Unos ganan y otros pierden, como en todas las crisis. En la provocada por el virus chino, pequeños negocios como comercios y bares engrosan el batallón de perdedores. Aguantaron la crisis de 2008 pero no han sobrevivido a la pandemia. Daban vida y empleo a los centros y los barrios de las ciudades. Nadie los defendió. Los echaremos de menos
A veces, muy pocas veces, una imagen vale más que mil palabras. Si las palabras están bien escogidas, son más poderosas que una fotografía. Pero la imagen de la calle de la Paz desierta, en el centro de València, a última hora de la tarde de un martes de finales de julio, habla por sí sola. La arteria más bella de la ciudad, huérfana de transeúntes un día de verano. Quién lo iba a decir hace sólo un año.
La culpa no es del calor, evidentemente. La calle de la Paz y sus alrededores, con su ausencia de paseantes, con decenas de comercios y bares cerrados que se venden o traspasan, reflejan el hundimiento del país.
Siempre que pueda, iré y compraré a empresas españolas. Nada de Amazon, ni de chinos, ni de semejantes mierdas. Gastaré mi dinero en productos nacionales
Esto se va a la mierda. Que me perdonen los que aún ven el vaso medio lleno. Puede que lleven razón acusándome de agorero. El pesimismo, el realismo sin soda, no vende. Molesta. “No vengas a amargarnos la fiesta”, nos dicen. ¿Y de qué fiesta estáis hablando? En España murieron decenas de miles de personas, la gran mayoría ancianos, y las televisiones ocupaban sus informativos con palmeros en los balcones y tartas en los hospitales. Todo para ocultar la devastación provocada por la pandemia, no fuese que el ánimo de la gente se derrumbara en los tres meses de encierro.
Pero el ánimo flaquea, poco a poco, porque nuestra capacidad de resistencia —y de paciencia— se agota.
En el segundo trimestre del año, el virus chino y el error de hibernar la economía destruyeron más de un millón de empleos. El PIB cayó un 18,5%. Lo nunca visto. La mayoría de esos puestos de trabajo eran de pequeñas empresas del comercio y la hostelería. Sobrevivieron a la crisis de 2008, que comenzamos a añorar; al expolio fiscal y a la indiferencia de las autoridades, pero no han podido con la peste asiática. Es una tragedia desde distintos puntos de vista: personal, para los pequeños empresarios que se quedan sin medio de vida, y los empleados que pierden su trabajo; social por el crecimiento del paro y la pobreza, y económico por la destrucción de tejido empresarial autóctono y la pérdida de ingresos para el Estado.
¿Por quién doblan las campanas de Santa Catalina? Lloran por los cientos de establecimientos cerrados en el centro y los barrios. Estos bares y comercios de proximidad, donde el dependiente y el camarero conocían tu nombre, hacían ciudad y la diferenciaban de otras, cada día más clonadas, sin identidad propia. Lo que digo para València sirve para Alicante y Castellón porque nadie se salva de la quema.
Hoy València es un cementerio, una ciudad con innumerables cadáveres, y por cadáveres hay que entender las botigas que se fueron al traste por culpa de la pandemia y la pésima gestión de los gobiernos. Pasead por el centro, recorred vuestros barrios con los ojos abiertos y, si no estáis cegados por el sectarismo de las consignas oficiales, veréis que no os miento.
Unos pierden y otros ganan. El médico vive de los enfermos, y el abogado de los pleitos. En esta crisis han ganando los gigantes tecnológicos, han vencido las compras por internet. En lo que va de año, dos exponentes del nuevo fascismo empresarial, los dueños de Amazon y Facebook, Jeff Bezos y Mark Zuckerberg, han multiplicado sus fortunas. El patrimonio del primero equivale al PIB de Qatar. Casi nada. Son los mismos que contratan a sus trabajadores por sueldos miserables y recurren a la ingeniería contable para pagar muy pocos impuestos en países como el nuestro.
Te da la risa floja cuando aún hay liberales (convenientemente castrados) que hablan de la libre competencia, del poder sanador de los mercados, de los beneficios de la globalización, bla, bla. Será para ellos. ¿Libre competencia? La oferta se reduce de manera acelerada. Al cierre de este año, tendremos muy poco dónde elegir. Serán habas contadas. Desaparecida la mayoría del pequeño comercio, quedarán Amazon y similares, unos conocidos grandes almacenes, las tiendas de don Amancio (¡y que duren!), los prycas y los chinos, que también han acusado el golpe con cierres. Al final iba a tener algo de razón el viejo verde de Marx.
Y ahora, ¿qué? ¿No apelan a la responsabilidad individual? Hagámosles caso por una vez. Yo tengo claro lo que haré. En primer lugar, recordaré siempre a los tenderos que han bajado la persiana, forzados por las circunstancias, a esos comerciantes que contribuyeron a hacer grande esta ciudad. Después iré y compraré, siempre que me sea posible, a empresas españolas. Nada de Amazon, ni de chinos, ni de semejantes mierdas. Siempre que pueda, gastaré mi dinero en productos nacionales.
Puede parecer una quimera, un extravagante anacronismo, una ingenuidad lo que planteo, pero seguir como hasta ahora, engordando el patrimonio de empresarios no europeos, conduce a la debacle. Estamos cerca del precipicio. Si una parte de la población primara los productos españoles en sus decisiones, contribuiría a salvar empresas y trabajadores de este país. No parece una idea descabellada ayudar a quienes ayudan a sostener el sistema. Si no nos salvamos nosotros, otros no vendrán a hacerlo. Y mucho menos las fascistas simpáticos y pelirrojos de Silicon Valley.