VALÈNCIA. Antes de todo, y visto que es una noticia-excelente- de ayer mismo, quiero pensar que la concesión del premio Princesa de Asturias al profesor y ensayista italiano Nuccio Ordine, autor de “La utilidad de lo inútil”, en unos días en los que se habla más de la inteligencia de las máquinas que de las personas, no es algo casual y encierra un mensaje del jurado, y una reivindicación por las humanidades, por la educación de los jóvenes y, en definitiva, por la mente y la creación humana como fuente insustituible de conocimiento.
A estas alturas existen pocas personas que, cuando menos, no hayan leído o escuchado algo sobre la inteligencia artificial y más concretamente sobre la aplicación más popular y doméstica denominada comercialmente como Chat GPT. No entraré a describir el procedimiento por el cual esta aplicación trabaja, entre otras razones porque lo desconozco, y además tampoco es aquí lo que realmente nos interesa. Lo que verdaderamente nos incumbe es aquello de lo que es capaz-y de lo que será capaz en versiones posteriores mucho más desarrolladas- y cómo puede influir en nuestras vidas, y más concretamente por lo que nos importa, si su existencia puede ser relevante en la creación artística y, si es así, las consecuencias de ello. Como creación artística, la entiendo en sentido amplísimo del término: la escritura, la música, el cine… pero también el arte plástico.
Estos días he estado conversando al respecto con un amigo, presidente de una fundación dedicada a la filantropía cultural y social, y hemos compartido una preocupación que no podemos ocultar, aunque he de reconocer que, al menos yo, con el paso de las jornadas veo el futuro con más sosiego. Mi interlocutor me hizo partícipe de un video en el que se exponían las aterradoras potencialidades de lo que supondría la introducción de la inteligencia artificial en nuestra sociedad sin una previa reflexión y regulación sobre sus consecuencias: modificación de imágenes, la apropiación de nuestra voz para “decir” lo que un tercero quiera, manipulación de pruebas en juicios y un largo etc. También hablaba el mini documental, para el asunto que nos ocupa, sobre la creación de obras de arte, novelas de aventuras o la resucitación de estrellas del cine fallecidas y la dirección de películas entre muchas posibilidades.
Sin dejar de reflexionar al respecto me mueve una postura esperanzadora. Estamos en uno de esos momentos cruciales que se han dado a lo largo de la historia, aunque en este caso es de una naturaleza diferente. Las decisiones de aquellos que les hemos otorgado la capacidad de tomarlas son susceptibles de iniciar un camino equivocado y sin retorno, aunque pienso, y esa es mi esperanza que esas decisiones van a ir por el camino correcto. Es la hora de las humanidades. Es ahora cuando el ser humano se la juega y debe mostrar de la pasta que está hecho; su auténtica naturaleza. No puedo admitir que en lo que respecta a la creación artística hayamos estado equivocados durante tantos siglos. El hombre necesita de otros pares para sobrevivir emocionalmente. La máquina nunca va a ser la solución por lo que los mundos paralelos nacidos de la inteligencia artificial tienen un recorrido limitado en el campo de la cultura. La obra de arte no tiene valor por si misma, aisladamente considerada y la relación con su creador es inescindible. Cuando admiramos el fabuloso retrato de Felipe IV pintado por Velázquez y que cuelga ahora en el Prado, en una exposición dedicada a obras de la Frick Collection, es inevitable pensar en el genio creador sin parangón del pintor sevillano. Por muy extraordinaria que nos parezca la obra, por mucho que nos transmita una mezcla de vida, peso del Imperio, frustración y dignidad regia, si seguidamente nos comunicaran que aquello ha sido realizado por una inteligencia artificial, se nos caería inmediatamente al suelo como creación artística y nos perseguiría la idea de proeza técnica pero ausencia de alma. El alma humana es inescindible del arte.
Piénsenlo: cuando disfrutamos de una obra de arte del tipo que sea, de forma inconsciente hacemos presente como tercer compareciente al hombre o mujer que hay detrás de ella, de su creación, su talento, sus circunstancias personales en el momento en que dio a luz esa obra, el momento histórico etc. Las obras creadas por la máquina podrán ser atractivas inicialmente, sorprendentes para algunos, pero su vida entre nosotros, en el mundo de los hombres será efímera por la ausencia de carisma, la esencia misma del talento humano y al fin y al cabo lo que las hace excelsas. Muy poco o nada se puede hablar de un cuadro creado por una inteligencia artificial. Ello provocará, en breve, nuestro hastío y nuestras ansias de regreso a ese “mundo de ayer” que nunca debimos abandonar.
Insisto en ello: ¿podemos desligar la obra de arte de su creador aunque este sea anónimo?. Creo que es una tarea inútil y absurda. Cuando explicamos a un tercero un cuadro, una escultura, una sinfonía o comentamos un libro hablamos de procedimientos técnicos, comparamos la obra con el resto de su producción, la evolución de la misma, la técnica de escritura, de pincelada o de orquestación. Porqué creemos que ha empleado cierta gama cromática, la originalidad de la composición o los temas musicales e instrumentación a la que ha recurrido. Tras ese análisis, el resultado obtenido lo valoramos o lo apreciamos más o menos como logro o fracaso humano que es y lo hacemos desde una mente humana en su calidad de espectadora. Una creación informática nos impide armar un discurso y la obra se precipita puesto que desaparece la conexión emocional entre esa creación y nosotros. El arte nos conmueve precisamente porque detrás hay una mente idéntica a la nuestra, un ser humano con sus carencias, con sus miedos, sus incapacidades, pero también su talento, su disciplina. Entre una obra creada por la máquina, y la mente del espectador no cabe otra cosa que el cortocircuito por no comparecencia del misterio que envuelve la creación artística. Quiero pensar que las creaciones maquinales no entrarán en los museos ni serán interpretadas en las salas de conciertos, aunque todo es esperable de las decisiones de ciertos gestores.
Cierto es que habrá quienes aprovechen esta tecnología sus reducidos costes y el tiempo empleado para componer o crear una obra plástica, con el fin de obtener una alta rentabilidad económica de ello; incluso habrá quienes atribuirán esas creaciones a personas físicas recurriendo a la estafa. Para ello no hay duda que habrá que articular mecanismos legales de certificación que avalen que esos productos, son resultado del
Intelecto humano. Entiendo que cuando estas herramientas alcancen un alto grado de desarrollo serán capaces de escribir piezas literarias que serán susceptibles de engañar a parte del público.
Sí que me preocupan ciertos posicionamientos creo que no suficientemente reflexivos por poco humanistas y excesivamente “entregados” al desarrollo tecnológico. Leía recientemente un artículo de un reputado investigador español en inteligencia artificial que hablaba de la creatividad de computación como un elemento necesario para los creadores, más allá de una simple herramienta. No creo que sea esa la cuestión si la inteligencia artificial va a ser suficientemente “creativa”: por supuesto que la computadora va a elaborar poemas y crear arte plástico que incluso será muy difícil de distinguir de la creación humana y pasará el denominado “test de Turing” sin dificultad. La cuestión es ¿por qué y para qué?. ¿Es que la creación artística humana hasta la fecha no ha sido satisfactoria, no ha sido emocionante no nos ha maravillado de forma suficiente?. ¿Sinceramente necesita el ser humano ser reemplazado para una nueva Capilla Sixtina o una segunda parte de Tristán e Isolda? ¿hemos perdido facultades hasta el punto de que necesitamos a la máquina para que nos escriba los textos literarios y las canciones?
La inteligencia artificial puede ayudar al hombre en multitud de tareas, pero introducirla en el ámbito de la creación artística es no haber entendido nada sobre qué es el arte y lo que demuestra es un preocupante déficit de conocimiento sobre humanidades. No quiero cerrar este texto sin un pensamiento en positivo y sin ingenuidad. Quiero creer que toda esta “revolución” tecnológica quizás, (acepto que como un mecanismo de defensa), nos lleve a defender, proteger, valorar la inteligencia creativa humana como un reducto vedado a la máquina. El arte no es arte si no está dentro de la esfera de lo humano. Por tanto, aun cuando pueda sonar paradójico, en lo que respecta a la creación, quizás estemos en los albores de un nuevo humanismo.