fervor: “la Manic Pixie Dream Girl de toda la vida. La mujer luminosa y excéntrica sin arco propio que llega para transformar al personaje masculino”. En ese sentido, señala, la película 500 días juntos es un ejemplo “de intento de ironizar con esa figura, pero termina convirtiéndose en lo que critica, algo que Barbie, por ejemplo, hace muchísimo mejor”. ¿El motivo por el que le fastidia la aparición en pantalla de esas muchachas burbujeantes a las que les gusta bailar bajo la lluvia? “Básicamente, porque solo existen a merced del personaje masculino. Son seres planos, sin historia, insulsos. Y hace que los personajes masculinos que las acompañan sean aburridísimos también”.

- Mentiras -
“No hace falta que te hagas el interesante”
El periodista y escritor Jorge Salas cuenta con un buen puñado de tropos que le sacan de quicio. Uno de ellos es el célebre deus ex machina: “después de doscientas páginas o dos horas de metraje, todo se resuelve de la forma más aleatoria. Está guay, porque en realidad la vida real es muy random, pero entonces no hace falta que te hagas el interesante”. ¿Otro recurso que le hace poner los ojos muy, muy en blanco? “El rollo Shyamalan (que, por cierto, no inventó Shyamalan). De repente, nada es lo que parece… y te harán creer que tienes el desempeño cognitivo de una ameba”.
Y cierra su podio el enemies to lovers (uno de los tropos básicos de las comedias románticas). “Si dos personas se odian y se hacen la vida imposible, lo más normal es que detrás de todo eso haya dos personas que se odian y se hacen la vida imposible. Y ya. Es como si ahora te dicen que Pedro Sánchez y el juez Peinado quedan para ver Equipo de Investigación”. Esta animadversión se debe, principalmente, a que se trata de tropos “tramposos. Pero, en general, es este ecosistema capitalista de plan de marketing total el que hace que vivir sea una trampa: cualquier producto (también cultural) te va a cambiar la vida, pero luego no lo hace”.
Morala también atesora un registro de tropos que le generan sarpullido. Uno de ellos campa a sus anchas en las series policíacas estadounidenses: “son habituales los capítulos donde algún niño o mujer vive un caso traumático que enternece al normalmente duro agente protagonista. El hombre (puesto que generalmente es varón) se acercará en un momento dado a la víctima y le prometerá protección y seguridad paternal. Por supuesto, dicha víctima debe mostrarse lo más desprotegida posible para que el paternalismo esté justificado. De esta manera, se nos intenta transmitir: «¡Fijaos qué buen hombre! Aunque sea un policía violento a más no poder, ¡es tan sensible cuando debe!». Quizá lo que más me irrita es la excesiva gravedad con la que se enfatiza el drama. Si el jefe o jefa de unidad se frustra, todo su equipo le acompaña frustrándose. Y los primeros planos deben subrayar cada frustración con detalle”.

- Ley y Orden -
Otro cliché en sus estantes del ‘no’ fílmico: la mujer objeto “para el disfrute visual de sus infantiles protagonistas. Una figura que aparece en comedias de Adam Sandler como Click. Transformar los cuerpos y objetos en mercancías de intercambio económico me resulta contrario a la ética y el arte”.
Y un último ítem en su inventario: “muchas comedias desde finales del siglo XX piensan que romper la cuarta pared es sinónimo de originalidad y risa, cuando es un recurso existente al menos desde The Big Swallow, estrenada en 1901. El efecto es gracioso porque desafía las distancias entre realidad y ficción. Pero la reciente miniserie mexicana Mentiras, la serie cree que dirigirse constantemente al público le exime de trabajar más su historia y personajes. Muchos títulos han recurrido previamente a ello: desde Ruta de utopía a Scary Movie, pasando por capítulos de los Looney Tunes, por lo que la falta de originalidad limita la risa”.
A Alodia Clemente, librera en La Rossa, hay un cliché que le resulta especialmente irritante: “tiene que ver con cómo se representan las relaciones afectivo-sexuales desde un punto de vista muy heteropatriarcal. Y da igual si son parejas hetero u homosexuales, porque al final el modelo es el mismo: la persona protagonista hace el ridículo delante del objeto de su deseo y se siente avergonzada por ello. Esa vergüenza se usa más como gancho para que el lector o lectora empatice con ella que como hilo argumental”. El problema, prosigue la librera, es que, en vez de sentir complicidad, a ella le produce “una vergüenza ajena tremenda”. “Me saca de la historia. En vez de engancharme, me expulsa: cierro el libro. Últimamente me lo encuentro incluso en obras que, en principio, no giran en torno al romance, como la novela negra, la fantasía o la ciencia ficción. Me da especial rabia cuando lo veo en literatura infantil o juvenil, en historias que van de otros temas (amistad, superación, aventuras…) y las acaban pasando por ese mismo filtro”.

- The Village -
¿Hay vida más allá del cliché mostoso?
Sin tropos no hay ficción, pero, ¿es posible trazar un horizonte en el que los recursos argumentales que hoy nos dan pereza se vean sustituidos por otros menos manidos? ¿Estamos condenados a una repetición eterna de clichés pochos y facilones? ¿Hay alguna forma de dejar de tener manía a ciertos giros de guion explotadísimos?
En primer lugar, Ros recuerda que se recurre a este tipo de estructuras “porque son reconocibles para el espectador (la madre coraje, el mentor que muere…), eso genera conexión y seguridad, pero pueden llegar a ser aburridos y predecibles”. Sin embargo, defiende que hay formas de enfocar esos clichés para hacerlos fascinantes: “a priori, la protagonista Fleabag podría tener algunos ingredientes de Manic Pixie Dream Girl: excéntrica, libre, atolondrada, rara... Pero nada más lejos de la realidad. No salva a nadie más que a sí misma al aprender a digerir la pérdida de su mejor amiga y a reconciliarse con su familia y el amor”.
Una postura que comparte Morala: “esos modelos narrativos y arquetipos clásicos fallan cuando no se equilibran con dosis de originalidad. Se deben desafiar los tropos habituales con el fin de perpetuarlos: debo dudar de la salvación de un héroe o heroína para que su triunfo sea satisfactorio. Y ello puede relatarse de infinidad de maneras. Sin tensión narrativa, no hay disfrute. El objetivo artístico no es adecuar los tropos al paso del tiempo”.

- Capitán América -
En este punto, Molines denuncia que el manoseo de esas estructuras se da “por pura pereza, efectismo y confianza en esquemas cerrados, con poco margen para el riesgo, para apostar por tiempos pausados y matices”. También Salas señala a la culpable de que sus recursos menos favoritos aparezcan hasta debajo de las piedras: la rentabilidad. “El retorno de la inversión es alto. Se recurre a ellos porque son fórmulas fáciles y porque funcionan, al menos en lo que se refiere a pesca de arrastre”. ¿Su alternativa? “Volver a los tropos que ya no se usan y se nos han olvidado. No hace falta currarse unos nuevos. Por ejemplo, a mí me gusta mucho el del monólogo del villano que explica toda la trama y sus motivaciones al protagonista antes de finiquitárselo. Hay que recuperar a los Actores Secundarios Bob”.
Y si no, tocará asistir por enésima vez al makeover en el que a la actriz que finge tener 16 años le quitan la coleta y las gafas. O seguir viendo cómo los amigos reunidos en la casa encantada deciden explorarla por separado y son asesinados uno por uno con absoluta parsimonia, mientras tú, desde el sofá, les gritas que no bajen al sótano. Una experiencia francamente agotadora.

- 500 días juntos -