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UNA VISIÓN A PARTIR DE LA RECOGIDA DEL NOBEL

Patti Smith y Bob Dylan o cuando la admiración es emoción

12/12/2016 - 

VALENCIA. Rodeada de músicos de conservatorio y ante un auditorio de gala presidido por una familia real, Patti Smith entonaba A Hard Rain’s Gonna Fall el pasado sábado en Estocolmo. La tan traída y llevada ceremonia de los Premios Nobel, a la cual finalmente Bob Dylan no asistió a recoger galardón, tuvo una excelente embajadora. Acabará el año y mucha gente seguirá sin entender el gesto de Dylan, porque Dylan nunca ha sido un artista fácilmente descifrable. Que Patti Smith fuese la elegida para interpretar una de sus composiciones más importantes en dicha gala es un acto de justicia -nunca mejor dicho-, poética.

Palabras mayores

"Smith posee un magistral dominio de la palabra escrita, no solo en sus canciones y poemas, también en sus obras en prosa"

Smith siempre ha sido discípula de Dylan desde sus inicios. Posiblemente, a día de hoy sea, después de él, también la artista de rock & roll más cercana a la literatura con mayúsculas. Tras la muerte de Lou Reed y Leonard Cohen, cuesta encontrar músicos surgidos en el seno de la música cuyas letras tengan la grandeza de los poemas, las novelas, los relatos o las obras teatrales de los grandes de la literatura. Se me ocurre Nick Cave, pero no sé si habrá muchos más con ese nivel. Esa cercanía, que tanto alarma a los defensores del arte entendido como algo inamovible y ajeno a ningún tipo de cambio posible (como si el mundo no cambiara), puso de uñas a quienes creen que una obra como la Dylan no merece ser considerada para una categoría como el Nobel de Literatura. Sea como sea, Smith posee un magistral dominio de la palabra escrita, no solo en sus canciones y poemas, también en sus obras en prosa. Su último libro de memorias, M Train, volvía a ponerlo de relieve.

Primer encuentro entre el maestro y la discípula

 Patti Smith, que en su juventud ya aparecía retratada por Judy Linn cubriéndose la cara con una fotografía del Dylan con el pelo encrespado a lo Rimbaud –el poeta del que ambos parten- tuvo su primer contacto con el autor de Blowin’ In the Wind en 1975. Ella empezaba a ser la gran sensación musical del underground neoyorquino y su amigo, el periodista y muchas cosas más, Danny Fields, consiguió que el mismísimo Dylan fuese a verla y otorgarle sus bendiciones en un pequeño club, The Bitter End, en Nueva York. En esa noche de principios de julio, tuvo lugar en el encuentro en el camerino. Patti era entonces joven -29 años- , una artista que comenzaba a encontrar su lugar, llena de energía y arrogancia. El encuentro fue accidentado porque ella no midió bien sus palabras. Para romper el hielo, Dylan dijo, ¿Hay algún poeta por aquí? A lo cual ella, presa de los nervios del momento, replicó, “Ya no me gusta la poesía, es un asco”. Él encajó la respuesta con humor y las cámaras inmortalizaron un encuentro que discurrió amigablemente. Dicho encuentro n enturbió su relación. Días después, ambos eran fotografiados riendo en una fiesta privada.

Dos cabalgan juntos

Dylan y Patti en The Bitter End, por Danny FieldsEn 1995, Smith enviudó inesperadamente. El dolor por la pérdida de Fred “Sonic” Smith, padre de sus dos hijos, unido a una situación económica poco estable, la empujó a lanzarse a la carretera después de más de 15 años alejada de la música y de los conciertos. Dylan la acogió como compañera de gira durante siete fechas de la gira que estaba realizando en diciembre de 1995. Cada una de esas noches, ambos cantaron juntos Dark Eyes, originalmente grabada en Empire Burlesque, uno de los álbumes ochenteros del poeta de Duluth. En esos momentos difíciles, Smith recibió el apoyo de su gente más cercana, pero también el de otros artistas. Michael Stipe la acompañó de forma anónima en su siguiente gira y según ha contado la propia Smith, la ayudó económicamente para que pudiera establecerse de nuevo en Nueva York con sus hijos. Dylan también la arropó generosamente al invitarla a actuar con él.

Declamar en éxtasis

Los años y la experiencia han borrado aquella arrogancia juvenil. En lugar de aquel ímpetu que a veces podía resultar avasallador, Smith ha desarrollado una empatía rara de ver en ninguna de las facetas relacionadas con el mundo del espectáculo. Ver a Patti Smith dudar o equivocarse sobre un escenario es habitual prácticamente desde los principios de su carrera, posee un verbo que a veces va más rápido que sus propios reflejos. A sus casi 70 años –los cumplirá el próximo 30 de diciembre- sus olvidos casi forman ya parte de su puesta en escena. Hoy, sobreviviendo a tantos amigos, familiares y maestros muertos, Patti Smith ha hecho de la emoción y los sentimientos una parte de su estilo. Están a flor de piel en sus libros –una vez más hay que mencionar M Train y por supuesto, Éramos unos niños- y en sus actuaciones.

No importa que Patti Smith se emociona y y cuando se emociona, algo hermoso está ocurriendo. En un mundo de vanidades y convencionalismos, Patti Smith reivindica algo que Antony Hegarty dijo hace tiempo: “Hoy lo realmente revolucionario es sentir”. Y no tener pudor por ello. ¿Cuántos artistas dejan que sus emociones afloren así sin que resulte un teatro, una impostura? A Patti se le entrecorta la voz el último día que el CBGB –el club donde prácticamente se dio a conocer- estuvo abierto, cuando al leer una lista de nombres de compañeros fallecidos, aparece el de su amigo y pianista, Richard Sohl. Patti no puede evitar que su voz se entrecorte en un cuando recita a Allen Ginsberg en un homenaje a éste. Y tiene que tomar aire cuando, en el Rock & Roll Hall Of Fame, lee un discurso en memoria de Lou Reed. Ya se la vio conmovida años antes, cuando oficia de introductora de The Velvet Underground en la misma institución.

Tormenta de emociones sobre Oslo

“Disculpadme, estoy muy nerviosa”, dice cuando se equivoca al recitar la letra de la canción de Dylan. Y es cierto que lo está. Seguramente porque, a pesar de todo lo que es, Patti Smith se siente tremendamente humilde y a la vez afortunada ante tamaña responsabilidad. Representando a uno de sus grandes maestros en un momento crucial. Para alguien que siente la música, la pintura, el arte en general, como algo casi religioso, como una manifestación espiritual, debe de resultar un enorme compromiso estar entre esos músicos, ante esa audiencia, en un momento histórico. Porque, aunque declarara –sin acritud alguna, simplemente como un razonamiento subjetivo- que pensaba que Murakami merecía el premio más que Dylan, es plenamente consciente de lo que supone esa distinción. Para ella y para quienes creen en la fuerza transformadora y conmovedora de las palabras. Sus nervios, su emoción, son producto de eso. Son lo que hace de ella una poeta, una voz que nos habla con humanidad. Las emociones hacen el arte. La función de gente como ella es hacer que cualquier pueda sentirse cerca de eso. Por eso, cuando Patti Smith se emociona, yo me emociono también.

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