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¿Para qué sirve la música pop?

23/05/2021 - 

VALÈNCIA. Entrevisto a St. Vincent por Zoom, pero, oohhh, sólo conecta el audio y no nos vemos. Bueno, ella a mí sí que me ve porque soy un periodista que no tiene nada que ocultar y no me importa que St. Vincent advierta que me hace falta ir a la peluquería. Me encantaría saber qué está haciendo mientras hablamos, aunque casi prefiero imaginarlo. Si lo veo se pierde su posible misterio. Está muy bien que haya siempre algo de misterio rodeando a lo que hacemos, incluso las cosas más cotidianas. Me gustaría explicarle a Annie Clark -que es como se llama en realidad esta mujer- que la estoy entrevistando desde una ciudad que tiene dos San Vicentes, pero no hay tiempo para perder en tonterías. Me quedo con las ganas de saber si es más de San Vicente Ferrer o de San Vicente Mártir. No sería la primera vez que me da por ilustrar a una estrella pop anglosajona acerca del folclore religioso de mi tierra. En 1990, cuando The Cramps vinieron por primera vez a València les hablé del brazo incorrupto de San Vicente (Mártir) y ellos, que son muy macabros, enseguida quisieron ir a visitarlo. Durante años viví convencido de que llegamos a verlo, pero algo ocurrió en el trayecto -creo que fueron los zapatos de tacón de aguja de Lux Interior, que resbalaban demasiado al cruzar el suelo de la Plaza de la Virgen- que les hizo desistir de la visita. Unos cuatro años después les entrevisté por teléfono y no pude resistirme a preguntarles si recordaban la anécdota. ¡Y tanto que la recordaban! Me dijeron que aprovechando que habían actuado de nuevo en València, se habían animado al final a visitarlo. “Daba un poquito de asco”, me dijo Poison Ivy. Tanto zombie, tanto Halloween y tanta serie B y luego mira. 

Entre pitos y flautas, estos últimos días me están sabiendo muy a años noventa. La semana anterior, buscando analogías pop para hablar de la falsa libertad, acabé escuchándome varios discos de Prince y poniéndome el Screamadelica de Primal Scream en bucle. Y para no salir del bucle, acabé viendo Creation stories en Movistar+, que es mucho más divertida de lo que esperaba -las reseñas inglesas no eran muy alentadoras-. La película cuenta la historia de Alan McGee, el tipo que fundó Creation, uno de los sellos independientes más importantes de la historia. Fue el descubridor de The Jesus & Mary Chain, Primal Scream, Teenage Fanclub, My Bloody Valentine Oasis. Es decir, su sello lanzó y difundió a artistas que alteraron el curso de la música pop, la dejaron patas arriba o bocabajo, música que, sobre todo, cambió la vida de millones de personas. Defiendo la teoría de que, si logras desentrañar al personaje, también estás analizando su música. Seguramente los puristas y los espíritus hambrientos de especialización se quejarán pero, francamente, creo que ha llegado el momento de empezar a plantearse constantemente para qué sirve la música pop, esa que ha tenido tiempo suficiente como para ir dejando un poso. Enfrentarse a una obra o a un artista o a una banda y preguntarse: ¿Para qué sirve? ¿Para qué sirven los Rolling Stones? ¿Para qué sirve Madonna? ¿Para qué sirve Can? Si te formulas esa pregunta como si te la estuviera haciendo un profesor en un examen, y haces el esfuerzo de reflexionar, seguro que las conclusiones que sacas acabarán por sorprenderte. ¿Para qué sirve Loveless de My Bloody Valentine? Podría escribir un manifiesto al respecto.

A St. Vincent la entrevisto porque acaba de sacar, Daddy’s home. El disco está muy bien, lo cual tampoco es una novedad, porque ella no es de hacer discos flojos. Le ha sacado un color musical como antiguo, muy calmo, que a mí me recuerda mucho -esto no se lo dije no fuera a ser que me colgara- a algunos discos de otra estupenda artista, Joan As Police Woman. Es un sonido muy anclado en el soul de los primeros años setenta, arrastrado y bonito, con mucho piano eléctrico. Son sonidos que le recuerdan a una época, la del Nueva York de los primeros años setenta, una época que para ella también fue de transición, como parece que lo será la que vivamos a partir de ahora. La música sirve, por ejemplo, para marcar momentos concretos. En este caso, el disco de St. Vincent no habla de la pandemia, pero sí que, al haber aparecido durante este periodo, quedará marcado por ella. Lo escucharemos aún bajo los efectos emocionales, psicológicos y sociales de esta etapa extraña. Lo que haga por nosotros -consolarnos, distraernos, darnos placer, ayudarnos a conectar con nuestras emociones- siempre estará ligado a este momento de la Historia.

Creation stories revive algunas partes importantes de lo que fue la cultura popular británica que estuvieron dictadas por la música o ligadas a ella. La locura hedonista de Primal Scream se desató en Inglaterra, pero en València la hicimos nuestra. No puedo evitar asociar Screamadelica con Barracabar. De hecho, Alan McGee visitó València en 1986 por culpa de Jorge Albi, Carlos Simó y Juan Santamaría -who else?-, que montaron una fiesta Creation en la discoteca Barraca. Entrevisté a McGee para Ruta 66 en el hall del antiguo Hotel Oltra, en la Plaza del Ayuntamiento y no lo recuerdo como el tipo desacatado que aparece en la película. Igual es que iba ya enlazando resacas. En la película, el actor que lo interpreta es tan estridente que, más que encarnarlo, parece que esté haciendo una caricatura de él. Pero, por encima de todo eso, viendo la película volví a sentir el cortocircuito que me produjo escuchar por primera vez en 1984 a The Jesus & Mary Chain. Aquel amasijo de ruido, ¿para qué sirve ahora? Para recordarme de dónde vengo. Para conectarme con el caos. Para explicar una porción de mi pasado que también es mi presente. Para definir una época, para recordarme que la música pop se alimenta de su propio pasado a la vez que va creando un futuro. Todo esto es importante ahora mismo, en esta era de crisis y cambios, en la que muy posiblemente una manera de hacer y entender la cultura haya terminado, y una parte de nosotros mismos lo haya hecho también.

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