TRIBUNA LIBRE / OPINIÓN

Nou d’Octubre, amor cosmopolita

9/10/2019 - 

Vuelve a ser Nou d’Octubre, la diada de todas y todos los valencianos. No hace ni dos semanas que un sector nada desdeñable del valencianismo biempensante de diversa adscripción partidista llamaba acomplejada -entre otras lindezas- a la vicepresidenta Mónica Oltra por asegurar, en las páginas del diario Levante-EMV, que la alianza con Más Madrid -ahora Más País- y otras fuerzas políticas, abría a Compromís a un espacio más “cosmopolita”, además de otros adjetivos como “mestizo”, “diverso” y “plural”, refiriéndose a la gente que busca un referente político en clave estatal, europea, etcétera.

Pocos días después, muchos de estos mismos críticos han compartido con entusiasmo en redes sociales la convocatoria -y prometido su asistencia- a los actos más o menos institucionales del Nou d’Octubre. El principal de ellos, como siempre, una llamada “Procesión Cívica” en que las y los ciudadanos siguen de forma ordenada y obediente a las autoridades y a la bandera hasta una ofrenda floral; una serie de jornadas de puertas abiertas y actividades de tipo cultural organizadas en los palacios que las administraciones suelen tener cerrados a visitas durante el año; los ya clásicos premios que las autoridades conceden graciosamente a las más diversas celebrities locales a su libre albedrío, y finalmente a una serie de conciertos y castillos de fuegos artificiales cada vez más copados por los turistas, auténticos amos ya de las ciudades valencianas y más aún del Cap y Casal. Este año, y como novedad estética se ha elegido, para ejemplificar el compromiso de la Generalitat con la causa feminista, un proyecto de divulgación de la vida de las reinas medievales valencianas, a cargo de Vicent Baydal y Rafa Lawerta, un por otra parte cuidado y recomendable trabajo de divulgación histórica editado también como libro por la propia Generalitat.

Mientras el Reino de España se encamina a las cuartas elecciones en cuatro años, la cuestión de la financiación no deja de empeorar, con el Consell más social de la Historia etcétera ordenando recortes y la opinión pública espera expectante la sentencia del Tribunal Supremo contra el independentismo catalán que marcará la política española de los próximos años; con Europa al borde de la recesión y en plena guerra comercial con los Estados Unidos, el programa institucional del día de las y los valencianos consiste en asistir a una procesión y dar a conocer algunas biografías del medievo. Según ésta visión la identidad valenciana pasa, pues, por desfilar detrás de una bandera, el toque folclórico de un recital de cant d’estil bajo los arcos góticos del Palau, y recordar biografías de reinas, que, per se, poco tienen que ver con los problemas del presente, más allá de los problemas de la invisibilización de la mujer, que, al menos al parecer de quien esto escribe, tiene manifestaciones más sangrantes en el presente de las valencianas. Todo estrictamente vertical, aproblemático y blanco: la valencianidad oficial es una cápsula de pasado  de estilo gótico ajena a los problemas del presente. ¿No perciben ningún tipo de acomplejamiento en esta visión, que no suscita tantas críticas como Mónica Oltra?

 

No se puede decir que no haya en la identidad valenciana realmente existente elementos de sobra que refieran al conflicto, y, en fin, a realidades cosmopolitas que apenas nos esforzamos en explicar. Por poner un ejemplo fácil: raramente nos recordamos a nosotros mismos y a los visitantes que las monumentales murallas de València, de las que solo nos quedan las dos puertas en Serrans y en Quart las mandó construir Pere el Cerimoniós para defenderse de los invasores castellanos, por poco que ésto guste de explicar a los Blasco y Sorolla de ayer y hoy que pretenden, montados en el AVE de la prosperidad, hacer fortuna en Madrid. Tampoco que los numerosos castillos, alquerias, acequias y topónimos que empiezan con Beni refieren no a un pasado arcádico sino a una convivencia de cuatro siglos que incluye revueltas, matanzas, bautizos forzados y en última instancia la limpieza étnica de un tercio de la población -lo que en términos del siglo XX llamaríamos genocidio- pero también el primer tratado europeo de derecho islámico, el Llibre de la Çuna e la Xara. Ya no es que nadie haya propuesto en serio restituir a los descendientes de los moriscos el DNI español al que sí pueden acceder los sefardíes, con idéntico problema, es que nadie se plantea en serio que esta experiencia histórica tenga alguna relación con los encendidos debates que tiene Europa y Occidente en su relación con la flujos migratorios, y su pasado colonial en el Magreb y Oriente Medio. 

Hoy en día, el fandango se considera andaluz y la jota aragonesa pese a que ambos estilos tienen tanta o más raíz en el País Valenciano; el flamenco y el fado son estilos musicales universales mientras sus parientes directes, los diferentes palos y estilos del canto valenciano -el cant d’estil, les albaes, pero también cants de batre, granaínes, malaguenyes, fandangos, jotes y copeos entre otros- son considerados algo rancio y antiguo por los propios gestores públicos y buena parte de las clases medias que suspiran por cualquier artista que se esfuerce por forzar hasta límites cómicos el acento sevillano o gaditano, en ocasiones abusando del Autotune. Las mismas personas que recorren las ciudades en busca de pizzerias y taquerías, desconocen sus propias cocas de harina de trigo o de maíz, que tanto tienen que ver con las anteriores y cuentan una historia de intercambios gastronómicos y migraciones que explica su propio presente. Poco interés hay, parece, en que esto trascienda fronteras más allá del reducto folklórico y costumbrista en el que una parte de la población vive su vida confortable, conocedora o no de su pasado pero poco preocupada de su proyección futura: como es razonable, tiene otros problemas más urgentes que atender. Y me atrevería a elucubrar algo: los problemas de audiencia que tiene la radiotelevisión À Punt puede que tengan que ver con una cosmovisión limitada y autorreferente que poco interesa a buena parte de la población, y que será imposible corregir a volantazos.

Somos un país de aluvión, que se ha formado por sucesivas olas de migración. Por poner un ejemplo, la perspectiva y los sesgos de alguien como el que esto escribe, que roza el tópico -nacido y criado en una ciudad pequeña, valencianófono, de ocho apellidos valencianos, alumno de la escuela en valenciano, con estudios universitarios y de cultura política nacionalista- es seguramente poco interesante o más bien incompleta para los problemas que tenemos y que nos urge resolver como sociedad. Me interesa mucho más ese mundo de los que vinieron y siguen viniendo la mayoría de veces por necesidad, pero que casi siempre se han quedado por amor a la tierra que eligieron y a la que han conocido aquí. Sin ir más lejos, mi primera maestra de infantil, y una de las pioneras de la enseñanza en valenciano en Xàbia, nació en Albacete. La valencianidad, el idioma, el compromiso, es su elección consciente, no algo heredado. Lo mismo podemos decir de muchos de los que han dado forma a nuestra universidad o a nuestra política: los Romero, los Ariño o los Villacañas que dejaron Albacete, Teruel o Jaén y eligieron ejercer como valencianos y no meramente como transeúntes. La pregunta pertinente es, a mi parecer, queé encontraron aquí y siguen encontrando nuevas generaciones para elegir quedarse.

El País Valenciano es una región europea de tamaño y población media con un buen clima y una inmejorable posición geográfica, en medio de los flujos entre la Península Ibérica y el Mediterráneo Occidental; en la puerta de entrada de los flujos desde Asia y África hacia Europa Occidental. También es una región expuesta como pocas a los rigores de la emergencia climática, y, sobre todo, un territorio que no para de perder en renta por cápita frente a la media española, y cuya convergencia con Europa, gracias a las bondades de la política fiscal y monetaria de la Eurozona, no solo se ha parado en seco sino que retrocede. En concreto, las comarcas valencianas que han estado más expuestas durante décadas al sector turístico y los servicios de bajo valor añadido tienen la renta más baja y los índices de pobreza más elevados. Frente a esto, las administraciones proponen una apuesta aún más intensa por el sector turístico y el logístico de bajo valor añadido -aerolíneas low cost, cruceros, tráfico de contenedores, etcétera- y un crecimiento urbanístico y en infraestructuras basado en la depredación del medio natural. El gobierno del Estado hace y deshace a su antojo en puertos, aeropuertos, autopistas y zonas logísticas; y ni tan siquiera se molesta en prometer  -gobierne quien gobierne en Madrid- mejoras inmediatas en financiación o en inversiones útiles -transporte urbano e interurbano, transición energética, etcétera. Ninguno de estos temas está en agenda en el día de las y los valencianos. ¿Qué esperamos que pase?

 

Aunque insistamos tozudamente en mirarnos el ombligo, lo que pasa aquí tiene efectos fuera. Pretender, como la Comissió Nou d’Octubre, o como hace el Consell en rueda de prensa o actos institucionales con la boca pequeña, que se puede arreglar la cuestión de la financiación haciendo propuestas de tipo técnico, ejerciendo de niños buenos frente a los catalanes, es el tipo de ingenuidad que no nos podemos permitir: debemos exigir a nuestra clase política -¡pero también a la sociedad civil!- una valentía conceptual y política que nadie ha demostrado hasta ahora, esto es: la cuestión del reparto del poder y los recursos económicos en España es una sola, es política y ahora mismo es un juego de suma cero. No hay solución a la financiación y a las inversiones sin abordar la crisis constitucional que mantiene al país repitiendo elecciones sin parar. Aunque sea para -como propone implícitamente y cada vez más explícitamente ERC- lograr un acuerdo en el desacuerdo que aplace el problema para una década, que era lo que se empezó a esbozar en enero en Pedralbes antes de que el PSOE e Iván Redondo perdieran los nervios con Vox. 

Este problema no desaparecerá aunque el Consell, los partidos que lo sostienen y los sectores de la sociedad civil valenciana con sentido del raciocinio -es inútil apelar a corto y medio plazo al PP y ya no digamos a Cs con sus actuales liderazgos obsesionados con captar el voto de ultraderecha- continúen actuando como si no hubiera ninguna conexión y el País Valenciano no tuviera en esta crisis una cierta responsabilidad histórica. Somos la autonomía más poblada en manos de la izquierda. Ximo Puig mantuvo relaciones fluidas con Puigdemont aún en 2016, cuando ya casi todos los puentes entre Catalunya y Madrid estaban rotos. Con la política catalana en parálisis y un sector nada desdeñable que apuesta por el bloqueo permanente, con Pedro Sánchez contagiado por el espíritu canovista-inmovilista de Rajoy y el Deep State policial-judicial marcando la agenda, la política española va a la deriva. Probablemente solo desde València, donde se mantienen puentes permanentes con Madrid y Barcelona, sea posible elaborar propuestas, por modestas que sean, para desbloquear la situación actual. Y posiblemente solo es posible desde nuestro savoir faire.

En ese mundo que encontraron aún los inmigrantes de los 60 y 70 -les places i els carrers plens, la gente que trabaja als petits tallers, a casa o al camp, el mundo que ama la vida que cantaba Raimon en Jo vinc d’un silenci, ese medio y esos modos de vida que el neoliberalismo salvaje amenaza con destruir podemos aprender mucho; en el milagro cotidiano de los nuevos vecinos que se apuntan a una falla, una càbila, o una sociedad musical y a través de hábitos sencillos se convierten en parte de la comunidad; en todo esto están algunas de las claves que nos hacen únicos e irrepetibles pero a la vez cosmopolitas y capaces de enseñar algo al mundo sin gastar millonadas en grandes eventos y macroedificios. Solo nosotros somos capaces de convertir la represión borbónica a nuestra diada en un pañuelo lleno de dulces con referencias agrarias y sexuales; convertir la represión en una declaración de amor semiclandestina pero eficaz, y el día de la conquista en día de los enamorados. Trescientos años después los Borbones siguen en activo; lo mejor es que contra todo pronóstico, nosotras y nosotros también, y nos queda mucha guerra por dar.