crítica

Nuevo triunfo de Lang Lang en el Palau de la Música

Interpretaciones de una velocidad apabullante entusiasmaron al público

5/03/2016 - 

VALENCIA. La gira que el pianista chino está realizando por España se enmarca dentro del lanzamiento del disco “Lang Lang in Paris”, donde aparecen grabadas dos de las tres obras que interpreta en los recitales. Se trata de Las estaciones, de Chaikovski, y los cuatro Scherzi de Chopin. En estas sesiones se ha añadido el Concierto Italiano de Bach para completarlas. Se unen, pues, dos obras muy frecuentadas con otra –Las estaciones del compositor ruso- poco programada y grabada, lo que añade interés al concierto y al disco.

La comparación del directo con la música grabada suele proporcionar sorpresas, pero esta vez resultaron mayúsculas, sobre todo en el caso de Chaikovski. La obra reúne doce miniaturas referidas a escenas de cada uno de los meses del año: El canto de la alondra en marzo, por ejemplo, o el Carnaval en febrero. Ninguna de ellas, exceptuando la de Agosto, va marcada con un tempo excesivamente rápido, al margen de las modificaciones que se dan en la contrastante sección central de cada pieza. Así las interpreta Lang Lang en el disco, donde se atiene a las indicaciones del compositor. Indicaciones que, por otra parte, son muy coherentes con el carácter de esta música. En el recital de Valencia, sin embargo, la velocidad se aumentó de forma exagerada en todos aquellos números y secciones de movimiento algo vivo, no mejorando con ello unas delicadas páginas a las que el pianismo de bravura les queda grande. Huelga decir cómo se evocó el mes de agosto, que ya venía marcado como Allegro vivace: una lluvia torrencial de notas cayó sobre el espectador. Y es que el pianista chino parece insaciable en su deseo de espectacularidad, incluso cuando programa obras que no la buscan en absoluto. Sí que gustó Lang Lang en las piezas de tempo más tranquilo, donde exhibió un fraseo ensoñador, aplicándose en colorear el sonido y en conseguir transparencia y ligereza. Hubo detalles espléndidos junto a otros que denotaban la ya conocida afectación de este intérprete al que, sin embargo, el público adora.

El Concierto italiano de Bach lo tocó como pianista: no podía ser de otra manera con un Steinway delante: ni queriendo puede tratarse a este instrumento como si fuera un clavecín. Máxime cuando Bach explicitó que se destinaba a un clavicémbalo de dos teclados: estaba pidiendo con ello hacer más perceptible el contraste entre ritornellos y episodios, así como ampliar la gama dinámica. Lang aceptó el reto y lo interpretó con una dinámica muy rica, escogiendo bien la hegemonía de cada mano, variando con toques diferentes las distintas secciones, y mostrando una izquierda poderosa. Extrajo con ella unos graves que quizá están fuera de lugar en la música del Barroco, pero que sirvieron, sin duda, para disfrutar mejor la línea del bajo. Más molestaron los rubatos caprichosos y, alguna vez, los excesos percusivos. Muy bien controlados y graduados, por el contrario, se hicieron los trinos, tanto en velocidad como en volumen, así como el pedal, limpio todo el rato. Existía la posibilidad de efectuar, también con un concepto pianistíco, una versión algo más contenida y ajustada a la época, pero Lang Lang apostó por un brillo mayor, y reservó el segundo movimiento para la expresión intimista, aunque también pasada por el siglo XIX.

ADICCIÓN A LA VELOCIDAD

La asombrosa velocidad que desgranó en los cuatro Scherzos de Chopin no debería servir de excusa para justificar una interpretación que resultó a menudo caprichosa. La velocidad es un medio, no un fin en sí misma, pero el pianista chino parece que se droga con ella, y es obvio que también los oyentes se han hecho adictos. Estos Scherzos la piden -no son, en absoluto, como Las Estaciones de Chaikovski-, pero nunca en aluviones sin sentido. También piden contrastes, contrastes vigorosos y dramáticos, pero no afilados. Es difícil escuchar unos acordes tan secos e hirientes como los que utilizó Lang Lang en los comienzos del núm. 1. Chopin pide aquí violencia, vehemencia y fuerza, no esa dura sequedad que impregna el movimiento vertiginoso de las corcheas subsiguientes, limitando la altura de su vuelo. Mejor y más poética resultó la segunda idea, así como la canción popular que se utiliza en el Trio central, donde el pianista resaltó adecuadamente esa nota aguda (un fa sostenido) que suena de forma obsesiva y que casi cuestiona la paz momentánea de la sección. Ni qué decir tiene: volvió el arrebato con la reprise y la coda, que quiso ser, voluntariamente, infernal. Lo peor es que las tres secciones resolvían mal su ligazón interna, escuchándose más como adición que como partes de un todo.

En los otros Scherzos hubo más de lo mismo: intensos -incluso a veces desmedidos- contrastes de volumen y de tempo, torrentes de sonidos –más de una vez con roces- alternados con momentos de gran delicadeza, series de acordes y de octavas difíciles y limpias, preciosos y delicuescentes arabescos, recorridos de vértigo, aristas innecesarias, potencia en ambas manos, música que no puede, aunque debería, respirar... Lang Lang, en realidad, no presenta en realidad una “concepción personal” de estas partituras, sino una interpretación con trayectos erráticos donde alterna valiosos hallazgos con brusquedades no deseables y –lo que es peor- ciertas dosis de afectación.

En cualquier caso, el público aplaudió a rabiar y le arrancó tres regalos: Y la negra bailaba, de Ernesto Lecuona, Intermezzo del compositor mexicano Manuel Ponce, y una pieza china.

Al recital en el Palau de la Música se ha agregado este viernes una actuación íntima desde un piano instalado en el tunel de los tiburones del Oceanogràfic, con música de Liszt y de Morricone, dentro de los actos de reapertura del recinto, y una masterclass donde dos alumnos de conservatorios valencianos (Mar Valor y Rubén Morcillo) han recibido del pianista chino sendas clases de una media hora.


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