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EL MURO / OPINIÓN

Poco nuevo bajo el sol

Algunas voces consideran que ya ha pasado bastante tiempo para que el mundo cultural mantenga la sensación de que todo continúa casi, casi, igual. Fiarlo a la transparencia de los concursos públicos, o a la subvención cortesana y placentera mediática,no es suficiente. Falta un nuevo y gran debate interinstitucional que ilumine nuevos objetivos

30/04/2017 - 

Entiendo la buena voluntad de los trashumantes del departamento de la Avenida de Campanar; las dificultades económicas heredadas, los problemas para desatascar la madeja y lo farragosa que se ha convertido una gestión diaria llena de obstáculos. Pero también la ilusión que muchos pusieron en su momento y las esperanzas de poder ser testigos de grandes cambios globales que la luz igual ciega.  

Quizás las voces discrepantes tengan su raíz en que se acercan las subvenciones. O no llegan a tiempo. El asunto, aseguran miembros de los diferentes “colectivos” que te vas encontrando por la calle, es que el panorama se ve bastante anodino. Igual lleva un problema añadido de comunicación interna y externa.

Eso sí, mantenemos la postura: anuncio oficial, gesto, propaganda y, sobre todo, foto de rigor de la nueva corte de cargos renovados o resituados que creen que con una simple imagen, un discurso de buenas intenciones y una convocatoria pública a la prensa todo está hecho y superado. Triste imagen, que diría Sorolla, al que le voy a coger cariño después de que el Año Pinazo parezca haber dejado de existir para las instituciones o simplemente se hayan olvidado ya de él porque no da fotos y menos, titulares.

Si se mira al Ayuntamiento de Valencia, a veces da la sensación de que estamos dentro de una jaula de grillos en la que nadie se fía de nadie y todos quieren ganar competencias entre deslealtades y choques competenciales. En el ámbito autonómico estamos a la que cae por muchos cambios y concursos públicos convocados para optar a la gestión. En la corporación provincial suelen ir a lo suyo, y aún no se sabe realmente qué es.

Hasta en la Diputación de Valencia montaron un concurso para dirigir Sona la Dipu, un festival tan lejano en el tiempo que ya casi nadie entiende, salvo si se ha de considerar una verbena popular bien montada de gira por las comarcas, pero con un anacrónico discurso. Bolos que se los llevan crudos. Hasta el rock ha perdido su sentido de rebeldía. Ha terminado convertido en un hecho controlado también políticamente. Mejor medios, zonas de ensayo, circuitos... ¡Pues no hay casas de Cultura aburridas y abiertas a lo que haga falta!

El problema es que en esta autonomía aún se cree que con la subvención cultural de turno o el concurso público ya está todo arreglado. Y como con eso el poder político concentra y acalla voces críticas pues, problema resuelto. Pero llevamos ya demasiados años de aturdimiento.

Los colectivos sectoriales utilizados hasta ahora como motores de protesta o ariete político han terminado convertidos en débiles lobbys endogámicos. Son fáciles de domesticar gracias a promesas o a un reparto de migajas en forma de subvención con la que superar otro frío invierno. Eso no ocurría en los ochenta/noventa cuando el lío, con muy poco, estaba garantizado y los debates eran públicos  y sonoros. No hacían falta gurús y menos teóricos.

La verdad, esto de las subvenciones a fondo perdido que los franceses convirtieron en paradigma de la creación anexionada o la “revolución cultural” promovida por Jack Lange y que aquí importamos para generar lo que debía ser una industria sólida impulsada inicialmente por el Estado para derivar en industria - el 4% del PIB viene de la cultura- comienzan a resultar algo trasnochadas. Que quieren que les diga. Un reparto de euromillón, una tómbola en la que el más beneficiado suele ser siempre el más cortesano o afín y que, además, ayuda a eliminar el ruido, o a dejar a un lado crítica y autocrítica.

Ver cómo asociaciones teatrales continúan bramando por lo suyo, o determinados sectores del audiovisual velan armas a ver qué pillan a la carrera, continúa siendo algo preocupante después de tantos años. Nos falta y sobra discurso. Son necesarios hechos. Seguimos, repiten muchos, en la cultura de la subvención a la que no llegan las nuevas generaciones y en donde tampoco se descubren alternancias. No basta con cambiar gestores sino saber realmente hasta dónde se quiere llegar. El tiempo político pasa. Cada vez corre más rápido. Hasta se puede agotar.

Yo soy más de planificación y proyecto global a largo plazo  y con objetivos definidos, que del simple reparto del dinero público al estilo de café para todos. Sé me van a enfadar casi todos porque he dejado de ser políticamente correcto, pero es que, como otros tantos, apenas veo mucho más en el horizonte una vez diseminado el maná.

Sorprenden, por ejemplo, los resultados del Primer Barómetro Municipal de Opinión Ciudadana realizado por el Ayuntamiento de València en el que, según estos mismos datos, la totalidad de servicios públicos ciudadanos superan los cinco puntos. En cultura hasta los superan una décimas. No sé quién votaría, ni el rigor en sí del estudio que no dudo tendrá, supongo. Pero aún desconozco qué sucede en torno a su política museística, bibliotecaria, musical -no sirven los bolos agradecidos y menos las efemérides- o teatral más allá de gestos puntuales y grandes anuncios mediáticos. No veo tan definida esa irradiación cultural de la que algunos/as se declaran tan satisfechos/as. Conformarse con un aprobado y ponerse de paso una medalla lo dice casi todo.

Y que no se me molesten muchos de éstos recién llegados a cargos públicos que todavía no han aprendido a entender la crítica o la reflexión crítica y, además, presionan con desparpajo. Los mismos que se contentan con recibir aplausos de familiares y amigos a través de las redes sociales que todos sabemos cómo manejar y gracias a las cuales nos vamos satisfechos a dormir creyendo que los contactos virtuales son el verdadero y único mundo exterior.

Convocar concursos para que se presenten exposiciones o proyectos artísticos, audiovisuales y teatrales que serán sometidos después a juicios de supuestos expertos no lo es todo. Es lo más sencillo. Hay que creer en el rigor, las ideas y la personalidad de quien gestiona y el criterio del verdadero experto de lo suyo, me guste o no después, pero siempre respetable desde la racionalidad. Para eso se asume un cargo de responsabilidad pública, para afrontar riesgos y aportar conocimientos, experiencias y ofrecer alternativas, aunque lo fácil sea escudarse en un parabán que ayude a diluir responsabilidades mientras la afición continúe contenta. Pero sin atender a la sociedad en su conjunto.

Unión Gremial, por ejemplo, anda preguntando qué pasa con Xarxa Llibres -plan gratuito-,  libros, editores, libreros, edición… Aseguran que las ayudas a la edición son las mismas y con similares criterios que manejaba el anterior gobierno conservador. Ellos sabrán.

Esta misma semana remitían un escrito al departamento de Educación recordando, según sus datos, que  librerías y papelerías de la Comunitat Valenciana con licencia para la venta de libros de texto han perdido entre un 20% y un 40 % de ventas desde la puesta en marcha de la red, lógica e interesante, pero desde la razón más común y coincidente. Ha supuesto, añadían, la pérdida   de un 30 % de puestos de trabajo en distribuidoras, editoriales y librerías. Más de mil librerías y papelerías de la Comunitat Valenciana, de las 162 existentes, se han adherido al escrito.  Lo más duro, cuentan, es que Unión Gremial adjuntaba a su escrito las 192 cartas devueltas por correo debido a la desaparición de los negocios. Preocupante y serio panorama.

Hace muchos años, por no decir lustros, que lo que realmente falta en esta autonomía es un verdadero debate global sobre las necesidades reales de organismos, escenarios, objetivos… políticas institucionales claras, unitarias y no divergentes. Saber qué se quiere o dónde se quiere llegar. No basta con repartir subvenciones o aumentar dotaciones presupuestarias, que también, u ofrecer buenas intenciones, sino definir grandes líneas de actuación. Tener claro un ideal y un verdadero pacto interinstitucional de competencias que no se solapen y menos despiste.  

Frente a fuegos artificiales de la complacencia y la subvención nos salva, a veces, lo privado que cada día es mayor, ajustado económicamente y no para de crecer en barrios y poblaciones, aunque también se vayan apuntando, lógicamente, al “qué hay de lo mío” viendo a su lado tanto “especialista de la creación contemplativa” y sobre todo de la ausencia, el aplauso generoso y hasta fariseo.  

PD. Acaba la Fira del Llibre. Apoyemos comercio interior.

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