VALENCIA. Rodeada de músicos de conservatorio y ante un auditorio de gala presidido por una familia real, Patti Smith entonaba A Hard Rain’s Gonna Fall el pasado sábado en Estocolmo. La tan traída y llevada ceremonia de los Premios Nobel, a la cual finalmente Bob Dylan no asistió a recoger galardón, tuvo una excelente embajadora. Acabará el año y mucha gente seguirá sin entender el gesto de Dylan, porque Dylan nunca ha sido un artista fácilmente descifrable. Que Patti Smith fuese la elegida para interpretar una de sus composiciones más importantes en dicha gala es un acto de justicia -nunca mejor dicho-, poética.
"Smith posee un magistral dominio de la palabra escrita, no solo en sus canciones y poemas, también en sus obras en prosa"
Smith siempre ha sido discípula de Dylan desde sus inicios. Posiblemente, a día de hoy sea, después de él, también la artista de rock & roll más cercana a la literatura con mayúsculas. Tras la muerte de Lou Reed y Leonard Cohen, cuesta encontrar músicos surgidos en el seno de la música cuyas letras tengan la grandeza de los poemas, las novelas, los relatos o las obras teatrales de los grandes de la literatura. Se me ocurre Nick Cave, pero no sé si habrá muchos más con ese nivel. Esa cercanía, que tanto alarma a los defensores del arte entendido como algo inamovible y ajeno a ningún tipo de cambio posible (como si el mundo no cambiara), puso de uñas a quienes creen que una obra como la Dylan no merece ser considerada para una categoría como el Nobel de Literatura. Sea como sea, Smith posee un magistral dominio de la palabra escrita, no solo en sus canciones y poemas, también en sus obras en prosa. Su último libro de memorias, M Train, volvía a ponerlo de relieve.
Los años y la experiencia han borrado aquella arrogancia juvenil. En lugar de aquel ímpetu que a veces podía resultar avasallador, Smith ha desarrollado una empatía rara de ver en ninguna de las facetas relacionadas con el mundo del espectáculo. Ver a Patti Smith dudar o equivocarse sobre un escenario es habitual prácticamente desde los principios de su carrera, posee un verbo que a veces va más rápido que sus propios reflejos. A sus casi 70 años –los cumplirá el próximo 30 de diciembre- sus olvidos casi forman ya parte de su puesta en escena. Hoy, sobreviviendo a tantos amigos, familiares y maestros muertos, Patti Smith ha hecho de la emoción y los sentimientos una parte de su estilo. Están a flor de piel en sus libros –una vez más hay que mencionar M Train y por supuesto, Éramos unos niños- y en sus actuaciones.
No importa que Patti Smith se emociona y y cuando se emociona, algo hermoso está ocurriendo. En un mundo de vanidades y convencionalismos, Patti Smith reivindica algo que Antony Hegarty dijo hace tiempo: “Hoy lo realmente revolucionario es sentir”. Y no tener pudor por ello. ¿Cuántos artistas dejan que sus emociones afloren así sin que resulte un teatro, una impostura? A Patti se le entrecorta la voz el último día que el CBGB –el club donde prácticamente se dio a conocer- estuvo abierto, cuando al leer una lista de nombres de compañeros fallecidos, aparece el de su amigo y pianista, Richard Sohl. Patti no puede evitar que su voz se entrecorte en un cuando recita a Allen Ginsberg en un homenaje a éste. Y tiene que tomar aire cuando, en el Rock & Roll Hall Of Fame, lee un discurso en memoria de Lou Reed. Ya se la vio conmovida años antes, cuando oficia de introductora de The Velvet Underground en la misma institución.
“Disculpadme, estoy muy nerviosa”, dice cuando se equivoca al recitar la letra de la canción de Dylan. Y es cierto que lo está. Seguramente porque, a pesar de todo lo que es, Patti Smith se siente tremendamente humilde y a la vez afortunada ante tamaña responsabilidad. Representando a uno de sus grandes maestros en un momento crucial. Para alguien que siente la música, la pintura, el arte en general, como algo casi religioso, como una manifestación espiritual, debe de resultar un enorme compromiso estar entre esos músicos, ante esa audiencia, en un momento histórico. Porque, aunque declarara –sin acritud alguna, simplemente como un razonamiento subjetivo- que pensaba que Murakami merecía el premio más que Dylan, es plenamente consciente de lo que supone esa distinción. Para ella y para quienes creen en la fuerza transformadora y conmovedora de las palabras. Sus nervios, su emoción, son producto de eso. Son lo que hace de ella una poeta, una voz que nos habla con humanidad. Las emociones hacen el arte. La función de gente como ella es hacer que cualquier pueda sentirse cerca de eso. Por eso, cuando Patti Smith se emociona, yo me emociono también.
Medio siglo después, el retrato de Bob Dylan realizado por Donn Alan Pennebaker en ‘Dont Look Back’ no ha perdido vigencia