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LOS RECUERDOS NO PUEDEN ESPERAR

Patti Smith, de Nueva York al Cabanyal

La escritora y cantante acaba de publicar en España M Train, un libro de recuerdos en el que algunos rincones de la ciudad de Nueva York se convierten en musas. Entre sus recuerdos también hay una mención al Cabanyal

13/11/2016 - 

VALENCIA. “Viejas casas de azulejos de colores, barracas de pescadores y bungalows como el mío. Estructuras frágiles que nunca podrán ser reemplazadas, solo lloradas. Como mariposas que un día simplemente desaparecen”. Son palabras de Patti Smith, palabras sobre el Cabanyal. Pertenecen a uno de los capítulos de M Train.  Se inspiran en los  días que la escritora y cantante pasó en Valencia, en otoño de 2012, cuando dio su primer concierto en la ciudad. Como muchas de las miradas proyectadas en M Train, su breve recuerdo del Cabanyal y de la lucha del barrio por preservar su identidad y su historia, aparece en el libro como una de sus polaroids. Una imagen concisa, algo borrosa, rudimentaria pero real. Desde su infancia, Patti Smith sacraliza aquello en lo que cree, todo lo que le inspira. Esa ha sido una de las fuerzas motrices que le permitió desafiar los obstáculos posibles convertirse en la artista que fue y que es. 

Fetiches salvadores

Ha sido también la ayuda para sobrellevar las pérdidas personales que ha ido sufriendo durante el trayecto. Las muertes de camaradas como Robert Mapplethorpe y el pianista Richard Sohl; de su marido, Fred “Sonic” Smith y de su hermano Todd; de maestros que finalmente fueron también amigos, como Allen Ginsberg, William S. Burroughs, Lou Reed. Reconozco que a veces Patti Smith puede resultar cargante, pero eso solo ocurre si uno no logra conectar con el propósito de sus rituales. Su necesidad de vivir rodeada de fetiches, de viajar hasta ellos e idealizarlos, es la clave para entenderla. Bien pensado, no hace nada que no hagamos los demás. Ella magnifica esa constelación de objetos y nombres porque forma parte de su trabajo. Forma parte de las maravillas que logra hacer con su escritura, que son toda una lección de vida.

Sandy y Valencia

Según cuenta en el libro, su paso por Valencia coincidió con una huida de Nueva York. El huracán Sandy había devastado la ciudad (una devastación desoladora para una ciudad que 11 años  había resistido estoicamente la brutalidad del 11-S y que hoy, mientras acabo este texto, se me antoja nuevamente desolada tras la victoria electoral de Donald Trump). El día que el huracán se apoderó de la ciudad, mi amigo Juan Montoro estaba justamente allí, asistiendo a un congreso. Quedó atrapado en Nueva York, que dicho así resulta muy romántico y prometedor, para ser testigo y víctima del caos que impuso el temporal. Nueva York parece haber perdido ese halo de protección mitológica que durante mucho tiempo la hizo indestructible, tanto en la realidad como en el cine y en los cómics. Nueva York ha resistido a la llegada Galactus, a la irrupción de Godzilla, a hordas de vampiros y cien catástrofes más. Hasta que el inexorable avance del tiempo ha ido ganándole terreno y quitándole poder. 


Nueva York, Nueva York

En su momento, cuando me relató su experiencia, imaginé a Juan, que adora a esa ciudad tanto como yo, contemplándola en medio de su parálisis, anegada, solitaria, despojada de su halo fantástico y de los sueños que evoca. Leyendo M Train, se puede volver a soñar con una urbe que ha envejecido mal, pero que preserva una mística que la prosa de Patti Smith transmite estupendamente. Las ocasiones en las que he viajado a Nueva York ya no quedaba apenas rastro de la ciudad con la que soñé en mi adolescencia y juventud. A medida que volvía quedaban menos lugares de peregrinación para ver. El CBGB convertido en tienda de ropa. Las principales tiendas de discos del Village cerradas. El World Trade Center Memorial donde una vez estuvieron las Torres Gemelas. En mi último viaje, en verano de 2010, pude conocer el Gramercy Park Hotel. Durante la década de los setenta había sido el hogar temporal de Lou Reed, Debbie Harry y Chris Stein. Hace años fue adquirido por uno de los artífices de Studio 54 y decorado por artistas como Julian Schnabel. Puro chic neoyorquino digno de aparecer en un capítulo de Sexo en Nueva York. De hecho, estuve allí entrevistando a Brandon Flowers, cantante de The Killers, uno de los ejemplos más claros de por qué la música pop de masas ya no es lo que antaño fue. La antítesis del espíritu que recorre las páginas de M Train.


Gloria en Valencia

Patti Smith debutó en Valencia el 17 de noviembre de 2012. Días antes, en Madrid, se había sumado a la huelga general que tuvo lugar entonces. Una vez aquí nos habló de ello desde el escenario. No creáis a los políticos y a los medios que quieren convencernos de que aquello no significó nada, dijo con su tono chamánico, lanzando escupitajos al suelo. A menudo a Patti se le olvidan las letras de sus canciones, algo que le ocurre desde los comienzos de su carrera musical. Pero su capacidad para improvisar y su vena de presentadora de talk shows hace que los despistes no importen. Lo importante es la manera en que el lenguaje fluye a través de ella. La noche de su concierto en Valencia nos animó a no perder nuestras señas de identidad, a no dejar que nos quitaran el Cabanyal. También cantó esa noche People Have The Power (“la gente tiene el poder para redimir la labor de los tontos”), compuesta por su marido en 1988. Imagino que estaría contenta si viese lo que hemos conseguido quitarnos de encima en Valencia. El futuro es ahora, nos arengó, y hemos de estar unidos para evitar que los políticos se aprovechen de nosotros. En un día como estos –me la imagino entre atónita y desolada con la victoria de Trump-, hay que aferrarse a la esencia redentora de esa canción. 

Queremos cosas que no podemos tener

Uno de los mensajes recurrentes de Patti Smith, en sus recitales y en M Train, es el disfrute de la vida en toda la dimensión de la expresión. Nos lo dijo también aquí, antes y durante su interpretación de Rock & Roll Nigger, una de sus canciones más incendiarias. Aquella fue una noche emocionante. Patti Smith siempre resulta emocionante. Hay una humanidad a flor de piel en ella que no es detectable en otros artistas, por muy veteranos que sean. Su actitud la ha vuelto muy cercana y humilde. El modo que tiene de contar su historia es algo que ningún nombre masculino asociado al rock o al pop ha logrado superar: “Queremos cosas que no podemos tener. Intentamos recuperar cierto momento, cierto sonido, cierta sensación. Yo quiero oír la voz de mi madre. Quiero ver a mis hijos cuando eran niños. Manos pequeños, pies ligeros. Todo cambia. El hijo crece, el padre muere, la hija es más alta que o, llorando por una pesadilla. Por favor, quedaos para siempre, les digo a las cosas que conozco. No os vayáis. No crezcáis”.  Poco después, en un momento de desánimo, escribe: “El mundo parecía haber agotado sus maravillas. Solo eso ocupó varias páginas que me llenaron de una añoranza tan dolorosa que las arrojé al fuego de mi corazón, al igual que Gógol quemó, página tras página, el manuscrito de la segunda parte de Almas muertas. Las quemé todas, una por una; no dejaron cenizas ni se enfriaron, sino que irradiaron la calidez de la compasión humana”. Incluso es los momentos más sombríos existe esperanza. Tenemos el deber de seguir soñando. Para eso estamos aquí, para eso existimos.

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