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el callejero

Olga, la fotógrafa de la Plaza del Ayuntamiento

Foto: KIKE TABERNER
23/07/2023 - 

Olga tiene una sonrisa que es como un resorte. Es fácil que el lector la haya visto. O que, incluso, le haya hecho una fotografía. Olga Blotska lleva varios meses haciendo retratos en la Plaza del Ayuntamiento. Te ve venir, te enfoca con su cámara y antes de que te dé tiempo a reaccionar, te ha cazado. Al instante, la foto sale impresa en una modesta hoja de papel marrón que simula ser la portada de un periódico. En esa página de papel basto de tamaño A4 sale el retrato que te acaban de hacer debajo de una cabecera con el nombre de Diario de Valencia. Luego hay una fecha de marzo de 1920 y un texto, posiblemente copiado de algún lado, con algo de información muy genérica sobre la ciudad. También hay dos destacados en la página: la cuenta de Instagram de la empresa y un número de teléfono para hacer un Bizum. Aunque la mayoría de la gente lo que hace es soltar un par de monedas en una gorra que Olga ha dejado en el suelo.

Hace unos días, unos rusos estaban observándola y se pusieron a comentar entre ellos lo que tenían que hacer algunos para ganarse la vida. Olga, que es ucraniana y en realidad se llama Olha (la hache se pronuncia como una ge), se acercó, sacó su sonrisa y les preguntó en su idioma: “¿Queréis que os lo cuente yo directamente?”. Aquellos incautos cogieron, agacharon la cabeza y se dieron media vuelta.

La fotógrafa se ha encontrado de todo en la plaza: gente maleducada, gente simpática, gente generosa, gente con prisas, gente con calor, mucha, y gente, mucha también, que le hace preguntas. La primera de todas es qué lleva dentro esa caja que simula una cámara fotográfica antigua. Aunque la lente que asoma por uno de los lados de esa carcasa cúbica tiene la respuesta. Al lado hay una maleta del año catapum entreabierta en la que esconde un ordenador y la impresora que escupe estas rudimentarias portadas de periódico con el retrato del viandante.

Olga no para de moverse. La clave es no preguntar y hacer la foto. Luego va corriendo a la impresora, saca la hoja, la entrega y se va a por otro. Ella sabe que es peor pedir o insistir. Así que ahí va ella con su vestido lancero color fresa de aquí para allá haciendo fotos y repartiendo papeles. No le va mal. La gente se estira. Algunos aflojan un euro y otros, como unos chavales que le han pedido una portada para cada uno, abren la mano y dejan caer quince o veinte céntimos. Lo cierto es que le entra una cantidad de dinero nada desdeñable.

Pero, en realidad, el dinero no es directamente para ella. Esto no es una iniciativa particular sino una empresa, Old Press, enfocada al turismo con fotógrafos en ciudades de toda Europa. Olga, cuando quiso salir de Ucrania, vio un anuncio para hacer este trabajo en París y Sevilla, y como le encanta España y ya había visitado nuestro país tres veces, se plantó en la capital de Andalucía. Pero su sueño siempre había sido vivir junto al mar, así que en cuanto vio que había una plaza en València se vino para acá.

Olga llegó en septiembre. Antes vivió la crudeza del estallido de la guerra con Rusia. Ella vivía en Kiev con su madre, su hermana pequeña y Patrick, su perro, un Golden Retriever al que consideran uno más del clan. Aunque el día del primer bombardeo, ella prácticamente ni se enteró. “Antes de que empezara la guerra, me despedí del trabajo donde estaba porque presentía algo. Mi madre no paraba de repetir que iba a venir una guerra, pero yo, que soy más optimista, le decía que no, que eso no podía ocurrir. Pero, por si acaso, empezamos a almacenar provisiones en casa para varios días por si pasaba algo. De hecho, llegamos a hablar de mudarnos al oeste de Ucrania, lejos de la frontera con Rusia, que parecía una zona más tranquila. Estuve varios días buscando billetes de tren, pero ese día estaba cansada, lo dejé para el día siguiente y me fui a la cama temprano. Nuestra casa no está lejos del aeropuerto que bombardearon los aviones rusos, pero yo no escuché nada, no me enteré de nada. Yo seguí durmiendo tan ricamente”.

El despertar, al día siguiente, fue menos placentero. Olga se quedó en shock al ver las noticias. Durante varios días, la obsesión de la familia, muy asustada, como toda Ucrania, era salir de Kiev. No sabían la dimensión del ataque ruso y tenían miedo. “No sabíamos con qué armas nos podían atacar, si se atreverían incluso a lanzar algún misil o bomba nuclear. Durante esos primeros días, circulaban rumores de todo tipo por las calles de Kiev. No sabíamos por dónde podían venir, ni cuántos, ni cómo. Y muchas veces tenemos miedo a lo desconocido”.

La incertidumbre les angustiaba. Los primeros días de la guerra, las tres mujeres de la familia pasaban gran parte del día en el pasillo porque las autoridades recomendaban estar entre dos paredes en caso de bombardeo. Cada ciertas horas, una salía a pasear el perro y luego regresaba inmediatamente al pasillo. Antes del ataque ruso, Olga trabajó durante cuatro años como fotógrafa. Ella no tenía formación. Era autodidacta. Tenía una cámara y durante un tiempo aprendió el oficio mirando vídeos y tutoriales en YouTube. Al principio, su trabajo no era muy complejo ni muy creativo. Sólo tenía que hacer fotos a los niños en un centro comercial y vendérsela a los padres. Luego se puso a hacer retratos a precios económicos para gente sin grandes recursos.

Olga cuenta todo esto en el interior de Liverpool, uno de los pubs con más solera de Ruzafa. Natalia, una ucraniana que también pasó por esta sección y que trabaja en Liverpool, hace de intérprete. Al principio de la entrevista, Olga, que luce unas llamativas uñas largas de color naranja, no paraba de sacar su sonrisa automática, pero esta chica de 29 años ha dejado de sonreír en cuanto ha salido el inevitable asunto de la guerra. Por debajo de la mesa, mueve el pie nerviosa, y Natalia, que ya sabe cómo pensamos los españoles y lo que nos llama la atención, la escucha pacientemente y traduce sus respuestas.

A València llegó en septiembre. Antes estuvo trabajando en Sevilla. Pero todo esto vino después del miedo y la incertidumbre del inicio de la guerra. El pánico les llevó a subirse a uno de los trenes de evacuación que dispuso el Gobierno para salir de Kiev. Su primer destino fue Ushgorod, una ciudad que está al oeste, en la frontera con Eslovaquia y muy cerca de Hungría. De ahí cruzaron a Eslovaquia y después a Chequia, a Praga. Pero en todas partes, como había una gran cantidad de refugiados, les ponían problemas porque iban con el perro, un animal grande. Así que decidieron irse hasta Países Bajos, a un pueblo en mitad de la la provincia de Utrecht (Utrique). Allí encontraron a Eric y Domina, dos ángeles neerlandeses que les abrieron las puertas de su casa y les pidieron que dejaran de preocuparse por el coste de las cosas. “Vosotras habéis pasado por algo muy duro. No os preocupéis por nada, sólo de descansar”. Y durante un mes y medio estas dos personas se ocuparon de ellas tres y su retriever.

Patrick tuvo un accidente un día y se cayó a un canal. Durante unas horas pensaron que lo perdían. Pero Eric y Domina llevaron al perro a un veterinario que logró salvarle la vida. Durante esos días, después de la crudeza de la guerra en Ucrania, Olga se reconcilió con la raza humana. “Me di cuenta de lo que pueden llegar a hacer las personas y la fuerza de la solidaridad. Desde entonces siempre que puedo, colaboro, para devolver lo que otros me han dado a mí”.

En abril decidieron que iban a volver a Ucrania. Las noticias no eran demasiado alarmantes y, sobre todo, las dos hijas, Olga y su hermana, veían que allí no tenían nada que hacer. Olga se vio en mitad del campo y entendió que no tenía sentido intentar vivir de la fotografía. Su madre, más temerosa, acabó accediendo. Liubov, que es como se llama la madre y que significa amor en ucraniano, sólo quería estar donde estuviesen sus hijas. Y regresaron a Kiev.

Pero en Kiev, en mitad de una guerra, tampoco es que hubiera grandes oportunidades laborales. La mente inquieta de Olga, la única creativa de una familia en la que su madre trabajaba de gestora y su hermana en algo de ‘management’, empezó a buscar alternativas, y fue entonces cuando encontró en las redes sociales los anuncios para trabajar de fotógrafa en París o Sevilla. “Me vine sola. Se lo ofrecí a mi familia, pero no quisieron salir de Ucrania”. Y viajó hasta Sevilla y, unos meses más tarde, a València, cerquita del mar, como siempre había soñado. Aunque su primer día fue decepcionante. Olga acudió al piso que tenía apalabrado para quedarse como inquilina, y cuando llegó para firmar el contrato, el propietario le contó que se lo había alquilado a otra persona.

No fue la entrada soñada, pero València le ha conquistado. “Es una ciudad muy cómoda y muy tranquila”, resume después de recuperar la sonrisa. Olga no va a la playa tanto como quisiera, pero algunos días se pone el bañador y se marcha con los amigos a la Malvarrosa o la Patacona. La mayoría de las tardes las pasa en la Plaza del Ayuntamiento, y algunas mañanas, los fines de semana, junto al Mercado Central. Allí mucha gente le pregunta qué lleva dentro de esa caja con la que enfoca a los potenciales ‘clientes’. “Pero eso no se cuenta. Es secreto. Dejémoslo en que somos como magos…”.

Cuando queda algún hueco le encanta coger la cámara, su cámara, y salir a la calle a patear la ciudad, a buscar los rincones con encanto, las fotos que realmente le gusta hacer y con las que espera vivir, fotografiando a los famosos de Ucrania, dentro de unos años. En septiembre viajará a Kiev para pasar mes y medio con su gente. Y luego volverá. Son sus dos países. Por eso lleva en la muñeca una pulsera con la bandera de España y Ucrania. A Olga le toca seguir labrándose el presente para, algún día, en el futuro, tener esa casa junto al mar con la que siempre ha soñado.

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