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Ojalá no se rindan

2/11/2018 - 

VALÈNCIA. Las familias no las elegimos. Nos tocan. Nacemos en ellas por azar o destino, en muchos casos por suerte. Esperamos encontrar en el seno de nuestras familias -por encima de todas las cosas- protección, aliento e infinitas dosis de cariño. Damos por sentado que, como si de una verdad inmutable se tratara, es así siempre. No aceptamos que pueda ser de  otro modo. Nos han enseñado a ni siquiera pensarlo.

En este caso como en muchos la realidad supera nuestros deseos. Nos cuesta como sociedad afrontar esa realidad a la que se enfrentan cada día muchas niñas, niños y adolescentes. Convive con nosotros, en nuestras ciudades, pueblos, comunidades de vecinos, barrios y centros escolares. Pero nos es difícil porque simplemente no podemos encajar esas cortas pero inquietantes historias de vida. Las duras experiencias de esas almas benditas que sin culpa alguna nacen en familias desestructuradas repletas de conflictos, son víctimas de abandono, viven en riesgo, se desplazan por varios países sin que nadie los acompañe a merced de las mafias o sufren en sus carnes la violencia física y psicológica a manos de quienes están llamados por naturaleza, y en muchos casos por elección, a quererlos y a protegerlos antes que a nada en el mundo.

Los estudios demuestran que los familiares cometen el 60% de las agresiones a menores. Actuar rápido pero sin improvisaciones en estos casos es fundamental. Es crucial tener un inmejorable sistema de protección público y de calidad bien engrasado, nutrido de profesionales con experiencia acreditada y formación actualizada, con instalaciones adecuadas y recursos suficientes para poner verdaderamente a salvo a estos seres vulnerables, agredidos en sus derechos más básicos. Los problemas psicológicos y emocionales se agravan si la violencia se normaliza en sus vidas, por eso es vital proveerles de un entorno distinto y seguro, desde el que velar desde el primer momento, y siempre, por su interés.

Centro de menores

Numerosos profesionales afirman que convivir con la violencia los convierte en potenciales maltratadores porque tienden a reproducir lo vivido o, por el contrario, los hace presos del miedo, del aislamiento y la soledad. Por eso les urge el apoyo, el apego, en primera instancia de su familia extensa. En el mejor de los casos ésta los ampara, pero no siempre, porque en muchos casos no es el mejor lugar tampoco. En ocasiones esa familia extensa reniega de estos valientes, porque un día en el que sus pequeñas espaldas no pueden más, denunciaron los abusos de años y años de su padre biológico o de la pareja de su madre, o de otro familiar, incluso de su propia madre, a veces cómplice con su silencio y a veces presa de su propio pánico ante la violencia machista. Su acción de denuncia es vital para acabar con esas agresiones y constituye el salvoconducto hacia un centro de menores.

A los centros de recepción o de acogida llegan con la ansiedad y el miedo que provoca lo desconocido, y con el dolor más profundo, no hay otro que duela más que cuando te hacen daño los tuyos y, a pesar de todo, les sigues queriendo. Son sumamente vulnerables. No hay mayor soledad y tristeza que aquella a la que te condena tu familia con sus actos. En esos centros deberán aprender de cero, a reconocerse, a respetarse, a fortalecerse, a relacionarse, a romper sus propias cadenas y a luchar por su futuro.

Algunos de esos menores, también conviene recordarlo, no saldrán de esos centros donde ingresan, no retornarán a sus familias porque el riesgo para sus vidas en ellas sigue existiendo, no volverán a sus países de origen. No irán tampoco a alguna de las familias de acogida, cuya labor es impagable y a las que les doy las gracias por su generosidad y entrega y por su lucha activa en concienciar sobre esta realidad y sus aportes para mejorar nuestro sistema de protección. Los trámites administrativos son demasiado lentos, las edades y las circunstancias vitales de los menores importan y mucho. Muchas de estas niñas, niños y adolescentes decidirán finalmente emanciparse en pisos tutelados por la Generalitat, porque no quieren volver con sus familias; unos pisos que son tan insuficientes como necesarios.

La Consellera de Igualdad y Políticas Inclusivas, Mónica Oltra, y la directora general de Infancia y Adolescencia, Rosa Molero. Foto: GVA

Tampoco estamos socialmente preparados para reconocer el coraje de esos progenitores que sacando fuerzas de donde no les quedan y enfrentándose a algo que conciben como antinatural, denuncian a sus hijas e hijos por agredirles. Menores que nacidos en familias que les han dado todo lo que tenían -adolescentes sobreprotegidos en muchos casos-, que un buen día entran en un círculo vicioso que les lleva a consumir sustancias nocivas, a ausentarse de sus centros escolares, a necesitar dinero, a realizar pequeños hurtos o robos a familiares o no y finalmente a agredir a sus progenitores. Sus denuncias los conducirán ante el juez que ordenará que cumplan medidas judiciales internados en un centro.

Las vivencias de esta infancia y adolescencia en los centros de protección, acogida y socio-educativos son de tal magnitud que no podemos permitirnos que nada falle en ellos, a riesgo de que bajen los brazos y se rindan. Necesitan normas que los reconozcan como sujeto de derecho y los amparen en sus necesidades como esperamos haga la Ley de Infancia y Adolescencia que aprobaremos en Corts Valencianes; pero sobre todo necesitan recursos "pintados" siempre en el Presupuesto de la Generalitat valenciana gobierne quien gobierne.

Esos centros residenciales y sus profesionales, esas familias de origen y extensas, esas familias de acogida y adoptantes comprometidas, a quienes hay que apoyar, formar y acompañar desde la Administración Pública, son lugares de esperanza para nuestra infancia y adolescencia. Han de ser hogares en los que construir un presente y un futuro libre de miedos, de etiquetas y de violencias. Bajo su aparente fragilidad, celebramos su fortaleza para levantarse siempre por dura que sea la caída o recaída.

Ojalá aprendamos como sociedad a enfrentarnos a estas realidades y a convertir a esta infancia y adolescencia en nuestra prioridad social, política y económica. Ojalá no se rindan porque como dice el poeta  "la vida es eso, continuar el viaje, perseguir tus sueños, destrabar el tiempo, correr los escombros y destapar el cielo" (Benedetti-No te rindas).

Fabiola Meco es diputada y portavoz adjunta de Podem en Les Corts 

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