Bajo consignas vagas y oscuras del tipo “cancela la cultura de la cancelación” y “toma la pastilla roja” (que ya hay que ser señoro -el más rico del mundo, sí, pero señoro hasta la médula- para utilizar esta referencia, por dios), el controvertido multi-fundador de empresas woke, Elon Musk, habría lanzado una OPA muy pico-pala para adquirir poco más del 90% de las acciones de Twitter de las que aún no es titular. Vamos, actualmente, por los 46.500 millones de dólares y a este ritmo, no sé, cuando se publique esto, cómo se cotizará la acción, cuya compra, por supuesto, estaría financiada por bancos y fondos y garantizada con acciones de Tesla, entre otras de las que es titular el tecnólogo Musk. Todo esto tras haber anunciado, después de una presunta pataleta, que nuestro señoro de cabecera quería fundar una red social competidora (algo poco viable por las mil quinientas razones cien millones de veces repetidas relativas a la dificultad de crear nuevas plataformas que puedan competir solventemente con las ya existentes, dadas las elevadas barreras de entrada digitales propias de la retroalimentación de la big data y los efectos (directos e indirectos) de red) y haberse pronunciado públicamente en sucesivas ocasiones en contra de algunas de las políticas aplicadas por la compañía que restringirían la libertad de expresión de sus usuarios (como expulsar al expresidente de los USA o iniciar investigaciones respecto del contenido engañoso publicado acerca de procesos electorales). Ya sabéis, el izquierdismo de toda la vida de Silicon Valley silenciando a la alt-right (pese a que, oh, sorpresa para nadie que use Twitter, la misma empresa habría realizado una de las auditorías de plataformas más amplias de la historia descubriendo un sesgo político del algoritmo hacia la amplificación de las opiniones de derechas). Menos mal que el amable dictador ha prometido que, una vez adquirida, hará público el algoritmo de la plataforma y garantizará (magnánimo Él) la su libertad de expresión en este nuevo panfleto y altavoz publicitario.
*Un despierto lector relee, en la tranquilidad de su hogar, el enrevesado párrafo anterior, entrecierra los ojos y da forma a un pensamiento inquietante: “Mmmmh... Un momento. Esto huele a chamusquina. Si el valor de las acciones de Tesla desciende, pongamos, porque se publica determinada información, como sucedió con la condena de Musk por varios tweets deceptivos donde se engañaba a los lectores y al regulador financiero americano, las garantías de los bancos financiadores desaparecerían y entonces… (se pincha con la aguja del conflicto de interés la burbuja de ensoñaciones democráticas y desciende abruptamente a la realidad)”*.
Dejando de lado el tema de no haber adquirido un 10% directamente, manteniendo la calificación de “inversor pasivo” (carcajadas estruendosas), de momento este porcentaje lo que le permite es hacer un poco de ruido y forzar algunas deliberaciones en la junta y con el consejo. La realidad es que, aunque externamente no parece haber mucha diferencia entre si el capital está muy dividido o no porque las decisiones se adoptan por mayoría, la mayoría hay que trabajársela y alcanzarla. Y el insuficiente y triste único filtro de democracia que tenemos es la competencia reminiscente en los mercados en general entre empresas, los titulares de cuyas acciones participan también en el capital de los medios de comunicación. En síntesis: nos salvará el mercado en competencia. Si el capital de los medios de comunicación está participado por varios accionistas con intereses en liza porque son propietarios *también* de empresas competidoras en otros mercados, pueden (por favor, por favor, por favor), eventualmente, tener interés en encender el ventilador de mierda y sólo gracias a ello nos enteraremos de *cositas*.
Desgraciada y sorprendentemente, yo coincido con el señor Musk en un único punto en la vida: las libertades de prensa y expresión son pilares de las democracias liberales. A partir de ahí, nuestros caminos igual se separan un poco radicalmente. Y es gracioso que yo vaya a contar esto desde éste mi pequeño púlpito, una columna de opinión (una separación de la “verdadera información” un poco arbitraria, ¿no?) en un medio de información, precisamente. Pero, vamos, que sin ser ajena a la ironía de lo que voy a decir porque tengo un altavoz de vez en cuando, quedaos un ratito a nuestro sermón mensual sobre la competencia y sus virtudes.
Venga, pues al lío. Lo que no se ha de olvidar al principio: la industria de los medios de comunicación es un mercado operado por empresas, esencialmente privadas. No obstante, y aquí es donde tenemos un problema básico, no son como cualquier otro mercado. No por su lógica interna, donde tampoco hay muchas diferencias, sino porque afectan a la cuestión fundamental de la formación de opinión pública y, en última instancia e indirectamente, de la calidad de la democracia.
Si la diversidad en los mercados es habitualmente clave en la salud y buen funcionamiento de los mismos, en este sector (donde adicionalmente hay datos de importantes tendencias a la concentración desde los 90, cómo no), reflejar distintas opiniones, perspectivas, puntos de vista e informaciones, es, además, indispensable por motivos adicionales y distintos de los, ahora sí, mundanos y superficiales precios y condiciones impuestas a los consumidores; se trata del control del acceso a la información acorde con la cual conformarán su opinión política los ciudadanos.
Pero vamos a ser un poquito honestos con esto. Los medios de comunicación son empresas, cuyo objetivo radica en maximizar beneficios en un contexto de mercado capitalista (sus propios beneficios y los beneficios de las empresas propiedad de los accionistas del medio). Estos incentivos que ya estarían en su ADN, vienen reforzados por las dinámicas introducidas como consecuencia de la complejidad del modelo económico que operan. Los medios prestan servicios o comercializan productos hacia dos o más lados. Uno de ellos estaría, por supuesto, compuesto por los lectores/consumidores, la opinión de los cuales crean o refuerzan; el otro sería el relativo a los anunciantes, los patrocinadores a quienes no hay que enfadar (no se enfada al capital, ya sean patrocinadores, ya sean accionistas). Los primeros son el producto, a ellos es a quien ha de atraerse, por lo que el servicio para ellos es cero o próximo a cero, no obteniéndose ingresos (al menos, monetarios) de este lado. Pero eso no quiere decir que los medios sean predatorios, al menos, normalmente. Lo que se produce es un subsidio cruzado proveniente de anunciantes, otras empresas privadas, cuyas intenciones son sin duda similares en lo que atañe a la maximización de beneficios en un mercado capitalista y quienes indirectamente pueden determinar la información transmitida.
¿Veis ya hacia dónde voy? Estoy apuntado a la cuestión siempre espinosa de los difícilmente armonizables y muy mal resueltos conflictos de interés que reducirían los ya de por sí escasos incentivos para reflejar ideas y datos que atenten contra esa lógica. ¿Información que dañe los dividendos de las empresas de los accionistas y patrocinadores? Impensable. ¿Comunismo y socialismo? Ni hablar. ¿Socialdemocracia? Descafeinada, gracias. ¿Investigar y revelar los intereses de determinadas corporaciones en sucesos aparentemente no relacionados con ellas? A veces, de casualidad.
A este panorama se añade un nivel adicional de control y complejidad con los agregadores de información, entre los que se encuentra Twitter, pero también Meta, cuyos algoritmos controlan y tamizan aún más el acceso a ésta de forma opaca fomentando, dicen, la polarización (¿qué polarización, si la prensa ya sólo refleja una tendencia y versiones mayoritarias?). El control de la plataforma no es una lucha por un derecho a expresarse de forma descentralizada, un medio o herramienta que amplifica las voces de ciudadanos y periodistas fuera del sistema. Es una batalla, en cambio, por controlar y someter aún más a la prensa. Y es una lucha muy eficiente si se gana: ¿para qué invertir recursos en comprar suficientes acciones para controlar los medios de información pobremente, pero algo, diversificados, si me basta con hacerme con las del agregador más extendido de noticias?
¿Qué alternativas tenemos? Confiar esta función exclusivamente a la empresa privada es una receta para el fracaso porque es difícil sobrevivir en el mercado de medios de comunicación al margen de accionistas con intereses y agendas paralelos y sin patrocinadores, esto es, sin publicidad. Sencillamente, no va pasar. Adicionalmente, en este modelo de laissez faire, laissez passer hay otro problema añadido: aunque la consecuencia del sesgo ideológico y daño a la democracia la cause la concentración de medios que naturalmente discurre hacia una posición concreta del espectro político, en realidad, la formación plural de los ciudadanos y la democracia no son bienes jurídicos que deba satisfacer obligatoriamente mercado. No es un deber que pueda jurídicamente exigírseles a los operadores a través del Derecho de la competencia. No sería, en el mejor de los casos, más que un beneficio indirecto de la misma.
No obstante, que no sean bienes jurídicos que persiga el Derecho antitrust no nos evita dos conclusiones. La primera es la de reconocer que la competencia en los accionariados y en los medios tiene como consecuencia colateral positiva reflejar diversidad de información interesada competidora y, por ende, es doblemente esencial trabajar por mantenerla. Y la segunda es que, pese a sostener que no se trate propiamente de un fallo de mercado, esto no excluye la conveniencia de que la situación sea corregida a través de una intervención pública no adoctrinadora. Nos va la democracia en hacerlo bien.
Al margen de que someter a un escrutinio de “la verdad” toda la información que circula en los medios de comunicación, más allá de la groseramente engañosa, no es factible, porque deslindar hechos de interpretación es una misión imposible, y, además, porque puede derivar en un control cuasi-fascista y garantizar la máxima competencia en accionariado y medios, hay, en mi opinión, dos modelos centrales alternativos si se quiere, un poco intervencionistas, aquí. El primero: confiar en la ayuda pública directa o publicidad institucional que les dé un balón de oxígeno para admitir publicaciones ideológicamente no dependientes de patrocinadores. Es un modelo ampliamente utilizado. Pero esta ayuda es caprichosa o políticamente sesgada y sigue sin resolver el problema de que supone ignorar que quienes tienen un objetivo común no se atacan. Una segunda alternativa, más compleja de aplicar, más costosa, pero que arrojaría mejores resultados es la creación de una verdadera agencia pública informativa. Con personal funcionario, inamovible y plural, seleccionados por mérito, al estilo de la tradicional BBC, y con los necesarios controles para evitar conflictos de interés.
La Democracia no sólo muere en la oscuridad. Muere también con una única luz. Muere cuando la única antorcha que ilumina impide salir del camino marcado, ver algo distinto, pensar diferente. Muere cuando no hay pluralismo. Muere, en otras palabras, en la ausencia de competencia, aunque ésta tenga que ser introducida por el Estado.