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VALÈNCIA. Viernes 3 de julio. 11 de la mañana. En el exterior de la terminal 2 del Aeropuerto de Valencia, un grupo de personas se concentra frente a una de las puertas automáticas. No son muchas, apenas dos decenas, y mantienen la distancia. Algunas exhiben un cartel con apellidos extranjeros. Esperan, fuera porque se desaconseja entrar al edificio si no se va a volar. En el interior de la terminal, las maletas giran sobre las cintas esperando a que las detecten sus respectivos dueños, que observan atentos sobre unas marcas rojas colocadas cada dos metros en el suelo. Los pasajeros recién llegados de Londres en el BA408, el primer vuelo que British Airways opera en València desde hace tres meses, superan los controles de entrada y recogen el equipaje antes de desfilar al reencuentro con sus familiares.
La escena no se parece en nada a la realidad fantasmagórica del último trimestre, con el Aeropuerto de València en punto muerto por la limitación de los viajes impuesta por el estado de alarma, pero aún menos a la que sería normal cualquier primer viernes de julio de la era prepandemia en un aeropuerto acostumbrado a batir mes tras mes sus propios récords de viajeros. "Al menos ahora alguien espera a alguien".
Joaquín Rodríguez, director de la instalación, está animado. No es para menos; va a ser su mejor jornada en mucho tiempo. Ha sido complicado. Pese a no tener vuelos regulares, el aeropuerto que dirige no ha cerrado ni una sola hora para continuar atendiendo los vuelos de emergencia, los de repatriaciones de turistas, los sanitarios y la operativa de los cargueros que no ha cesado durante una crisis en la que uno de los aspectos críticos ha sido garantizar el abastecimiento de bienes. Pero además de gestionar todo eso, también ha habido que afrontar las "inquietudes y miedos" de los 200 trabajadores de Aena a su cargo más otros 5.000 acreditados en Valencia, mantener el contacto con autoridades y compañías y, más recientemente, pilotar la reactivación de una instalación que, por fin, comienza a remontar el vuelo. "Nunca había pasado algo así en el mundo aeroportuario", destaca.
Los vuelos internacionales regresaron el pasado 21 de junio. La actividad ha ido aumentando progresivamente, pero el primer salto cualitativo llegó este viernes. Del medio centenar de vuelos del lunes ha pasado a los 92 que atiende a las puertas del fin de semana. En pasajeros, de entre los 1.000 y 2.000 de los primeros días de actividad ya ha conseguido avanzar hasta 9.000 diarios, aún muy por debajo de los 25.000 normales de cualquier principio de julio.
La cifra de vuelos equivale al 40% de la operativa habitual de las aerolíneas en estas fechas, lejos también del óptimo pero nada desdeñable teniendo en cuenta de lo que se viene. Y así espera que se mantenga al menos durante la primera quincena de julio, explica Joaquín Rodríguez, que confía en que los índices de ocupación lleven a las compañías a ofertar más asientos. Según detalla, la oferta en destinos –sesenta de los ochenta habituales– es a día de hoy proporcionalmente mayor que la de asientos porque las aerolíneas están recuperando la operación con menos frecuencias que antes de la crisis. Ryanair, la compañía que más pasajeros mueve en València, está operando con niveles destacables de ocupación, pero la media aún está en torno al 65 o 70%.
La oferta de rutas, por lo tanto, ya se ha restablecido en un porcentaje notable. Ahora todo dependerá de la confianza de los viajeros. Y los gestores del aeropuerto han hecho todo lo que está a su alcance para ganársela. “Esto es otra cosa, esto ya es un aeropuerto funcionando con normalidad”, destaca el directivo mientras recorre la terminal junto a Valencia Plaza para mostrar las adaptaciones que se han tenido que realizar para diseñar una terminal en la era post-Covid.
Como es lógico, toda la operativa y los espacios han sido adatados para garantizar la seguridad de trabajadores y pasajeros durante su estancia en el aeropuerto. A su llegada, tal y como ha establecido Sanidad Exterior, los pasajeros a bordo de vuelos extranjeros son sometidos a un triple control.
En un control primario, se les toma la temperatura mediante cámaras termográficas y con termómetros de pistola, se les realiza una inspección visual por parte de un sanitario y se les recoge la Passanger Location Card, el documento que permitirá el seguimiento si fuera necesario. Algunos la traen en papel, pero la mayoría de pasajeros han optado por obtenerla mediante una app de Aena que sustituye el soporte físico por un código QR. A la llegada, si el lector comprueba que todo está correcto, la pantalla del personal de seguridad cambia a verde y el pasajero sigue adelante.
Pero, ¿qué pasa si existe alguna sospecha?. Entonces entra en acción el control secundario. En él, un médico y un enfermero realizan un chequeo más exahustivo para descartar o confirmar el primer diagnóstico. Si es lo segundo, el pasajero permanece en aislamiento hasta que se le puede trasladar a un centro hospitalario para la realización de la prueba de detección de la Covid-19. Todo el proceso transcurre de manera ágil. Los responsables del aeropuerto han habilitado un segundo puesto de control en la otra terminal por si fuera necesario para evitar concentraciones.
En pocos metros cuadrados de espacio trabajan cinco personas asistidas con cámaras, termómetros, lectores digitales. Por supuesto todas con mascarilla y otros elementos de protección. Aena se ha gastado cerca de 20 millones de euros en contratar esos controles a las empresas Interserve y Quirón en toda su red de aeropuertos. Los anuncios de las próximas salidas que se anuncian por megafonía se intercalan con un mensaje incesante que recuerda a los viajeros la obligatoriedad de utilizar la mascarilla y la importancia de que esta cubra la nariz y la boca. Junto a los snacks y los refrescos, las máquinas de vending dispensan ahora kits covid con gel hidroalcohólico y mascarillas.
Joaquín Rodríguez nos conduce a la zona de salidas. La actividad es mucho menor que un piso más abajo, lo que permite formarse una idea más aproximada de la triste imagen que ha ofrecido todo el aeropuerto en los últimos meses. Aquí, los mostradores de facturación se han reagrupado en bloques de cuatro. Las compañías los abren o cierran en función de las necesidades, siempre con la prioridad de evitar aglomeraciones. Como también se ha hecho en zonas como los filtros de seguridad o las puertas de embarque, los mostradores se han equipado con mamparas. En total se han instalado un centenar en otras zonas del aeropuerto
Para cada uno de esos módulos se forma una sola cola. La superficie dedicada a estas colas se ha tenido que ampliar a fin de garantizar la distancia entre pasajeros. Unas marcas colocadas en el suelo facilitan la labor. En total se han colocado más de 3.000 señales en diferentes soportes con un recordatorio que se repite en valenciano, castellano e inglés: keep de distance.
El punto de control está despejado. No existe cola. La rutina para el pasajero en este punto apenas ha cambiado. Botas, cinturones y joyas fuera. Bolsillos vacíos. Equipos electrónicos fuera del equipaje y a pasar por el arco. Las pertenencias avanzan en paralelo en bandejas. Son azules de plástico duro, las de siempre, pero ahora se limpian en todos y cada uno de los ciclos que realizan antes de reingresar al circuito. Y vuelta a empezar. A la salida del control, los pasajeros recuperan sus pertenencias y se desinfectan las manos con gel hidroalcohólico. Hay dispensadores al final de cada filtro y en todo el aeropuerto, cien en total.
En la zona más nueva de la terminal, algunos viajeros se entretienen entre las pocas tiendas de regalos que han reabierto. Otros simplemente esperan la hora del embarque en las zonas de espera. No es obligatorio, pero Aena recuerda con pegatinas en los respaldos la conveniencia de dejar asientos libres entre personas.
Los bares y restaurantes aún aguardan el momento de regresar, pero no tardarán en hacerlo para atender a los pasajeros, que pronto volverán a contarse por decenas de miles. Hasta ahora, las máquinas dispensadoras son la única alternativa de obtener un refrigerio. Las comodidades de la sala VIP, de acceso restringido, no volverán a estar disponibles hasta el 1 de agosto.
Para ese mes, el más potente del año en cuanto a tráfico de pasajeros, Rodríguez confía en poder dar otro paso adelante hacia la ansiada normalidad. En esas fechas está previsto el regreso de una de las pocas compañías que aún no ha recuperado al menos alguna de todas las rutas que opera en València. Turkish Airlines, que desde hace años conecta en vuelo directo a la capital valenciana con Estambul, uno de los principales hub del mundo, reabre la conexión con cuatro de las diez frecuencias semanales que ofertaba antes de la pandemia.
Con el regreso de la turca, prácticamente habrán vuelto todas las grandes aerolíneas que operan en este aeropuerto. Swiss, Lufthansa, Vueling, Air Nostrum y Ryanair fueron de las más precoces. Pronto les siguieron otras como KLM, Air Europa, Volotea, Transavia y, este mismo viernes, British Airways. La rusa Aeroflot es prácticamente la única de las grandes que aún no ha puesto fecha a su vuelta.
Mientras avanzamos para traspasar una de las puertas de embarque, Joaquín Rodríguez repasa en su smarthpone las últimas novedades sobre los permisos para la entrada de ciudadanos no comunitarios en España. Este mismo viernes, el Gobierno publica en el BOE la lista de los primeros autorizados sobre las nacionalidades que días atrás señaló la UE.
Se reabren las fronteras españolas para países como Australia, Canadá, Japón, Corea del Sur o Tailandia. Ninguno tiene vuelos directos con Valencia, pero dos de los países que España ha dejado fuera de la primera terna de autorizados por la UE, Argelia y Marruecos, sí los tenían. Vueling y Air Argelie operaban conexiones desde Valencia con Argelia. Ryanair y Royal Air Maroc lo hacían con el reino alauita. Por el momento, les toca esperar.
Ya hemos superado la puerta de embarque. Mientras avanzamos por la pasarela desierta, delimitada con las bandas rojas que recuerdan la necesidad de respetar el distanciamiento físico, el director del Aeropuerto de Valencia nos explica que los seis túneles de embarque de los que dispone la instalación se utilizan ahora de forma prioritaria frente a los autobuses o jardineras que algunas compañías utilizaban para llevar a los pasajeros a pie de avión, en los que lógicamente es más complicado garantizar la separación. El embarque a pie también se realiza de forma habitual.
Reingresamos en la terminal 2 por la zona de llegadas, el mismo punto en el que hemos comenzado la visita. El bullicio que reinaba hace apenas unos minutos por el trasiego de los pasajeros del vuelo llegado desde Londres contrasta con la quietud que se impone ahora. Tan radical es el cambio que no parece tratarse ni del mismo hall. Los operarios aprovechan para tomar un respiro, pero las cámaras termográficas no descansan a la espera de más pasajeros. El silencio y el inmenso espacio vacío impresionan, pero la imagen de las terminales desiertas tiene los días contados. Y, con suerte, nunca volverá a repetirse.