Leyendo un relato de la premio nobel Alice Munro (Tren) me he dado cuenta de que podemos entender a los personajes de ficción, por extraños que sean, como si fuesen humanos, en toda su complejidad, pero sin embargo somos incapaces de juzgar a nuestros vecinos más allá de la reducción al tópico. Entendemos a los personajes de ficción en sus contradicciones, debilidades, frustraciones, vacíos y deseos que les obligan a actuar como actúan. Pero a los seres de carne y hueso (compañeros de trabajo, familiares, conocidos…) los tratamos como si fuesen dibujos animados: superficiales y llenos de clichés.
Excusamos a Emma Bovary por sus amantes, incluso defendemos que no puede hacer otra cosa: qué culpa tiene ella si la tristeza la hace ser infiel, buscar a arañazos un instante de felicidad aunque se rompa las uñas... pero convertimos en un personaje plano (una fresca, una egoísta, una cabrona...) a la cajera del super que le puso los cuernos al marido.
Entendemos a Don Quijote: apoyamos su noble idealismo y su lucha por causas perdidas. Nos enternece este personaje pero consideramos un tonto idealista a aquel que se enfrenta a un mundo que no comprende aun a sabiendas que tiene las de perder, a aquel que se sale del rebaño defendiendo otras ideas menos convencionales (Peter Pan, estúpido, perdedor, soñador, buenista...). Los veganos son unos pesados, los izquierdistas son unos ilusos, los que van a manis unos niñatos con mucho tiempo libre, a ver si se buscan trabajos de verdad…
Entendemos perfectamente y hasta podemos apoyar la relación profesor-alumna de El animal moribundo (Philip Roth) pero en la vida real, cuando le ocurre a tu vecino son siempre una jovencita perdida o ambiciosa que solo va a por su dinero —quizá con una figura paterna ausente, diría un psicoanalista— y un viejo aprovechado que solo busca un buen culo.
Podemos llegar incluso a empatizar con el coronel Kurtz (Apocalypse Now) comprenderlo y excusarlo y alzarlo como emblema antihumanisma, de la locura como única forma de escapar a la alienación, de lo salvaje como única forma de reconectarnos con la naturaleza, con nuestra esencia... cuando la realidad solo podría decir de él que es un asesino trastornado.
El cine nos hace empatizar con narcotraficantes, con soldados de gatillo fácil, con ladrones de bancos, con presos, con estudiantes rebeldes, con rompecorazones de espíritu libre… pero esta gente, si nos la encontramos por la vida, nos produciría un gran rechazo: drogatas, psicópatas, indeseables, estudiantes mimados, egoístas caprichosos…
Ni los podemitas van a robarnos nuestros chalés ni Santiago Abascal come corazones de niños. Entre otras cosas porque no vamos a dejarles. Tengo conocidos que odian a los catalanes. Conocidos catalanes que odian a los españoles. Conocidos de derechas que creen que los de Unidos Podemos quieren quemar iglesias. Conocidos de izquierdas que creen que todos los empresarios son malos. Conocidos que odian a los gitanos. Conocidos gitanos que odian a los payos. Todos ellos tienen en su cabeza una imagen simplificada y bastante infantil del enemigo. Y ahora, con las redes sociales, el prejuicio se amplifica …
Es muy curioso: la realidad queda reducida a personajes planos, repetitivos, mientras los personajes de ficción se nos muestran llenos de matices y tienen toda nuestra comprensión. ¿Y si empezamos a pensar en aquellos que nos rodean como personajes de ficción: complejos e interesantes? A lo mejor así somos más benévolos con todo el mundo (y de paso se nos bajan los humos de creernos los únicos profundos entre seres de cartón piedra).