La setabense Pilar Larriba fue la capitana de la selección española y del Tormo Barberá, el equipo valenciano que dominó el voleibol durante el segundo lustro de los años ochenta. Se retiró con veintinueve años; no necesitaba más títulos ni más gloria. Solo quería formar una familia, seguir con su tienda de deportes y enseñar el vóley a los niños
VALÈNCIA.- A Pilar Larriba le da cierto rubor recuperar su pasado. Pero tampoco puede negarlo. Ella fue, en los ochenta, una de las mejores jugadoras de España de voleibol, si no la mejor, aunque muy pocos sepan ya quién es esta mujer, que llegó a ser la capitana de la selección española. No le preocupa lo más mínimo. Es feliz, a sus sesenta años, paseando por Xàtiva sin la aureola de figura del deporte que nunca le deslumbró y jamás reclamó. Y con la jubilación al fondo de la recta siente que tiene una vida plena, enseñándole su deporte a los niños y ayudando a las personas mayores a hacer algo de ejercicio.
Su fisonomía sigue intacta: sigue siendo alta y flaca. Avanza por la Alameda con ese aire de Pantera Rosa que tienen los jugadores de vóley, como los saltadores de altura, longilíneos y con los pies reactivos, como si fueran rebotando contra el suelo todo el rato. De vez en cuando, alguien levanta la mano y la saluda divertido al ver que le persigue un tipo con una cámara de fotos. «Aquí me siento muy querida. Y no necesito más».
Su infancia fue una de las primeras claves para llegar a ser lo que fue. Pilar Larriba era una niña eléctrica y algo asilvestrada, y todos los fines de semana se reunían los trece primos —tres chicas y diez chicos— en Novetlè (al lado de Xàtiva), y apuraban cada minuto del día para jugar al fútbol, subir a la peña de San Diego, salir con las bicicletas… «Y eso, sin tú saberlo, te daba una preparación física, una base inmejorable». Hasta que un día llegó Juan Párraga, el responsable de la revolución que vivió Xàtiva con el vóley, y le preguntó a esa niña larguirucha de doce años si quería probar.
Aunque primero hay que ponerse en contexto. Xàtiva. 1972. Ni había pabellón ni se le esperaba. Las niñas jugaban en los colegios y en la antigua sede de la Falange —hoy está la Casa de la Joventut—, donde resistía un viejo patio. Sin saberlo, Párraga había reclutado a una generación única, un grupo de chicas que empezaron a jugar de infantiles y que lo ganaron todo hasta llegar a la categoría absoluta. Ese año fueron al Campeonato de España y acabaron terceras. Pero después se proclamaron campeonas de España cadetes, primero, y luego tres años consecutivos como campeonas de España juveniles.
Un día, Juan Tormo y Nieves Barberá, los propietarios de una firma de ropa infantil que se llamaba Tormo Barberá, iban en el coche y pasaron por la puerta del pabellón San Fernando de València. Miraron por la ventanilla y descubrieron allí a uno de sus empleados. Juan le preguntó qué hacía ahí y el hombre les dijo que su hija, jugadora en el CV Xàtiva, tenía un partido contra un equipo de Canarias. Al matrimonio le entró curiosidad y entraron. Allí vieron que las rivales traían un obsequio para las setabenses y que estas no tenían nada para corresponder, así que Tormo salió disparado y al rato regresó con lo primero que había encontrado, unas mallas de naranjas. Aunque su mayor sorpresa llegó cuando las jugadoras canarias sacaron el regalo y resultó ser un cartón de tabaco para cada niña. Eran otros tiempos. «Eso nos permitió ir a los campeonatos del mundo escolares en Bélgica y en Inglaterra representando al instituto José de Ribera. Fue la época de más éxito de Xàtiva con el voleibol de base. Aunque vinieron más promociones muy buenas. En la mía estaba Manuca García, Yolanda Sipán, Encarna Llueca, María Ángeles Vidal, mi hermana Carmen, Merche Mesado… Estuvimos muchos años juntas».
Aunque ella lo dejó muy pronto, con veintinueve años —«hoy en día eso es muy joven»—; con doce años dedicaba los veranos a las concentraciones que hacían por toda España en lo que se conocía como Operación Altura. «Te tirabas todo el verano entrenando. Luego, con quince años, ya entré en la selección española júnior, y cuando llegó el búlgaro Todor Simov, me cogió también para la absoluta». Así que, con veintinueve años, ya llevaba mucho tiempo dedicado al deporte y se cansó.
Aun así, siempre fue un verso libre, una joven que tenía muchos más intereses que la mayoría de las deportistas. A Pilar le gustaba mucho leer, escuchar buena música y si le apetecía salir, salía. Y con veintitrés años tomó una decisión insospechada. La capitana anunció que no pensaba volver a la selección española. Después de un par de Mundiales y un Europeo con España, llegó a la conclusión de que ya había vivido lo máximo a lo que podía aspirar como internacional y que, en cambio, no le compensaba continuar sacrificando otras experiencias en verano para seguir jugando al voleibol con la selección cuando acababa la temporada.
«Hace poco vi un reportaje muy bonito en la televisión que se titula Cuando fuimos los peores —trata sobre los orígenes de algunas especialidades deportivas en España sin infraestructuras y de manera muy rudimentaria, aunque con muchísima ilusión—, y lo nuestro era calcado. Su experiencia era muy parecida a la mía. Es muy bonito, pero te tienes que buscar la vida porque no tienes nada más. Yo con veintitrés años dejé la selección española. Mi padre falleció poco después y tuve que ponerme a trabajar. Tenía que empezar otra vida. Había visto a gente de élite que lo había pasado muy mal cuando se lo dejó».
En ese momento de dudas sobre su futuro como deportista de élite, sopesando dejar el voleibol por completo para trabajar en la tienda de deportes que había abierto su padre para evitar que su hija, la única que no había estudiado, se fuera de Xàtiva, Tormo Barberá tomó la decisión de patrocinar al club y hacer un equipo profesional. Y Pilar siguió, claro.
Aunque ya ha quedado claro que fue una deportista poco convencional. Con veinticinco años, mientras algunas solo pensaban en el voleibol, ella se había casado y trabajaba en una tienda de deportes para contentar a sus padres, que estaban muy disgustados porque su hija no había estudiado ninguna carrera. «Pero yo hice muchos cursillos y me saqué el título de entrenadora nacional, de monitora deportiva… Y aquello me permitió hacer lo que hice después y lo que hago ahora, que si hubiera estudiado, probablemente, no lo hubiera hecho, y a mí me gusta mucho».
Los primeros años el equipo fue dando bandazos. Un año subía a la máxima categoría y al siguiente bajaba. Un año jugaban en Alzira y al otro en Alcàsser. «Y así no había manera», puntualiza Pilar Larriba. Hasta que un año, Juan Tormo y Nieves Barberá, que hasta entonces se limitaban a ayudarlas a costear un desplazamiento o a pagar los equipajes, decidieron patrocinar el club y dar el salto al profesionalismo. El club fichó a un par de jugadoras extranjeras y a algunas de las mejores españolas. Muchas de las setabenses se quedaron sin plaza, pero Larriba se mantuvo en el primer equipo junto a otras.
Juan Tormo, además, negoció a tres bandas con el Consejo Superior de Deportes (CSD), la Diputación de Valencia y el Ayuntamiento de Xàtiva para que cada uno se hiciera cargo de un tercio del presupuesto para la construcción del nuevo pabellón. Las obras empezaron en septiembre de 1981, pero el único que cumplía con su compromiso era el CSD, así que el club ideó la campaña Un pavelló per a tots y salió a la calle a pedirle ayuda a la sociedad setabense. Pedían a los empresarios 50.000 pesetas en un pago o en doce mensualidades, como se recuerda en Història del voleibol a Xàtiva, el libro en el que Josep Lluís Fitó y María Ángeles Vidal cuentan los orígenes de este deporte en la capital de La Costera y los años dorados en los que el Tormo Barberá ganó tres Ligas y tres Copas de la Reina.
Pero eso llegaría después de que los empresarios dieran un paso al frente y lograran pagar el modesto pabellón, el primero de España propiedad de un club. Ya solo quedaba inaugurarlo, pero la riada del 82 inundó la instalación el 20 de octubre y arruinó el parqué. La pantanada de Tous obligó a retrasar la fiesta hasta el 6 de noviembre. El Tormo Barberá, después de los años de ‘cuando fueron las peores’, ya tenía su feudo, y a partir de entonces todo iba a ser distinto.
Xàtiva se enamoró de su equipo de voleibol y el Tormo Barberá inició una rivalidad encarnizada con el Español de Barcelona que marcó la década de los ochenta en España. Las catalanas elevaron el listón con el fichaje de Cecilia del Risco, la capitana de la selección de Perú que llegó a ser subcampeona del mundo, una estrella del vóley que disputó tres Juegos Olímpicos. «Fueron los dos primeros equipos femeninos profesionales que hubo en España. Fuimos las pioneras. Nosotras jugamos el primer partido de voleibol femenino que se retransmitió por TVE. La primera final de Liga que ganamos, ante el Español, en 1986», rememora Pilar Larriba.
La jugadora socarrada nunca quiso irse de Xàtiva. Todos los años le llegaban ofertas para marcharse a otro equipo, del mismo modo que el seleccionador de turno intentaba recuperarla. Pero ella no se movía de su ciudad. Ni quería, ni podía, dejar a su familia, que no tardaría en perder al padre. Y encima el público vibraba con su nuevo estatus en el deporte. Aunque la afición venía de antes. «Xàtiva siempre ha estado volcada con el vóley. Aquí empezó la afición, yo creo, con los torneos que se organizaban en la Fira de Xàtiva (del 15 al 20 de agosto). Muchos años se jugaba el torneo en el patio del colegio Gozalbes Vera y venían equipos de toda España con jugadores internacionales. Aquí hace muchísimo calor en agosto y los partidos se jugaban a partir de las nueve de la noche. Y aun así, la gente venía a verlos. Y luego, después del partido, nos íbamos todos de fiesta y la gente se lo pasaba muy bien. Las jugadoras de los otros equipos se quedaban en nuestras casas. Ahí empezó la tradición, en un momento en el que no había mucha más oferta; no como ahora».
El pabellón tenía un aforo para ochocientas personas, pero entraba mucha más gente porque se añadían unas sillas alrededor de la pista y algunos permanecían de pie en los pocos huecos que quedaban. Las jugadoras iban por la calle y los ciudadanos les daban ánimos para el siguiente partido. Se vivía con mucha intensidad. La locura llegó en 1986. El desenlace de la Liga se produjo un Viernes Santo, y el Tormo Barberá, que tenía a dos estadounidenses, Robin Burns y Jessica Kyle, no dejó escapar la oportunidad de proclamarse campeón de Liga el 28 de marzo de 1986. El club había pedido organizar también la Copa de la Reina y ahí, a finales de mayo, en su pequeña caldera, pensaba rematar la fiesta, pero un Español liderado por Cecilia del Risco arrasó con un 3-0, se tomó la revancha de la Liga y dejó a Xàtiva sin celebración.
Al año siguiente, el Tormo Barberá debutó en la Copa de Europa y en la primera ronda eliminó a un equipo belga, aunque el triunfo tuvo casi menos repercusión que la alegría que supuso para el equipo que José María García, el periodista deportivo del momento, conectara con el pabellón para que Josep Lluís Fitó fuera informando de cómo iba la eliminatoria.
El club arrasó en 1987 con la Liga y la Copa, torneo que ganó tres años consecutivos (1987, 1988 y 1989). Pilar Larriba, la capitana del equipo cuando fueron las mejores, alzó el último trofeo y anunció su retirada. Ya no quería volver a jugar al voleibol. El Tormo Barberá aún ganó una Liga más pero, en 1991, la federación española anunció que iba a concentrar a las mejores jugadoras españolas para preparar los Juegos Olímpicos. El club perdió a cinco integrantes del equipo, se reforzó como pudo y aguantó un año más. Y hasta hizo de anfitrión —alojando a las jugadoras y al cuerpo técnico en sus casas— y de sparring de España —vencieron las de Xàtiva en los tres amistosos—, pero al acabar la temporada, Juan Tormo, harto de perder jugadoras, decidió dejarlo.
Ahí acabó la era dorada del Tormo Barberá, el mejor equipo de España durante un lustro. Pilar Larriba siguió vinculada al voleibol, pero ya lejos de la élite. Con Barcelona ‘92 en el horizonte, volvió a ser tentada para que reconsiderara su decisión y cumpliera lo que todo el mundo pensaba que era un sueño. Pero ella no era todo el mundo. «Yo lo había dejado en 1989 y me llamaron varias veces para intentar convencerme y que disputara los Juegos, pero en 1990 fui mamá por primera vez y no me tentaron lo suficiente. Me lo repetía mucha gente y está claro que eran unos Juegos, pero hay más vida que eso. Yo ya había estado en unos Mundiales y en un Europeo. No necesitaba nada más».
Su padre aún tuvo tiempo de verle ganar la primera Liga. «Y lo disfrutó muchísimo», apunta Pilar, que siguió trabajando en la tienda de deportes hasta que cerró, después de diecisiete años, cuando llegó la crisis que sacudió el país, tras los fastos del 92.
Pilar Larriba tuvo dos hijas. Ana, que tiene treinta años, y Marta, de veintiocho, ya son independientes y viven su vida. «No necesitan mucho para vivir y a la mínima se van a recorrer el mundo», explica. La exjugadora tampoco. Sus personas mayores y los niños. El CV Xàtiva va a cumplir cincuenta años y lo hace sin dejarse llevar por la nostalgia. Tiene al equipo femenino y al masculino en la Liga de Plata y a quien le gusta el vóley puede ir a ver buenos partidos. «Y no hace falta más. Intentar subir a la Liga de Oro solo nos traería sufrimiento».
Al acabar la entrevista, en la Glorieta, al lado de la Alameda, Pilar se niega a hacerse fotos en las que pueda parecer que alardea de algo. De repente, irrumpen unos niños vestidos de uniforme y le preguntan si mañana entrenan con ella. Pilar les enseña a los chiquillos uno de los trofeos que conquistó cuando fue la mejor. Los colegiales la rodean y miran curiosos la copa.
Pilar tiene sesenta años, pero no ha perdido su carisma. Luego se despiden y lentamente, con calma, vuelve hacia su casa en el carrer Sant Francesc. Allí saluda al hombre que vende los cupones en la esquina y desaparece. Como si esta tarde de recuerdos solo hubiera sido el vuelo de una estrella fugaz
* Este artículo se publicó originalmente en el número 89 (marzo 2022) de la revista Plaza