CRÓNICAS DE UNA MADRE ANUNCIADA

Paternity Style

4/03/2023 - 

VALÈNCIA. Existe una injusta y arcaica visión marcada por estereotipos hacia los hombres que tienen hijos.  En mis últimas columnas he querido desmarcar la imagen tradicional de la maternidad pero también me parece que debo hacerlo con lo que se entiende por paternidad. 

A veces cuando un hombre pasea solo con un carrito de bebé y, encima está cañón, he escuchado cosas como: “La madre estará forrada”, “se ha casado con ella preñada” o “tendrá a otra que le distraiga de su reciente obligación”.  Suposiciones, que lejos de la realidad y en su gran mayoría, lo único que existe de verdad es una auténtica devoción por su señora y por su nueva condición masculina como progenitor. 

Para explicarlo mejor me gustaría contarles una anécdota que merece ser compartida. Paso a describirles el momento. La escena tiene lugar en un restaurante próximo a la plaza del Patriarca. Es tarde de cabalgata y ese preludio animado a la noche más mágica del año se respira en el ambiente. 

Ese mediodía un grupo de amigos  ha organizado una comida con una premisa clara. Ellos se llevan a los niños a comer y  ellas se van de jolgorio solas para más tarde juntarse y ver desde un balcón el gran despliegue de carrozas. Son los comensales masculinos los que hoy protagonizan mi relato. 

En el primer acto todo “se desarrollaba con relativa normalidad”, me explica un padre. “La mañana transcurría sin incidencias, los niños comieron y todo parecía marchar sin ningún tipo de complicación”, afirmaba otro. 

En un momento dado uno de los padres decide salir con un par de niños al exterior. De improvisto, la más mayor del grupo, sale rauda y veloz hacia la fuente de esta mítica plaza valenciana de inspiración toscana. Los más pequeños la siguen y, el cuidador sin elección, también. 

 Aquí empezó el segundo acto. El reto por supuesto no quedó ahí y de un brinco la mayor se sube al bordillo de la misma con gran confianza. Sin embargo, y contra todo pronóstico para su vigilante, a la pequeña equilibrista se le resbala una pierna quedando sumergida en ese estanque semicircular de no más de 20 centímetros de calado.   

“Y de repente, se derritió.  Se hundió en las aguas”, recuerda su cuidador aún asombrado. “Como si una fuerza invisible tirara de ella hacia dentro, hacia una profundidad inexistente. La saqué de inmediato y, con su abrigo de pelo chorreando cual osito empapado, estalló en llanto”, prosigue aturdido. 

Me imagino a esa poderosa y femenina estatua central de la fuente, esculpida en mármol, ejerciendo algún tipo de hechizo cual alma mater celestial la noche de Reyes. Una pura demostración de acción-reacción para los espectadores allí presentes que observaban inmóviles la situación.  Pues lo que parecía la clásica estampa del “hoy este marido se la gana”, aún sin saberlo, este grupo de padres estaban a punto de dar un gran lección pese al fatídico panorama. Como si no fuera cosa del azar que justo el accidente tuviera lugar en la fuente del Patriarca.  

Y pasamos al tercer acto de esta historia. Ante el revuelo, salen a fuera del restaurante el resto de sus amigos y niños y, por su puesto, el padre de la criatura quien sorteando al gentío y, llevándose las manos a la cabeza a cámara lenta, se da cuenta del lío.  

“Me quedé paralizado exactamente 10 segundos. Alejándome mentalmente de las voces de ayuda de todo el mundo”, confiesa.  Transcurrido ese breve espacio-tiempo extracorporal pero vital, volvió al mundo terrenal lanzando una orden contundente: “¡Ropa!”. 

Obedientes y al unísono, él junto al resto de padres, introdujeron a la niña en el restaurante, y rodeándola cual mecánicos en una carrera de Fórmula 1 en boxes, procedieron al cambio de muda más rápido jamás visto. Un vuelo de calcetines por un lado, unos pantalones de una talla menos,  secador de manos del baño para el pelo, y listo. 

El resultado, aunque tranquilizador ya que alejaba a la niña de una posible pulmonía, no dejaba de ser poco discreto pues al ser ella la mayor y la ropa prestada, todo le quedaba prieto. “La madre se va a dar cuenta.  Esta noche muerte lenta”, pronosticaron algunos. 

Ante tal visión el padre tuvo una nueva revelación: “Hoy las tiendas abren hasta tarde, me voy a Zara”.  Y de nuevo, como teletrasportándose ante la multitud y con toda la ropa mojada en bolsas, enfundó a su hija con un conjunto muy completo y además divinamente combinado. Orgulloso de la proeza como si nada hubiera pasado volvió con el resto. Y llegó el momento esperado: ellos y sus diminutos acompañantes por fin se juntarían con las madres.  

Pasamos al último acto. Finalmente y sin poder remediarlo, soltaron la bomba de lo que había ocurrido. Ellas, tras una breve pausa, explotaron a carcajadas. “Esto ha sido una divina señal, al año siguiente os los volvéis a quedar”, dijo una de ellas. Aunque sorprendidos a la reacción, por fin respiraron aliviados. 

A veces un conflicto inesperado puede acabar con nuestra paciencia, sumirnos en el caos y dejarnos en un estado de bloqueo absoluto. Pero eso no fue lo que pasó. Los maromos de este grupo de amigas, todos ellos sin excepción, impactaron a sus damas con un derroche de capacidad resolutiva único y, todo hay que decirlo, con mucho estilo. 

El varón, de naturaleza tendente a lo pragmático hizo gala aquel día de su virilidad más racional poniendo, en boca de todos “estos son tíos de verdad”. 

La asociación hombre-niños-inmadurez me parece por tanto mundana. Pero no cantemos victoria queridas amigas, porque aunque a veces nos sorprenden, aún nos falta el prototipo masculino ideal para alcanzar el nirvana.