Pongamos que no hablo de elecciones autonómicas, que no hablo del remake murciano del ‘tamayazo’, pongamos que no hablo de la parodia refundacional del centro derecha. Pongamos que no hablo de un líder nacional que pretende encumbrar una soñada victoria electoral a categoría de elecciones generales ante la desesperanza de los resultados electorales propios. Pongamos que no hablo de Madrid… O sí.
El 4 de mayo se celebran elecciones autonómicas en la Comunidad de Madrid. Y aunque cueste creerlo por su repercusión mediática son unas elecciones autonómicas como las celebradas en febrero en Catalunya, el pasado verano en Galicia y País Vasco, o en la Comunitat Valenciana en 2019.
Afirmar esto puede parecer una obviedad pero no lo es ante el intento popular de imponer el relato de que “el 4 de mayo España y Madrid se juegan todo”. España ya decidió su futuro en las elecciones generales que ganó el PSOE y que permitió a Pedro Sánchez formar un gobierno de coalición progresista en nuestro país. Un gobierno que está haciendo frente a una crisis sanitaria, económica y social sin precedentes desde el compromiso con la ciudadanía, desde el compromiso con la cogobernanza con las autonomías y el impulso de un escudo social que permita que nadie se quede atrás.
En el último año las medidas impulsadas por el Gobierno de España han supuesto un impacto de más de 16.000 millones en la Comunitat: más de 3.300 millones invertidos en prestaciones sociales, la línea de avales ICO a empresas ha aprobado más de 105.000 operaciones, nuestra autonomía ha recibido 1.485 millones no reembolsables del Fondo Covid y el Ingreso Mínimo Vital llegó el pasado mes de marzo a 27.640 hogares valencianos.
España es mucho más que el relato centralista y radial que pretende imponer el PP. España es plural y diversa. España no es el relato frentista auspiciado por el PP. España es la necesidad de que una mayoría del Congreso respalde la reforma de la financiación autonómica para que la Comunitat reciba de una vez la financiación que merece y le corresponde, España es también el desarrollo desde el actual Ministerio de Transportes de más de 230 kilómetros del Corredor Mediterráneo que mejorará sustancialmente la competitividad y sostenibilidad de la economía valenciana. España es la apuesta por la cohesión social y territorial, por una fiscalidad justa y una transición ecológica de nuestra economía.
España es mucho más que la política recentralizadora del PP. Y serán muchas las personas del entorno del presidente del PP, Pablo Casado, que se verán sometidas a una profunda desilusión cuando descubran que el próximo mes de mayo las madrileñas y madrileños no eligen al Presidente del Gobierno: eligen a su Presidente autonómico, y que será socialista.
Lo que sí está en juego es el futuro de las madrileñas y madrileños: se juegan poner fin a la estirpe del ‘tamayazo’, poner fin a la política donde el conflicto destierra a la gestión y al desgobierno neoliberal. Se juegan elegir un gobierno que se tome la salud en serio, que apueste por políticas activas de empleo, por la colaboración con los ayuntamientos y la recuperación económica. Se juegan un gobierno que afronte desde la seriedad y responsabilidad la crisis sanitaria, económica y social como plantea el equipo de Ángel Gabilondo.
Está en juego también la credibilidad de Casado. Hace semanas que trata de trasladar el mensaje de su giro ideológico al centro mientras liga su futuro a una dirigente que considera que si te llaman fascista estás “en el lado bueno de la historia”. Su anunciada refundación del centro-derecha ha dado ya sus primeros pasos en firme: un nuevo tamayazo, la escenificación pública del transfuguismo como opción válida de gobierno, la integración de postulados ultraderechistas en el gobierno regional de Murcia, y su absoluta dependencia de Vox ante la imparable desintegración de Ciudadanos.
La refundación del centro impulsada por el PP era esto: la vuelta a sus orígenes al más puro estilo del ‘zaplanismo’, sustituir el proyecto ideológico por el mercadeo con puestos en listas electorales para mantenerse en el poder.