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el callejero

Poppy, la fotógrafa cubana que pide pista en València

Foto: KIKE TABERNER
28/05/2023 - 

A Poppy Chavarría se le pone el alma triste cuando recuerda los días alegres en el Malecón bailando como loca junto a cientos de miles de cubanos la música electrónica de los Major Lazer, o el día que La Habana entera se postró ante los mismísimos Rolling Stones. Todo ocurrió en aquellos meses mágicos de 2016, cuando Barack Obama vistió la isla y muchos románticos, o ingenuos, soñaron con una bisagra en la historia de Cuba, un país en el que los jóvenes estaban ansiosos por mostrar su creatividad a un mundo que hasta entonces les estaba prohibido. Pero Diplo, Jagger y Obama se marcharon y Raúl Castro cerró la puerta.

Poppy, que lleva nueve meses lejos de su isla y tiene el corazón sensible, se emociona al rememorar aquellos días excitantes y aquellos 20 años cargados de ilusiones. Pero hoy ya no está allí sino sentaba en un banco de pícnic frente al Gulliver, en el jardín del Turia, porque hace nueve meses decidió dejar de lamentarse y arriesgar. Esta joven de 26 años reunió algunos ahorros, compró un billete de ida y se marchó a Europa para intentar alcanzar el máximo desarrollo profesional como fotógrafa. La maleta iba ligera: una Canon, un par de lentes y poco más. Pero estaba decidida y nada la va a detener.

Unos meses atrás, en una de esas tardes de datos compartidos en un parque con los amigos de La Habana, le saltó en internet el anuncio de una escuela de fotografía en València. Ser fotógrafo en Cuba no es ser fotógrafo en España o en Europa. Aquí uno ahorra, va a una tienda y se compra la cámara que más le gusta. “Es muy difícil conseguir una cámara o un objetivo en La Habana. Hace poco abrieron un hotel nuevo y allí pusieron la primera tienda de fotografía, pero tendrías que ver los precios… Antes sólo podías conseguir una comprándosela por internet a alguien que había recibido la cámara de un familiar o de alguien de fuera y la vendía. No hay nada más”.

Ella, a su manera, tuvo suerte. Su padrastro tenía un cámara que compartían Paula Chavarría -luego llegaría el nombre artístico de Poppy- y su hermanastra, que había empezado un curso de fotografía. Pero Anaí, que tiene diez años más que ella, se acabó cansando y Paula se la apropió. Esta posesión amplió sus posibilidades. En la ciudad es tremendamente complicado conseguir material, pero si te haces con una cámara, de golpe, te conviertes en uno de los pocos que tiene una, y se abre un pequeño mundo ante ti…

Aprendió con YouTube

Su afición se expandió el día que llegó internet a Cuba, que esa es otra. “Eso fue en 2018. En aquella época yo ya tenía muchas amistades que estaban en el mundo de la canción y el modelaje, y, como yo era la única que tenía una cámara, empezaron a pedirme que les hiciera fotos. Ese primer año fue todo seguido, una cosa tras otra. La gente empezó a necesitar fotógrafos. No conocían lo que eran las redes sociales y ahí estaba yo con mi cámara. Así empecé. Primero con mis amistades y luego con diferentes negocios del sector privado que estaban surgiendo y veían las redes sociales como una manera de promocionarse”.

Aquella modesta Canon 50D era más que suficiente para abrirse paso en Cuba. Mientras, se graduó en Historia Universal por la Universidad de La Habana. No le iba mal. Pero llegó la pandemia y todo se frenó de golpe. La familia de Poppy tenía el sueldo de su madre, hija de agricultores, y su padrastro. Ambos trabajan en hostelería. Su padre, que es de Nicaragua, fue a estudiar a Cuba gracias a un programa de estudios latinoamericanos, se enamoró y ya se quedó en La Habana. Pero al poco de nacer su hija Paula, a los dos años, se separaron y regresó a Nicaragua.

Durante la pandemia, esta fotógrafa vio que se estancaba, que se ahogaba y sintió la necesidad de volar. Cuba atraviesa una crisis profunda que les ha llevado incluso al racionamiento y Paula notaba que, a sus 26 años, tenía que dar el paso. “Era el momento de buscarme una nueva oportunidad y mostrar lo que hacía. Porque en Cuba no tenía los medios para hacerlo”. Esta joven es autodidacta. Una chica que tiró de ingenio para aprender gracias a los tutoriales de YouTube. “La primera marca que confió en mí allá en La Habana fue una muchacha con la que aún tengo muy buena relación. Ella me ayudó mucho y me empujaba para salir de mi zona de confort. Muchas veces le decía: ‘Sandrita, yo no puedo’. Y ella me contestaba: ‘¿Cómo que no puedes? ¡Dale! Dale y sigue’. Así fue como aprendí y me fui abriendo camino”.

Siempre se le dieron bien los retratos. Pero hacía de todo. Desde modelaje hasta arte urbano. Ella aún conoció los tiempos en los que la única forma de conectarse a internet era tener un conocido o un familiar -en su caso, su madre- que trabajara en una de las empresas del Gobierno, las únicas con conexión. Hasta que, en aquel mágico 2016, empezó a haber wifi en los parques. “Era bien caro y tenías que ahorrar toda la semana para conectarte una o dos horas, pero así fue como empecé a publicar cosas en 2017. Íbamos los amigos y el que tenía wifi nos anclábamos con él y subíamos todo. En 2018, que me acuerdo perfectamente porque nos llenó de euforia, pusieron los datos móviles y ya era más accesible para todo el mundo. Ahí empezó el boom de los negocios, de los cantantes que subían su música, de los artistas que compartían su obra…”.

El obsequio de unos canadienses

Durante esos años se multiplicó la difusión exponencialmente y eso llevó consigo una explosión de creatividad compartida. Los artistas no perdieron el tiempo. “Admiro mucho a los creadores cubanos porque llegaron a internet y a las redes ocho años tarde, y, aún así, han logrado hacerse un hueco en muy poco tiempo”. Y allí, en medio de esa primavera creativa, estaba ella con su Canon. Porque sí, había fotógrafos en La Habana, pero pocos y la mayoría vivía de las quinceañeras. Allí existe la tradición de ponerse un vestido nuevo y hacerse una sesión de fotos al cumplir los quince años. Paula también lo hizo. Pero no hay mucho más. “La cultura, allá en Cuba, le guste escucharlo a la gente o no, está bien centralizada por el Gobierno. El artista independiente no tiene muchas formas de darse a conocer”. Y esa fue una de las razones para hacer el equipaje y marcharse a València hace nueve meses. Antes, con su madre al lado, le dio muchas vueltas, pero vieron que la ciudad daba al mar y eso terminó de convencerlas.

Antes de eso, unos canadienses viajaron a La Habana para hacer un reportaje sobre el grafiti en Cuba. Ellos, un hombre llamado Gary y su esposa, contactaron con Paula porque siempre le había gustado el arte urbano. Ella les ayudó, entablaron amistad y antes de irse, estos norteamericanos fueron y le regalaron una cámara y algo de material. “Fueron muy generosos. Yo les considero como mis padrinos porque todo lo que tengo ahora me lo dieron ellos. Un día me lo entregaron y me dijeron: ponte a trabajar. Les debo mucho”.

El 5 de septiembre de 2022 aterrizó en València. Del aeropuerto se fue directa al piso de la calle Ribera y se echó a dormir. La primera vez que salió volvía a ser de noche. Sólo se aventuró hasta la plaza del Ayuntamiento. No sabía dónde pisaba y tenía miedo. Luego le vino un bajón de pura añoranza y se encerró en casa. “Los primeros meses estás desubicada y, además, tienes que aceptar que ni tu estilo de vida ni tu estatus son el mismo. Fueron meses duros, pero lo logré”.

Poppy cuenta su vida sin soltar la cámara. La deja apoyada en la mesa, pero la sujeta con una o las dos manos. A ratos se pone nostálgica, pero, en general, se le ve alegre. Le ayuda recordar que después del bajón ya sólo quedaba subir. No fue fácil y el proceso de adaptación fue lento, pero lo superó. Primero con el breve paseo desde la calle Ribera hasta la calle Quart, donde está Laba Valencia, la escuela de fotografía donde encontró maestros y gente amable que se desvive por echarle una mano.

Busca una oportunidad

Un día se hartó de tantos miedos y tanta monotonía, y decidió que había llegado el momento de lanzarse a conocer la ciudad. Paula abrió la guía turística que tenía una compañera de piso y fue apuntándose en Google Maps todos los lugares que quería visitar. Por la mañana iba a clase y por la tarde, de turismo. Siempre camina con la cámara encima y así, enfocando hacia las fachadas que se iba encontrando, descubrió que le apasionaba, y se le daba bien, fotografiar la arquitectura. “Una de las directoras de la escuela vio mis fotografías, le gustaron y me animó a buscar trabajo. Me dijo: ‘Oye, muévete, que te está saliendo bien’. Poco a poco me he ido enamorando de València. Y hasta encuentro ciertas similitudes con La Habana”.

Poppy Chavarría busca trabajo. No está siendo fácil encontrar alguien que le dé una oportunidad y sigue tirado de los pocos ahorros que le quedan. Pero mantiene el optimismo. “Yo decidí poner todo mi enfoque y toda mi energía en vivir de la fotografía, que está bien duro, pero creo que sí se puede. Aquí sólo he trabajado de niñera gracias a la comunidad cubana, que estamos todos en contacto. Fueron cuatro meses. Ahora vivo de mis ahorros, de lo poco que pude ahorrar en La Habana y de la ayuda de mi mamá a pesar de la situación tan complicada que tenemos en Cuba. Hay meses que hay y otros que no hay… Me gustaría trabajar con los emprendedores. Lo que más me gusta es el mundo de la moda. Mientras, intento crearme mi oportunidad y le escribo a los estudios y les envío mi portfolio. Muchos ni contestan, pero yo sigo y ahora he empezado a escribirle directamente a las marcas. Hace poco contacté con NSTY, una tienda de gafas muy pequeña que hay en el Carmen. No tienen mucho presupuesto, pero fui y conocí a unas chicas bien campechanas y bien dispuestas”.

Ahora mismo no contempla recoger cable y volver a La Habana. Ella quiere abrirse camino en València, alcanzar una estabilidad y ponerse a conocer Europa. “Vine aquí con todos mis ahorros y los pienso recuperar”. Luego se ríe, aprieta su cámara con las manos y lanza una frase que necesita traducción: “Estamos aquí jíbaro”, que es algo así como que está aquí salvaje, brava.

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