El sábado 5 de mayo del año 2012, hace ya casi una década, me tocó recorrer todos los rincones de Motorland Aragón en lo que se preveía como una normal cobertura periodística de las World Series by Renault. “Pero, Emma, ¿tú qué coño sabes de las World Series by Renault, en particular, y de las competiciones de motor, en general?”. Pues, ya que preguntas, absolutamente nada. A estas alturas, ni me sonrojo al reconocer que seguramente hay en el mundo ejemplares de chimpancé bastante más capacitados que yo para entender el transcurso de una carrera de coches.
Sigo. Entonces trabajaba para un medio de comunicación local ubicado en Alcañiz y, para aquellas personas ajenas al sector del periodismo, la gracia del oficio de la prensa a pequeña escala radica en que en las redacciones territoriales todos acabamos escribiendo sobre cualquier tema, por loco que sea e independientemente de nuestras afinidades. En los periódicos de pueblo trabajamos cuatro y el de la guitarra y el día que toca pleno municipal, pues se habla de ordenanzas fiscales, y el día que toca seguir una carrera, pues te plantas allí entre coches y motores de competición.
El caso es que ese día en concreto, ya a punto de acabar la jornada maratoniana, a mi compañera de guardia del fin de semana (porque a estos eventos íbamos en parejas como la Benemérita) le dieron un toque desde otra redacción con la que colaborábamos con sede en Zaragoza. Oye, me dice, que se ve que han secuestrado a un mecánico de uno de los equipos de la carrera. Sí, sí, la palabra exacta fue “secuestrado”. Pero, vamos a ver, respondí yo, ¿quién narices va a secuestrar a nadie en la provincia de Teruel? Tía, yo qué sé, volvió a insistir ella, ya sabes que en mis fines de semana siempre pasan cosas muy raras. Y tenía razón.
Hicimos algunas llamadas, las que pudimos dada la hora que era, y nos fuimos a dormir. Al día siguiente, ya domingo y en plena competición, la movida del secuestro seguía flotando en el ambiente. Cada una de nosotras tenía sus contactos que habitualmente nos filtraban cosas off the record y, por fin, un Guardia Civil que estaba de libranza nos confirmó que sí, que en el cuartel había una denuncia por secuestro interpuesta por uno de los equipos. Ah!, que diría Víctor Amela, se nos rompió el fin de semana de tanto usarlo.
Así que recogimos bártulos y replanteamos parte del enfoque de la cobertura en el circuito. Al fin y al cabo, no todos los días te secuestran a alguien delante de tus narices. Más llamadas aquí y más llamadas allá: en cuestión de minutos nos habíamos convertido en CSI Bajo Aragón. Por la tarde ya teníamos redactada una columna (información en el lateral de la página) para la edición impresa, y habíamos preparado una pieza para el matinal de la radio del día siguiente. Fuimos lo más pulcras y honestas que pudimos, más que nada porque una pifia en un medio local puede ser infinitamente más estruendosa que una pifia en un medio grande, y titulamos algo del estilo: Denuncian el secuestro de un mecánico de las WSR.
Realmente, no estábamos faltando a la verdad, puesto que la denuncia existía y así nos lo habían confirmado. Antes de cerrar el chiringuito y de dar por terminado el fin de semana, el teléfono volvió a sonar. Creo recordar que la persona que nos llamó era el mismo Guardia Civil que nos había confirmado lo de la denuncia. “Oye, que al chico este no lo han secuestrado. Nada, que salió el viernes por Alcañiz y cogió tal cogorza que se desorientó. No se le ocurrió otra cosa que llamar a su jefe fingiendo que lo habían secuestrado porque no sabía ni dónde estaba. Lo han encontrado hace un rato perdido en un bancal de Mas de las Matas”. Shaka laka boom boom.
Recogimos cable, por suerte aún no habíamos llegado a publicar nada, y seguimos el desenlace de la historia, que se saldó con una condena por simulación de delito. (Podéis encontrar informaciones sobre todo esto si hacéis una sencilla búsqueda en Google).
Hubo momentos, muchísimos momentos, en los que me pregunté que qué cojones hacía yo en un periódico de pueblo aguantando mierdas e informando sobre gente objetivamente trastornada. Había estudiado periodismo para aterrizar en un medio importante, seguramente una radio con trazas de PSOE y con sede en Madrid, desde donde poder explicar cosas grandes, cosas gordísimas y de vital importancia para el conjunto de la sociedad. Veía a mis compañeros de oficio firmando crónicas para El País o entrando en directo desde Libia para el Hoy por hoy y solo podía sentir frustración porque todo cuanto yo narraba eran auténticas minucias. Supongo que siempre arrastré cierto complejo por dedicar todo mi esfuerzo a, en palabras de mi jefa de por aquel entonces, mirar con lupa un ecosistema pequeño y rural.
Después de Alcañiz pasé por Andorra la Vella y por les Terres de l’Ebre, y jamás llegué a desprenderme de la inferioridad que tanto me angustiaba por el simple hecho de no poder dar el salto a un medio de cobertura estatal. Hasta ahora. Me ha costado tiempo y muchas lloreras, pero por fin he visto que es en la infantería del oficio, en los pequeños medios de los pueblos y de las comarcas, donde más se informa desde la dignidad y el compromiso con los lectores. Porque los conoces. Porque prácticamente les pones cara y ojos a todos. Porque ves en tiempo real cómo tu trabajo afecta, para bien o para mal, a su día a día. Sabes que te leen a ti, y no a un tipejo de Madrid, para entender en qué repercutirá la Política Agraria Común de la Unión Europea a los productores del melocotón de Calanda. Sabes que esperan lo mejor de tu trabajo para conocer con exactitud la dotación económica que los Presupuestos Generales del Estado prevén para sus infraestructuras. En un espacio tan acotado como un pequeño municipio, si les mientes, saben cuándo y en qué bar encontrarte. Y ese microclima de proximidad nos presionaba para explicarlo todo de la manera más veraz posible.
Mi paso por los medios locales fue algo muy discreto, cierto, sin apenas trascendencia más allá del río Sénia, pero eso sí, aun siendo muy discreto, fue la putísima hostia. Por eso ahora no me queda otra que dar gracias infinitas a los periódicos de pueblo que siguen en pie, a los veteranos de la profesión que informan a las mil maravillas hoy de la gestión de purines y mañana del cierre de un colegio rural, y de reivindicar que mi oficio no es glamour ni espectáculo. Es arremangarse y saber de verdad a quién te debes.