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SORORIDAD GUITARRISTA

Pepita Roca y Rosa Gil: elogio feminista de la guitarra

Dos mujeres, maestra y discípula, cuentan en València con el mayor de los prestigios en lo que a guitarra clásica se refiere

28/02/2019 - 

VALÈNCIA. “Pepita Roca (València, 1897-1956), extraordinaria concertista y profesora de guitarra en el Conservatorio de Música Joaquín Rodrigo, donde tendrá como discípula más aventajada a Rosa Gil (1930), más tarde catedrática en la misma institución durante 38 años y presidenta de la citada Sociedad de Amigos de la Guitarra desde el año 1979”. Ignacio Ramos Altamira habla -escribe- en estos términos cuando, en su libro ‘Historia de la guitarra y guitarristas españoles’ (Editorial Club Universitario, 2013), se refiere a discípulos destacados de Francisco Tàrrega durante el siglo pasado. Las de Pepita Roca y Rosa Gil son dos figuras unidas para la posteridad en el universo musical de València: entre las dos abarcan alrededor de cien años de historia de la guitarra en la ciudad.

En las jornadas previas a un Día de la Mujer Trabajadora que, inevitablemente, trae consigo la convocatoria de otra huelga como la del curso pasado, es aún más relevante recordar las figuras femeninas que hemos estado silenciando activa y pasivamente durante todo este tiempo. El signo de nuestros tiempos es el de hacer el esfuerzo -a menudo arqueológico- de investigar y rescatar las historias que visibilizan el papel protagonista de la mujer en los diferentes estratos de la sociedad. La historia de Pepita Roca y Rosa Gil, como la de Matilde Salvador y muchas otras, resisten de forma más o menos evidente en la actualidad; su resistencia, sin embargo, es contranatura, ya que, salvo casos contados, lo hacen desde el silencio y la ausencia de un reconocimiento explícito que trascienda más allá de sus círculos.

Pepita Roca: temperamento y virtuosismo

Por fortuna, cada vez hay más ejemplos de reconstrucción de la memoria. Desde lo más micro. Es, por ejemplo, el caso de Ángeles Ezama Gil, que en 2018 publicó un trabajo que recopila la presencia de las mujeres en los programas musicales del Ateneo de Madrid entre finales del siglo XIX y mediados del XX. En ‘Las musas suben a la tribuna. Visibilidad y autoridad de las mujeres en el Ateneo de Madrid (1882-1939)’, la autora desarrolla un epígrafe que nos interesa unos cientos de kilómetros al este. “Los (recitales) de solistas de cuerda fueron escasos, pero hay que señalar entre ellos los ofrecidos por virtuosas de la guitarra como Pepita Roca y Lalyta Almirón”, explica en su texto, lo que da una pista de la dimensión de la influencia de Roca; ya a principios del siglo XX, cuando apenas contaba con 20 años.

Lezama Gil recoge algunas de las crónicas del momento, cuando la guitarrista valenciana actuó en Madrid. “Su dominio sobre la guitarra es insuperable; fuerte de temperamento, poseedora de un intenso espíritu artista, la guitarra y Pepita Roca son dos melodías en una sola”, replica la autora, quien añade más tarde un extracto ligeramente más extenso de otra de las críticas de entonces. “Anoche se presentó en el Ateneo una verdadera “virtuosa” de la guitarra (…) Una artista de verdadero temperamento, tanto por el dominio de la técnica, que conoce perfectamente, como por las interpretaciones justas y serias que dio a las adaptaciones de las obras que figuraban en el programa”.

Las dos crónicas coincidían entonces con el “temperamento” de Roca. Así lo atestiguan, además, documentos públicos como parte de la última correspondencia entre la maestra y su alumna, Rosa Gil, cuando la primera se encontraba en Barcelona para ser operada por culpa de una enfermedad que finalmente no superó. "Ten presente, además, que yo a pesar de mi estado de salud continúo cortándome las uñas. Creo, pues, no te dejarás seducir por los enemigos del más dulce de los sonidos de la guitarra”, escribía Roca a Gil en una carta fechada el 29 de febrero de 1956.

Pepita Roca, Rosa Gil y el hilo del destino

Esa era la última época de la relación Roca-Gil -la maestra falleció el 24 de octubre de 1956-. Roca, que había comenzado sus estudios con Joaquín García de la Rosa, pronto se convirtió en una de las alumnas predilectas de Francisco Tàrrega. Tras agotar su época de concertista, se dedicó por entero a la docencia; una faceta que culminó en 1948 cuando es nombrada profesora de la Sociedad Coral Micalet y, 7 años más tarde, del Conservatorio de València que entonces encabezaba Manuel Palau. Ambas instituciones tienen una importancia vital en la historia de Pepita Roca y Rosa Gil, y las vincularán en una historia común para siempre.

Fue en aquel 1948 cuando, con el escenario de la Sociedad Coral Micalet de por medio, ambas músicas se conocieron. Roca, recién cruzada frontera de los 50, y Gil estrenando mayoría de edad. Una, mujer adulta con el bagaje de una historia propia y proveniente de una familia acomodada; la otra, con apenas 18 años y parte de una familia numerosa de artesanos. El encuentro entre ambas es propiciado por el compositor José Jarque: la joven Rosa Gil había decidido abandonar la Sociedad Coral Micalet tras la salida de su profesor de guitarra, Francisco Nácher Tatay y el resultado imprevisto en un examen. Habiendo pasado las pruebas de acceso al Conservatorio de València, es Jarque quien la convence para regresar con el impulso de la presencia de Pepita Roca.

Rosa Gil: el legado del legado

El resto es historia. A partir de ahí, el fino hilo de los acontecimiento unirá a una y otra. Roca, quien previamente ya había presentado a Rosa Gil y Manuel Palau, confiará en Gil sus clases de guitarra cuando se vea obligada a abandonar València por su enfermedad. Por eso, tras el fallecimiento de la maestra a sus 59 años, Palau piensa en su discípula -entonces, de 26 años- para ocupar la vacante en el Conservatorio de València. Gil, que por entonces ya había participado en la fundación de la Sociedad de Amigos de la Guitarra de València -de la cual es presidenta de honor-, aceptó y empezó a construir su legado, como hizo su maestra, sobre el pilar de la docencia. Eso sí, como profesora especial interina y gratuita, según las informaciones de entonces.

Tanto es así que, apenas 10 años después, en el verano de 1965, Gil se convierte en la primera catedrática de guitarra del Conservatorio de València. Y en la segunda en España. La entidad de la hazaña la dan pequeños detalles como el anuncio del Boletín Oficial del Estado oficializaba su hito certificando que Rosa Gil ya era “catedrático” de guitarra y vihuela. Desde entonces, Rosa Gil es culpable de la formación de decenas y decenas de músicos valencianos, en quienes ha confiado un legado indiscutible que merece reconocimientos que trasciendan la enorme importancia de los que ya ha recibido -como el de Insigne de la Música Valenciana, a cargo de la Asociación de Profesores Músicos de Santa Cecilia en 2002-.

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