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Natalia D’Annunzio, Carmen Meinhof, Mauro Molina y Aurora Diago se sirven de danza, teatro y nuevas tecnologías para deconstruir la masculinidad
VALÈNCIA. Todo empezó con una coletilla colectiva, la pregunta que se repite año tras año en redes entre los detractores del 8 de marzo: por qué no se celebra un día internacional del hombre. A este manido runrún se sumó una tragedia personal compartida, la muerte de los padres de las bailarinas Natalia D’Annunzio y Carmen Meinhof con un margen de escasos meses.
Las teorías feministas de Kate Millet, que asegura que lo privado es político, y Virginie Despentes, que interpela al hombre para que también se mire a sí mismo, terminaron de incentivar el genio creador.
Mauro Molina y Aurora Diago se sumaron al proyecto, una obra documental que se titula Paterland y reflexiona sobre el primer referente masculino, el padre. La pieza incide en las diversas connotaciones que tiene el concepto y en la influencia que ejerce el progenitor, tanto con su presencia como con su ausencia, en la formación de nuestra identidad.
El montaje está programado entre el 21 y el 24 de marzo en Espacio Inestable, y combina danza, teatro y nuevas tecnologías.
“Desde el lado femenino ya se han hecho muchos análisis de lo cotidiano y de las relaciones, así que nos preguntamos si en la lucha por la igualdad de género hemos de hacerlo todo las mujeres o hay que implicar a la población masculina”, plantea Meinhof.
El nombre de la producción es una palabra inventada que fusiona el término alemán vaterland, que significa patria, y la palabra latina pater, que quiere decir padre. Esto es, la tierra del padre.
“Tradicionalmente se ha entendido lo masculino como un valor universal que queda expresado principalmente en su oposición y dominación de lo femenino, por eso entendemos que deconstruir lo masculino arrojará luz sobre quienes somos en realidad, independientemente de nuestro género”, avanzan desde el colectivo iberoamericano que ha puesto en pie esta creación contemporánea.
Paterland parte de la historia particular de cada uno de sus cuatro intérpretes para alumbrar una mirada general sobre el imperativo de lo masculino en la vida de los hombres. Sus componentes, procedentes de España y Argentina, han encontrado numerosas coincidencias en la construcción familiar en ambos países.
“En Latinoamericana hay mucha influencia española e italiana. Y al recopilar testimonios y experiencias íntimas hemos encontrado que la figura del padre ocupa un lugar central arraigado que ubica el rol de la madre y de lo femenino en un lugar periférico”, expone Mauro Molina, que viajó a Argentina con Natalia para visitar los lugares donde transcurrió la infancia de sus padres, hablar con familiares y recabar el material audiovisual que les ha servido como punto de partida.
En Paterland se juega con la frontera entre realidad y ficción. Mauro, Carmen, Natalia y Aurora recapacitan desde un espacio propio y cruzan sus vivencias con relatos políticos. Mauro, por ejemplo, analiza cómo se construyó su identidad por contraste, después de que su padre se desentendiera de su rol paterno cuando sólo tenía cinco años. Carmen, por su parte, enfrenta al público, aunque de manera ambigua, con el dolor que sintió al descubrir una infidelidad de su padre. “No entramos en nada sensacionalista, pero la reacción de la gente me llama la atención, porque miran hacia abajo, desvían la mirada a un lado. Para mí fue traumático, pero he comprobado que es algo común, tan del día a día, que todo el mundo lo conecta con una experiencia propia”, relata Meinhof.
Ahí está la clave, en partir de lo personal para generar micropolítica. Sus creadoras aspiran a un trabajo en conjunto entre hombres y mujeres “en oposición a un sistema que nos oprime tanto a unos como a otras”, subraya Molina.
El colectivo ha detectado un cambio en el último lustro en las nuevas masculinidades. “Hablar de feminismo era provocar un conflicto, pero ahora hay comprensión, y en términos cuantitativos existe más gente que ejerce otro tipo de paternidad”, opina Carmen.
Mauro achaca la evolución del hombre al movimiento feminista: “Tiene que ver con el descubrimiento de que como hombres hemos estado en un lugar muy distinto al de las mujeres, por no decir equivocado. A partir de ahí hay que trabajar por un mundo igualitario desde la reconciliación y no el enfrentamiento”.
Paterland arranca al término de la celebración del tan demandado Día Internacional del Hombre. El espectador se encuentra frente a un escenario atestado de los restos de la fiesta. A lo largo de la obra, sus autoras van eliminando y desmontando lo que ha quedado sobre las tablas hasta que se quedan vacías con la excepción de las intérpretes y unas copas de champán. Carmen Meinhof revela que ha sido un proceso catártico: “Hemos llorado y nos hemos quitado mucho lastre. Nuestra conclusión es que esta vivencia personal enlaza con lo social: hemos de ir sacando todo lo que sobra para quedarnos con lo esencial para comunicarnos y estar en paz”.
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