Por si las navidades no fuesen una pesadilla en sí mismas, es habitual que al acercarse te caiga alguna entrevista telefónica con un artista duro de roer. Por ejemplo, Marianne Faithfull
VALENCIA. Cada vez que termino una entrevista telefónica con un nombre de los que podríamos denominar como clásicos, siento como si acabara de despertarme y saliera de un sueño. Debe ser por ese efecto de irrealidad que provoca un acto tan cotidiano como una llamada telefónica, y en lugar de hablar con tu madre, tu pareja, un amigo o uno de tus muchos jefes, hablas con un artista de esos que hoy denominaríamos legendarios. Cuando las entrevistas se hacen en los despachos de las discográficas o en habitaciones de hotel, la situación resulta más creíble. Si estoy en el despacho de casa, rodeado por mis papeles, mis discos y mis libros, escuchar una de esas voces tan familiares a través del auricular se me antoja tan irreal como un sueño. Esa voz que habitualmente escuchas en tu equipo de música o en tus auriculares y con la que ahora intentas mantener una conversación que no se parece en nada a las que mantienes con tu madre, tu pareja, tus amigas, ni siquiera a las que mantienes con tus jefes.
Precisamente por esa sensación onírica que asocio a estos momentos (por otra parte muy puntuales, no vaya a dar la sensación que semana sí semana no entrevisto a algún clásico por teléfono o por cualquier otro medio), eso que tanto se asemeja a un sueño también puede ser una pesadilla. Hay artistas que consideran la entrevista como el supremo sacrificio del misterio de su obra; si además hay que hacerla por teléfono, sin posibilidad de verle la cara al interlocutor, y éste además no es angloparlante, entonces el nivel de peligro aumenta.
Un buen ejemplo para ilustrar todo esto sería Marianne Faithfull, cantante pop en los sesenta, carne de titulares sensacionalistas gracias a su relación con los Rolling Stones, artista de culto en los ochenta gracias a álbumes como Broken English y Strange weather. Hoy es unánimemente reverenciada por unos discos en los que su voz transforma cualquier canción ajena en algo propio y hace de las composiciones propias algo sobrecogedor. Un poderío que quedó patente en su actuación en la Fira de Juliol, hace ya más de una década, uno de esos concierto que llegó a Valencia en el momento adecuado y dejó más que satisfecho al público que fue a verla a Viveros.
Faithfull ha sido, además, pionera involuntaria en la lucha de la mujer para ser percibida con igualdad, tras haber sido juzgada y condenada por puta y por bruja por una sociedad que aún ve con desagrado que las mujeres disfruten de la vida igual que sus compañeros hombres.
Una vez se concierta la entrevista ya te advierten de que es “un poco seca”. En cuanto hablas con ella descubres que, efectivamente, lo es. Y, si por esas cosas de la vida, no has preparado la entrevista como toca, entonces no hay nada que pueda paliar esa sequedad. La única crema suavizante que existe para estos casos es la de la profesionalidad, es decir, tener listo un cuestionario impecable, a prueba de aburrimiento, cansancio y escepticismo.
Eso fue lo que me pasó la primera vez que hablé con Marianne Faithfull, en otoño de 2008. Promocionaba el excelso Easy come, easy go, disco de versiones donde se hacía acompañar de un deslumbrante elenco de colaboradores. Tal despliegue de nombres debió darme una falsa seguridad por aquello de que cada uno de ellos –Antony, Nick Cave, Sean Lennon, Keith Richards…- se presentaba como un posible apoyo para la conversación. Con la Faithfull no hay apoyos que valgan. Ni siquiera funciona el truco de halagarla desde el principio: por el tono de su voz al contestar te das cuenta que en realidad te está diciendo, “pues vaya novedad”. Sabe mucho y tiene el ego que toca tener con su experiencia y su capacidad de supervivencia (en aquellos momentos había superado un cáncer de pecho). Por una razón lógica lo de mencionar a sus invitados no sirvió de mucho: la entrevista era para hablar de ella, no de los demás. Por eso mismo, en lugar de conseguir la mejor entrevista posible, obtuve una correcta, con las declaraciones suficientes para cubrir el texto pactado y ya está.
Dos años más tarde, anunció nuevo disco y yo volví a verme en la tesitura de tener que entrevistarla. Telefónicamente, claro. Una vez más, te dan hora y fecha y empieza el ardor de estómago. Más que justificado en este caso al saber que te espera un hueso duro de roer. Para colmo, la entrevista se fijo para un 23 de diciembre. La víspera de la Nochebuena, que ya es en sí misma una fecha para tirarse de los pelos hasta que no te queden ni pelos ni dedos, tienes que hablar por teléfono con Marianne Faithfull sobre su nuevo disco. Casi mejor invitarla a la cena familiar, y así concentramos todas las catástrofes en un mismo día, ¿no? Marianne Faithfull convertida de repente en la versión femenina de Mr. Scrooge y yo como la versión alternativa y con carne de Jack Skellington, haciendo estiramientos para afrontar mi particular pesadilla antes de navidad.
Pocas veces me he preparado tan concienzudamente una entrevista como la de aquel 23 de diciembre. Si hay algo que uno no quiere escuchar es la voz de Marianne Faithfull expresando hastío. O enfado. No se corta un pelo y además, con esa voz que tiene, es imposible no percibirlo. Un buen ejemplo de lo que pasa si le tocas las narices queda reflejada en una entrevista televisiva realizada a finales de los años noventa, recién publicada su autobiografía, Faithfull. Cuando el presentador le regala algunas preguntas tópicas acerca de su vida sexual en el swinging London, esa etapa de su vida que siempre reaparece cada vez que se habla de ella, sin que importen los muchos años transcurridos ni lo que haya hecho desde entonces, dejando al entrevistador sin palabras.
Llegó entonces la hora señalada, que encima era una hora nocturna. Antes de que te des cuenta, la voz majestuosa de Marianne Faithfull está respondiendo a tu saludo y la entrevista ha comenzado. Sobre la mesa hay dos folios con preguntas meticulosamente redactadas. Ella va contestando con profesionalidad, intentando no dar más de lo que toca, porque en estos casos, y a poco que haya hablado con otros medios sobre el nuevo disco, ya ha establecido unas respuestas tipo a las que, inevitablemente, recurre a la mínima de cambio. Faithfull no es fácil de impresionar ni ella parece dispuesta a propiciarlo. Crea una zona de seguridad manteniendo la distancia, no permite que te relajes. Pero con la lección aprendida de la vez anterior, y con un cuestionario confeccionado para resistirlo todo, la prueba se pasa. Lo malo de preparar algo concienzudamente es que te acuden demasiadas ideas a la cabeza y esas ideas a veces tiene forma de preguntas cabronas. Yo tenía una preparada para ella, no por afán revanchista, sino porque me parecía apropiada. Esperé a que el grueso de la entrevista transcurriera y cuando ya quedaban pocos minutos, la dejé correr:
Tal y como alguien apuntó no hace mucho, ¿dirías que tus discos recientes son mucho mejores que los que han grabado los Stones durante los últimos lustros?
La pregunta le incomoda porque, a pesar de todo, siente un gran cariño por los Stones. Se contiene y responde con firmeza pero sin enfado. Pocos minutos después le agradezco su tiempo. Nos despedimos y nos deseamos felices fiestas. Yo he debido de perder cerca de dos kilos si moverme de mi asiento; ella debe de estar hablando ya con otro periodista de cualquier otra parte del planeta. Empiezo a sentir esa sensación como si regresara de un sueño, solo para terminar descubriendo que me sentía mucho más seguro en esa zona de riesgo que era la entrevista con Faithfull. Una opción mucho más apetecible que afrontar, un año más, esa pesadilla machacona llamad Navidad.