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València a tota virolla 

Nuestras casas favoritas en las afueras de València

30/05/2020 - 

VALÈNCIA. Porque en la nueva realidad para ser más plenos deberemos ensancharnos, el periscopio gira hacia aquellas casas, casitas o casones que como un peñón resaltan territorios periféricos alrededor de la ciutat. La casa de tus sueños que ya existe. O que dejó de existir. Las costuras nos explican, nos refuerzan, aunque cuando se les descuida acaban por hacer estallar la forma. 

La Casa de Caperucita Roja, en Rocafort

En la córnea del municipio, el éxtasis del trampantojo y la imaginación septentrional. Hasta aquí, llevados por el arquitecto Javier Hidalgo: “En la Colonia, ensanche de Rocafort desarrollado a finales del siglo XIX y principios del XX para satisfacer la moda del veraneo de la burguesía valenciana de la época, siempre me ha llamado la atención la Casa de Caperucita Roja, un chalé que parece salido de un cuento de los hermanos Grimm y que afortunadamente se conserva prácticamente intacto desde su construcción.

Esta rareza arquitectónica, más propia de las frías regiones centroeuropeas que de la huerta valenciana, obra temprana del arquitecto de Godella Mariano Peset Aleixandre, es un chalé construido en el año 1925 en un lenguaje muy alejado de los modelos rurales y tradicionales valencianos. El exterior remite a la arquitectura tradicional bávara, caracterizada por sus fachadas de fuertes contrastes cromáticos y sus cubiertas de pronunciadas pendientes y grandes vuelos. El interior, sin embargo, refleja los criterios higienistas de la época, con una clara voluntad del arquitecto de relacionar el interior con el exterior de la vivienda a través de terrazas, balcones y porches y en el que todas sus estancias están ventiladas e iluminadas.

Cuenta con un nivel de protección integral en el catálogo de Rocafort, por lo que afortunadamente no correrá la (mala) suerte de otros interesantes edificios valencianos que han desaparecido víctimas de la piqueta de la especulación o la ignorancia”.

Alqueria de Tomás el d’Aurrèlit, en Almàssera

Alqueria de Tomás el d’Aurrèlit, en Almàssera

Tan cerca de la via Xurra, entre Almàssera y Meliana, una de las alquerías más simétricas de toda l’Horta, carne de like, limpio objeto de deseo. Quizá, también, porque se trata de una de las mejores conservadas. La fachada sobria, espartana, relanza el arco de medio punto que remarca la entrada. En el piso de arriba cuatro ventanitas divididas por el parteluz parecen orificios hacia cuatro vidas, cuatro familias, cuatro dimensiones. Las cuatro palmeras son como miembros de una guardia real velando por la paz de un reino emparentado con los Lladró.

La alquería, todas pero ésta especialmente, tiene la virtud de remitir con su foto a un imaginario mediterráneo donde corre el licor de las sandías y las camisetas de tirantes se ensucian de vida; donde la fertilidad reseca de las tierras en verano se embellecen por la brisa de un mar que se huele bien cercano. La casa entera se convierte en un reloj de sol en el que el tiempo se reduce a elemento menor. 

Al quedar justo en los bordes del carril bici que circula entre los pueblos de l’Horta Nord, la casa de Tomás el d’Aurrèlit se transformó en elemento de seducción, a expensas del deseo fantasioso de los transeúntes, en especial del mío. Recordando la sólida compostura de la sencillez. 

Villas entre Alzira y Corbera (CV-510) 

Villas entre Alzira y Corbera (CV-510)

El agitador y agente creativo Víctor Aguado tiene uno de los mejores books mentales de casas de huerta que puedan existir. Causa y consecuencia de sus propias composiciones mentales al paso ágil por la CV-510 entre Alzira y Corbera. “Siempre sacaba la cabeza por la ventanilla del coche mientras decía: ‘¡mira, mira!’. Mismo ritual, misma carretera. Es una imagen en movimiento de la que no tengo detalles, solo sensaciones. Cavanilles ya había admirado esos primeros huertos «donde la naturaleza y el arte concurren para recrear los sentidos». Fachadas imponentemente sobrias, salpicadas de pequeñas ventanas. Caminos con muros de mampostería que rodean el perímetro e impiden que la mirada del viajero penetre en su interior, pero las palmeras y las copas de los naranjos que sobresalen hacen predecir la belleza que encierran. 

Aquí algunos privilegiados supieron apreciar estos enclaves para levantar sus mansiones y poder disfrutar de las vistas que ofrecen sus terrazas y miradores. Sus casas y jardines se reproducen en numerosas series de tarjetas postales que contribuyeron al ideal del huerto burgués.

“En el inmenso valle, los naranjales, como un oleaje aterciopelado; las cercas y vallados, de vegetación menos oscura, cortando la tierra carmesí en geométricas formas; los grupos de palmeras, agitando sus surtidores de plumas, como chorros de hojas que quisieran tocar el cielo, cayendo después con lánguido desmayo; «villas» azules y de color de rosa entre macizos de jardinería; blancas alquerías casi ocultas tras el verde bullón de un bosquecillo; las altas chimeneas de las máquinas de riego, amarillentas como cirios con la punta chamuscada (...) y el sol que comenzaba a descender como un erizo de oro, resbalando entre las gasas formadas por la evaporación del incesante riego” (Blasco Ibáñez, 1924, 47-48). 

"Aquí moriré yo. Con olor a azahar y vistas al mar”

Casa OGF, Albuixech

Casa OGF, Albuixech

Cambio de registro. Viraje hacia la tradición de la modernidad. Albuixech y la vivienda con la que en 1996 Manolo Cerdà y Julio Vila irrumpieron con todo un hit de la arquitectura contemporánea doméstica a la valenciana. La cicerone del #brutalmentvalencià, la arquitecta Merxe Navarro, prescribe y guía la visita a la casa OGF. “Un volumen blanco en forma de caja de zapatos perforada en el que destaca una escalera de caracol en color gris que conecta las plantas con la cubierta. El elemento verde del patio, protegido por los muros de la vivienda, escala hasta la perforación añadiendo el color verde a la composición. Un ejemplo de cómo la investigación de los volúmenes en la arquitectura puede llevarse a cabo en cualquier proyecto”.

La OGF participa de la ristra de viviendas privadas que Cerdà y Vila levantaron entre caminitos de huerta, como miradores que participan de su entorno mirándose hacia sí mismas. ¿Cómo podrían hablar una alquería y una casa como ésta? Tan cercanas, tan distintas, tan similares sin embargo.

Casas abandonadas, El Vedat

Foto: Olivares Peiró

Pero quizá nuestras mejores casas a las afueras son las que ya casi no existen y tan solo forman parte de nosotros como una ensoñación. Le ocurre a Patricia Moreno -periodista y cofundadora de Somos unas exageradas- con las casas abandonadas de El Vedat. Cuando sus muros, entregados, son el rostro de los mejores momentos. 

“Para quienes crecimos en el área metropolitana de València del interior, los fines de semana y los meses de verano eran muy diferentes a los de la ciudad. Pero también a los de un pueblo. Para una niña ansiosa de entretenimiento, a ese punto intermedio le faltaba la oferta de ocio de una gran urbe (cine, bolera, grandes restaurantes de comida rápida –recuerden, estábamos en los 90–...), pero también la libertad de echarse a la calle que posibilita un pequeño municipio. Por eso, recuerdo cómo visitar a mis amigas de la infancia África Pitarch, Beatriz Vera o Ana Serrano era lo más parecido a un día perfecto. Las tres vivían bien entrado El Vedat de Torrent, donde hay urbanizaciones como Santa Apolonia o Colonia Blanca. A la hora de la siesta, nos escapábamos para visitar –colarnos– en algunos edificios abandonados. En lo que años más tarde se convertiría el Hotel Lido, cuyas paredes fueron testigo de todas nuestras grandes celebraciones familiares. En aquella época, esas ruinas representaban un ejercicio de transgredir las reglas y desafiar la autoridad adulta hasta el punto de volver a casa con el pesar de guardar un secreto inconfesable. Pero puede que hasta me confesara por ello. Ese conjunto de calles, que se extiende hasta la Piscina Municipal Parc Vedat, fueron las primeras que recorrí con una bicicleta, también donde me fui a perder miedo al coche una vez obtuve el carnet de conducir. Hoy, esas casas deshabitadas, derruidas y olvidadas siguen intactas en su decadencia. Si me concentro, todavía puedo sentir el sudor, el calor, el asfalto ardiendo y el olor a pinos, además de los tropiezos con piñas caídas. Y el miedo por si nos pillaban".

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