El Carmen vuelve a estar triste y silencioso. Un huevo sin sal. Casi como en marzo y abril. No ayuda, además, este día plomizo que lo hace aún más lúgubre. Aunque, al menos, las nuevas restricciones por el coronavirus permiten disfrutar por la tarde, en Ciutat Vella, de una plaza del doctor Collado inusualmente despejada, sin sillas, mesas ni sombrillas. La plaza, la Lonja y el olivo. Nada más. En una esquina, bajo la placa que anuncia el nombre de la plaza, hay un cuadro de madera que lleva adherido un click vestido de médico. Un guiño al doctor Collado. No es la única broma que se está expandiendo por toda la ciudad bajo los carteles de calles y plazas. Muy cerca de allí, ya en el Carmen, hay un click junto a un cinturón en la calle Corregeria. En la dels Valencians, un cocinero al lado de una paella. En la plaza del Negrito, un click negro. Y en la calle Caballeros... pues eso, tres caballeros medievales.
Muchos valencianos se preguntan quién está detrás de esta novedad que alegra los paseos y que les ha empujado, casi sin querer, a un juego: encontrar los clicks, esos muñequitos de plástico de siete centímetros y medio sin orejas, nariz, codos ni rodillas, que hay por toda la ciudad.
El misterio lo resuelve Pau, que solo concede perder el anonimato a medias. No quiere mostrar su rostro, como hacen otros artistas urbanos, ni desvelar su apellido. Solo su nombre, Pau, y su cuenta de Instagram: @Patufalla.
Hasta el pasado otoño, se limitaba a retratar a sus muñequitos en la ciudades donde estaba de viaje o viviendo. Hasta que un día, en octubre, se lanzó a hacer esta broma con un par de placas cerca de su casa: en la calle Linterna y el Mercado Central. Ese día salió como si fuera a robar un banco: de noche, acompañado de un amigo y una escalera. Se subió y, sin dejar de mirar hacia atrás, lo puso y salió pitando. "Iba con miedo de que me pillaran. Estábamos los dos acojonados, pero ahora ya voy solo, con la escalera, y a plena luz del día", recuerda. Porque ahora simplemente sale con la escalera, pone cuatro pegotes en la pared y adhiere la plancha de madera que sujeta el click.
Pau, que ha trabajado como artista fallero, se acercó hace unos días a la Ciudad Fallera y pegó el último en un lugar que le permitía creer que cerraba el círculo. Un viaje desde su barrio, Ciutat Vella, y el de su colegio, el San Nicolás, en la calle Calatrava, donde hizo el guiño con otro Calatrava, el arquitecto contemporáneo, hasta el lugar donde aprendió a hacer fallas. "Pero me siguieron viniendo ideas y la gente comenzó a animarme, así que voy a preparar veinte más", adelanta mientras saca de la mochila un click vestido de árabe para la calle Moro Zeit.
Ya hay cincuenta escenas con un click repartidas por toda València, especialmente por el centro y el Carmen, por donde despliega sus dotes de callejero caminando sin dudar entre las callejuelas más recónditas del barrio.
Su amor por este juguete viene de la infancia. Pero ahora, a los 40 años, permanece intacta sin miedo a que le llamen bicho raro. "Es una afición, como otra cualquiera, aunque reconozco que tengo un punto friki".
Su nombre, click, viene del sonido que produce el muñeco cuando lo ensamblas. Los alemanes, que son quienes lo inventaron gracias a un carpintero llamado Hans Beck, lo bautizaron como Klicky cuando lo sacaron al mercado en 1974. Dicen que mide 7,5 centímetros para que quepa perfectamente en la mano de un niño.
Las manos de Pau ya no son las de un niño, pero en su casa, que es la casa de su padre, hay muchísimos. "No sé cuántos, pero miles. Tengo miles de clicks. Mi padre ve que tengo Playmobils por casa y pensará: 'Este friki, a su edad, ¿qué coño hace con los clicks?'. Y eso que no sabe lo que estoy haciendo en la calle, un secreto que solo conocen unos pocos amigos".
Pau, un tipo tímido y de pocas palabras, es escenógrafo de profesión. Pero comenzó haciendo fallas. Luego estudió Imagen y Sonido y se puso a hacer fotografías. Con 22 o 23 años, le hicieron un contrato en Vodafone y se marchó a Barcelona. "Siempre había soñado con vivir en esa ciudad", explica antes de comentar que después estudió Diseño en Artes y Oficios y que al final ha trabajado en escenografía, museografía y fotografía.
Allí estuvo dieciséis años y hace dos que se volvió. Su padre necesitaba compañía y el ambiente de Barcelona había dejado de enamorarle. "Con la crisis se dejó de invertir en la cultura, y cuando empezó lo del procés, la gente parecía más interesada en manifestarse que en ir al teatro". Ahora está en el paro y todo esto de jugar con el nombre de las calles le mantiene entretenido.
No descarta volver a la Ciudad Fallera. Su relación con la fiesta es de amor y odio. "Yo soy de falla, del monumento, pero lo que es el casal y el ambiente fallero, eso no me gusta. Por eso creé mi propia falla".
Pau habla de la Patufalla, una visión un tanto singular de lo que es una comisión al uso. "La formamos un grupo de amigos y yo preparo el monumento, la cremà, la temática y todo. Planto en la terraza de una finca. Es una falla pequeña. Y la quemamos allí. Somos seis o siete, pero el que más la lía soy yo. Llevo con la falla mucho tiempo. Ahora que estoy en València la he retomado con más fuerza, pero cuando vivía en Barcelona me la traía en el Euromed desmontada y la plantaba aquí. La de este año va a ser sobre los Cayetanos".
No es un hombre muy expresivo, pero cuando hay algo que le gusta, se le nota. Como caminar por las calles del Carmen. O las de cualquier ciudad del mundo, donde fuerza perderse y encontrarse con esas sorpresas que no salen en las guías. O el 'street art'. "Me gusta mucho. En València seguía hace muchos años a Escif, a Julieta y a otros como Vinz". Ahora solo se habla de los clicks que han aparecido debajo de las placas de algunas calles y plazas. "No esperaba tanta repercusión", admite. Aunque Pau ya sabe lo que es que algo se haga muy popular de manera inesperada. En 2011, después de que Carlos Fabra asegurara en la inauguración del aeropuerto de Castellón que la gente podría ir a pasear por las pistas, convocó una 'rave' a la que llegaron a inscribirse 20.000 personas. "Siempre he tenido una conciencia social que exteriorizo a mi forma, que igual es un poco infantil", apostilla.
Los clicks te unen con tu infancia y tus recuerdos. Y si lo unes con las calles de tu niñez pues todo se completa". No le tienta la popularidad y, aunque sabe que hoy en día es muy fácil descubrir a cualquiera, prefiere mantener el anonimato. "Lo importante es mi obra, no yo". Del mismo modo que entiende que el arte callejero es, casi por definición, efímero. "Lo entiendo. Y más en alguien que viene de las fallas, que se queman el 19 de marzo. Pero me sabría mal porque hay gente a la que le está gustando mucho. Por mí, me da igual: desde que está en la calle ya no es mío. Seguiré hasta que me aburra. Tampoco quiero saturar".
Y así, con una despedida breve, sin saber ciertamente si esto durará mucho o poco, si acabará desapareciendo o se mantendrá, Pau coge su mochila y la máscara con cara de click con la que ha posado y se marcha atajando por callejones que le acercan a su casa a través de una ciudad sin bares ni terrazas, una ciudad en la que llueve y hace frío y apenas pasa gente. Casi ninguno alza la vista para ver las placas con sus clicks. Que eso, hoy en día, se ve en las redes sociales.