VALÈNCIA. Fotografía número 1. El festival de Cannes anuncia su primera edición itinerante. En conversación con El País, su director, Thierry Frémaux, declara: “No es posible un festival online. Eso no es un festival”.
Fotografía número 2. Concluye la primera edición virtual del D'A Film Festival Barcelona, que ha volcado durante 10 días su programación en Filmin ante la imposibilidad de celebrarse en manera presencial. La cita cierra con un récord de 215.000 visionados.
Entre una cosa y otra hay dos maneras válidas de enfrentar la excepcionalidad derivada de la crisis sanitaria pero, también, y lo que más me interesa, intuyo dos sentimientos enfrentados entre las industrias culturales: Internet, a favor o en contra. Bien o mal. Y ya está. O es el salvador o el mismísimo diablo. Esto es, claro, una soberana estupidez. Que en 2020 sigamos con este debate ya pesa, pero es que el confinamiento ha puesto sobre la mesa la realidad de una transformación digital que parecía que sí pero va a ser que no. Y llegó el toro. Y nos pilló.
El cierre, no solo de cines, también de museos, teatros y salas de conciertos, cancelaciones de festivales mediante, ha obligado a no pocos espacios y proyectos a reforzar su estrategia digital, a poner la mirada en unos canales que en gran medida estaban siendo relegados a un segundo plano. Y aquí viene el primer alto en el camino. Estrategia. Cuando hablamos de estrategia digital no se trata de echar un ojo a la despensa, a ver qué tiene uno por ahí, subir a YouTube y esperar a que suban las visitas. De momento la magia no viene con el paquete de fibra óptica. Esto es vomitar contenido, ni más ni menos. Y lo de esperar sentado a que venga el público (sí, porque al contenido digital también tiene que ir), simple cuestión de fe.
La experiencia virtual no sustituye en ningún caso a la física, a sudar en un concierto, envolverte frente a la gran pantalla o sumergirte en una exposición. No estamos hablando en ningún caso de un futuro en el que la pequeña pantalla absorba la nueva programación, de un 'quédate en casa' ad eternum, pero sí de un presente en el que el apartado digital es tan proyecto cultural como el físico y maltratar a uno es echar tierra encima del otro. Hablamos de una ventana esencial en el caso de las grandes citas y de una oportunidad para las pequeñas y medianas que, como el D’A, ha ganado no solo en espectadores -que daría para otro tema- sino en reconocimiento social, el verdadero éxito de la edición de 2020 más allá de las cifras.
Su buen hacer a la hora de adaptarse a esta nueva realidad y comunicarse le ha valido su mejor campaña de publicidad, convirtiendo un problema en oportunidad. Y esto no viene de la casualidad, sino de la conjunción de preparación e imaginación, el gran valor de una estrategia que debe ir más allá de la lucha por el clic. En estos meses hemos visto mucha improvisación, vomitados de contenido y, también, se ha dibujado algún proyecto interesante para un espectador, oyente o lector online que es tan espectador, oyente o lector como el físico. Y todo esto tiene una repercusión directa en la reputación de museos, teatros o festivales. Porque no se trata de sumar tráfico al tuntún, sino de crear y afianzar una comunidad a través de un proyecto diseñado de forma inteligente y con visión largoplacista, en la que la única improvisación sea la propia de la reacción. Y sobre esto, confinados o no, todavía queda mucho por trabajar.