Todo estaba preparado un mes antes de la pandemia. El Gobierno de la Unión había aprobado un conjunto de instrumentos común con los Estados miembros para hacer frente a los riesgos de seguridad relacionados con el despliegue de las redes móviles de quinta generación, llamadas 5G, cuyos detractores acusaban de emitir radiaciones peligrosas para el ser humano.
La vicepresidenta Margrethe Vestager, responsable de Una Europa Adaptada a la Era Digital, defendió las redes 5G porque “nos permiten hacer muchas cosas”. Entre las razones esgrimidas, apuntó que esta tecnología “hace posible unos medicamentos personalizados, una agricultura de precisión y redes energéticas que pueden integrar todos los tipos de energía procedente de fuentes renovables”.
En la vida real, harían la compra, barrerían la casa y controlarían que al gato no le faltara comida ni agua, además de subir o bajar las persianas según la luz del sol. Poco más que un control remoto para facilitar los quehaceres domésticos, en un mundo cada vez más pequeño y reducido a las cuatro paredes de nuestros habitáculos. Porque la pandemia de la covid-19 había ayudado a confinarnos definitivamente en nuestro núcleo más cercano o en nuestra inmensa soledad.
En el centro del debate estaba la transformación en una sociedad digital. Estas redes afectaban a miles de millones de objetos y sistemas conectados en sectores fundamentales como la energía, el transporte, la banca y la sanidad. No obstante, debido a la potencia de computación inteligente puntera y a la necesidad de más antenas, las redes 5G ofrecían más puntos de acceso a los atacantes, con un aumento de las amenazas a la ciberseguridad. El riesgo de interferencia de agentes de terceros países exigían requisitos de seguridad para evaluar los perfiles de riesgo de los proveedores de estas redes en la cadena de suministros.
También ese verano cayó la red de forma intermitente. Los datos no llegaban con la misma velocidad a los aparatos receptores, llegando a interferir incluso en la telefonía más básica, la de voz. Las Administraciones Públicas se resintieron en su servicio al ciudadano. Los trabajadores online llegaron a la desesperación al no poder alcanzar su nivel de productividad. Fue un ensayo. Se trataba de una experiencia piloto para comprobar cómo sería el mundo si caía la red, antes de la transformación digital definitiva.
No. El 5G no sólo iba a servir para llenar la nevera o abrir las ventanas, en un mundo con canda vez más dificultades para ello. El 5G iba a convertirse en nuestro médico de cabecera, en nuestro cajero automático y en nuestro proveedor de energía para comer, trabajar e incluso amar, en definitiva, para vivir.
Pero lo más importantes es que el 5G nos acabó convirtiendo en un producto. “Si algo es gratis, el producto eres tú”, solía decir la Tieta. Un informe de ENISA del verano de 2021 alertaba de que en “alrededor del 58% de los incidentes de la cadena de suministro de 5G analizados, los activos de los clientes fueron el objetivo de los ciberataques, predominantemente sus datos de información de identificación personal (PII) y la propiedad intelectual”.
-Hola David. Por fin pudimos contactar. Han renovado el sistema de ciberseguridad para la instalación del 13G. Supongo que ahora estaremos sin servicio de drones a domicilio una buena temporada. ¿Recuerdas cuando salimos del 12G? El sistema de movilidad inteligente se volvió loco y cambió todas las señales de tráfico, además de los navegadores de los vehículos autónomos. No hubo más muertos de milagro, pero se acercaron a la cifra histórica post-talibán, cuando Afganistán sucumbió para siempre…
-No te preocupes, Laura. Parece que esta vez no se van a ver comprometidos nuestros datos personales. Los PII están reforzados ante nuevos ciberataques de los Boots. Te dejo, creo que tengo interferencias en mi sistema operativo…