La aproximación al MuVIM de piel y hueso, al esqueleto que pudo ser, al que no es, al que debería ser
VALÈNCIA. Cuenta la gestora artística-cultural Cristina Chumillas su primera visita al MuVIM: “fue todavía sin inaugurar,estudiando el último año de Historia del Arte. El profesor Luis Arciniega nos llevó a conocer el que sería el nuevo espacio de la ciudad y Rafael Company nos hizo la visita guiada de aquello que iba a ser el museo de las ideas y el pensamiento, nada más y nada menos. Ya el IVAM, creado poco más de una década antes, estaba previsto para la accesibilidad, pero aquí digamos que era casi una seña de identidad: entrabas a pie de calle, sin escaleras de ningún tipo, y el acceso a las salas principales era a través de rampa; además una rampa para todos, con lo cual la integración me parecía mucho más notoria y admirable. Las enormes cristaleras lo abrían al exterior y la librería del museo estaba en primera línea. Todo te invitaba a entrar.
A mis 23 años, a punto de licenciarme, ese edificio, tal y como os he contado que lo percibí, junto con el discurso bajo el que se gestó y el modelo pedagógico que seguía a través de su exposición permanente (ideada no para lograr asistentes sino para hacer museo y transmitir conocimiento) hizo que me enamorara del MuVIM”. Cuando el arquitecto valenciano Boris Strzelczyk, junto al grupo de turistas de arquitectura a los que suele llevar hasta este punto, se detiene frente a la estructura imponente, expandida y horizontal, termina igualmente emitiendo una declaración de amor por la generosidad de un edificio que sin perder su propia gramática quiso adaptarse al medio.
Y sin embargo… todo lo demás. Los cuchicheos de unos cuantos arquitectos en torno a todo lo que podría hacerse a partir de este continente (la inevitable mirada a la Casa da Música de Oporto); la duda sobre si el edificio es el mejor medio para poner en valor sus exposiciones o si más bien son las exposiciones las que terminan subyugadas a la arquitectura. Todo lo que pudo ser y no fue, todo lo que podría ser y… ¿qué será?.
El periodista J.R. Seguí suele recordar-lo hizo en la Revista Plaza- la ironía de la génesis: “El objetivo del MuVIM tenía como verdadera razón recuperar un céntrico solar; la excusa fue construir un museo. Sería, además, en un espacio urbano que durante siglos albergó el antiguo Hospital General de Valencia y laFacultad de Medicina. Una parcela que desde el derribo del complejo —solo se conservó el edificio actual de la Biblioteca Pública, antigua enfermería del siglo XVI, y algunas de sus puertas y portadas de acceso— no logró encontrar un destino y sufrió todo tipo de contrariedades”. El batiburrillo del proyecto museístico y la complejidad para interpretar el mensaje arquitectónico, la escasa unidad para mostrar orgullo en torno al proyecto de Vázquez Consuegra, han hecho indescifrable un edificio que -sumergido en nuevas obras- se escurre del imaginario urbano.
“Un profesor decía que la buena arquitectura es difícil de fotografiar. El MuVIM-plantea Boris Strzelczyk- es este tipo de arquitectura. No he encontrado foto que recoja y transmita las virtudes de este edificio de difícil lectura. Es imposible tener una perspectiva de su conjunto, no tiene fachadas, la vegetación lo tapa, está dotado de varias entradas y está construido de hormigón visto, un material poco preciado por la mayoría de la gente. A pesar de ello es un edificio magnífico, atrevido, construido en un lugar donde por desgracia desapareció el Antiguo Hospital General, uno de los conjuntos histórico-sanitarios más importantes de España. Una opción podría haber sido reconstruirlo, pero el arquitecto apostó por diseñar un edificio moderno y abstracto que dialogue de forma respetuosa con el entorno urbano existente e integre con extraordinaria sensibilidad los restos arqueológicos encontrados”.
Y es elMuVIM un caso extraordinario para enfrentarnos a nuestros propios temores, para explicar el valor de hablar del futuro y no solo interpretar el pasado. La modernidad, en fin, debía ser esto. “Coincido con Vázquez Consuegra -sigue Strzelczyk- en que los arquitectos tenemos la obligación de usar un lenguaje arquitectónico contemporáneo, incluso en entornos históricos. Eso sí, con el máximo respecto a la historia y las pre existencias del lugar en el que se interviene. En los colegios, la Historia del Arte apenas llega a las vanguardias y seguramente una consecuencia sea la escasa cultura arquitectónica moderna de la que goza nuestra sociedad. Muchos detractores del MuVIM hubieran preferido un edificio con un lenguaje arquitectónico historicista. Eso sería como si hoy en día un escritor publicara una novela usando el lenguaje de Góngora”.
Allí,frente al horizonte gris, se lee. Aunque quizá sin la distancia necesaria para poder pasar de un párrafo a otro: “falta -señala Strzelczyk- una plaza delante del edificio. Lo mejor del Pompidou es su plaza. El espacio público delante delMuVIM está muy fragmentado y la zona hundida a distinto nivel no le beneficia.Aún así hay colectivos jóvenes que se identifican con el espacio y le han encontrado un buen uso”.
Unos cuantos años después de su primera visita, la lectura de Cristina Chumillas ha cambiado. Las páginas se han traspapelado a su accesibilidad y su apertura. “El balance que hago a mis 41 años, con una experiencia profesional de casi quince, es que se van a acometer unas obras que no sé en qué van a consistir, sinceramente; que no hay librería (algo que todos los museos de esta ciudad deberían hacerse mirar y los medios contar: qué pasa con las librerías de nuestros museos), que el museo hace mucho tiempo que no tiene un discurso expositivo claro (o yo no lo sé entender) y que la sensación que ofrece a visitantes y profesionales es de ser un cajón muy desastre. Mi balance final es de tristeza”. Quizá la próxima gran remodelación pase por el cambio mental que devuelva el protagonismo del edificio como primer estandarte de un nuevo MuVIM.