VALÈNCIA. El año 2023 se cierra con polarización como palabra del año, según la Fundación del Español Urgente (FundéuRAE), promovida por la Real Academia Española y la Agencia EFE. En diferentes medios, incluido este periódico, han explicado estos últimos días que este vocablo hace referencia «a situaciones en las que hay dos opiniones o actividades muy definidas y distanciadas (en referencia a los polos), en ocasiones con las ideas implícitas de crispación y confrontación» donde el entendimiento y el encuentro entre opiniones diferentes parece difícil de lograrse.
Y la verdad, no debería extrañar. El escenario político abruma cuando la información que prolifera sobre la actualidad incluye insultos habituales entre los representantes políticos, e incluso agresiones en los plenos de instituciones públicas. O lo que es lo mismo: la muestra de que, cada vez más, las formas se imponen al contenido en un intento de captar la atención pública y mediática, aunque el tema de debate no sea competencia de la institución en ciernes (porque, recuérdese, en la última agresión en el pleno del Ayuntamiento de Madrid se estaba hablando de Navarra, nada que concerniese ni al ayuntamiento madrileño ni a su ciudadanía). Parece que todo vale para seguir afianzando nichos ideológicos, cada vez más alejados entre sí.
El grupo Mediaflows lleva años analizando la polarización política observándola fundamentalmente desde dos ópticas: la primera de ellas, la que incumbe a los emisores y agentes implicados (élites partidarias, mediáticas y ciudadanía). La segunda de ellas, la que refiere a las causas que la han motivado, las características de esta polarización y sus consecuencias.
Parece claro que el ecosistema comunicativo y político lleva años sumando méritos en pro de esta polarización. Y, por supuesto, no solo en España: A principios de la década de 1990, los medios de comunicación y analistas políticos comenzaron a hablar de la polarización en la política estadounidense, después del discurso de Pat Buchanan en el que declaró una guerra cultural por el alma de Estados Unidos en la convención nacional republicana de 1992, en el que pretendía arremeter contra los derechos de los negros, la emancipación homosexual y el feminismo. Si bien, en ese momento apenas tuvo repercusión, años después se consideró un discurso profético de la polarización política que seguiría. Porque, efectivamente, el clima político de EEUU fue polarizándose fundamentalmente por parte de «hombres blancos enfadados» y crispados contra temas de gran envergadura social como el aborto o los derechos de colectivos desfavorecidos (fundamentalmente migrantes, mujeres y LGTBI).
El propio debilitamiento de los partidos tradicionales ayuda a comprender el crecimiento de los extremos, motivado en gran parte por la crisis económica de 2008 que se ha reflejado, principalmente, en que la ciudadanía percibe cada vez más una crisis del sistema representativo. Esta crisis de representación incluye, lógicamente, también una crisis de intermediación. Pero, además, si estos intermediadores (fundamentalmente partidos políticos, pero también grupos mediáticos de comunicación) catalizan ideologías que, lejos de hacer posible la forja de alianzas o acuerdos entre grupos diversos, las erosionan, el problema se agrava. De todo ello ya hablaba Sánchez-Cuenca hace varios años, quién además explicaba que «el resultado de todo ello es la “impotencia democrática”».
A ello se suma que algunos medios contribuyen a añadir mensajes más partidistas al suministro continuo de información, donde emisores agitan el debate partidista, generándose también una polarización mediática. El cambio tecnológico ha hecho que sea económicamente viable atender a nichos de audiencia más pequeños, que antes, cuando solo existían los medios masivos, era inviable. Sin embargo, algunos de los estudios que se han hecho hasta el momento indican que esto no necesariamente implica un aumento de la polarización ciudadana, sino que los que siguen y buscan estos medios partidistas, ya lo eran antes de acceder a estos contenidos.
Por tanto, la cuestión clave se asienta en las consecuencias de esa polarización política en la ciudadanía. En comunicación (política), entendemos la polarización social cuando la opinión pública se divide en nichos opuestos en detrimento de posiciones intermedias y de encuentro difícil entre esas posiciones ideológicas contrarias, cuando el consenso es arduo de lograr. Si bien, es importante tener en cuenta que la ciudadanía exploración esas posiciones más allá de la búsqueda de información que realice y de la posición ideológica que ocupe: el periodista Bill Bishop, en colaboración el sociólogo y estadístico Robert Cushingen, en el libro The big sort, reflejan que la mayoría de los estadounidenses viven en comunidades cada vez más homogéneas políticamente y que, este hecho, disminuye las opiniones discrepantes. Y esa agrupación de personas afines está alimentando la política cada vez más rencorosa y partidista. Es decir: la polarización política es mucho más que la información política que nos llegue y seleccionemos.
En los últimos tiempos en España hemos visto movilizaciones que, sin duda, cataliza una polarización acompañada de un grado de hostilidad sin precedentes, donde el componente afectivo y emocional juega un rol clave, como explica Mariano Torcal en su libro De votantes a hoolingans. Pese a ello, aún está por ver cómo responde la ciudadanía, las personas comunes y corrientes, a esa polarización ya arraigada en algunas élites políticas. Parece claro que la polarización de estas élites ha llevado a un mayor reconocimiento de las diferencias partidistas y está produciendo gradualmente una polarización en la ciudadanía. Las consecuencias de ella pueden traducirse en que la participación, la confianza en el gobierno y otros “bienes” democráticos disminuyan a medida que los votantes vean cada vez más la política como una autoexpresión ideológica en lugar de un esfuerzo por resolver problemas importantes para ellos.
Qué paradoja. En tiempos en los que existe más herramientas de comunicación, parece que el principal obstáculo de las personas es precisamente aquello que les une: la propia comunicabilidad.
Eva Campos Domínguez es Profesora Titular de Periodismo en la Universidad de Valladolid